Focus: Política
Fecha: 11/04/2019
Las cabezas políticas de los partidos españoles (señores Casado, Sánchez y Rivera) siguen su campaña de insultos, amenazas, chantajes y toda suerte de burdas estratagemas para liquidar el proyecto independentista catalán y encarcelar a sus líderes por tiempo indefinido. Ellos son los portavoces del Estado profundo y dejan el trabajo operativo a jueces, fiscales, fuerzas de seguridad y al resto de subalternos a su servicio. Cuentan con el apoyo de la oligarquía financiera española, dominada por un capitalismo cañí que maneja las riendas del poder real.
Todo ello muy cutre, muy grasiento, muy achulapado. No es de extrañar que la serie cinematográfica “Torrente” haya sido uno de los más grandes éxitos del cine español. Esa mezcla de machismo, racismo y franquismo que aparece por todas partes es la que alimenta el discurso reiterativo de unos tipos que, en un mercado abierto y competitivo, trabajarían probablemente de porteros de discoteca o de actores secundarios en una telenovela venezolana. Pero como “Spain is different”, aquí ejercen de líderes (mejor de seudolíderes) y tienen millones de followers que los votan, lo que ofrece una idea general de la cultura dominante.
Porque hay que ser un aprovechado, un indocumentado o un ignorante para votar a un sujeto (el señor Sánchez) que antepone la “independencia a la convivencia”, cuando estos atributos no sólo no son excluyentes sino que pertenecen al mismo universo lingüístico y político…. Y todavía más, para votar a un ciudadano (el señor Rivera) que, entre una sarta de aparatosas mentiras, desprecia la profesionalidad de los periodistas de una cadena pública (TV3), cuando les dice “que mienten y que son un aparato de propaganda” o cuando no satisfecho con las preguntas que le hacen, apostilla “No me ha preguntado sobre el golpe de Estado del 6 y 7 de septiembre”. Pero, ¿quién se ha creído que es este mediocre personaje para utilizar el concepto “golpe de Estado” sin que a nadie se le acuse formalmente de esto? ¿Pero desde cuándo un entrevistado le indica al entrevistador las preguntas que tiene que hacerle?... O para votar, last but not least, al ínclito señor Casado (un personaje que imaginamos en la Salpetrière, bajo la mirada atenta de Charcot) y que en cada ocasión que habla suelta un improperio o un embuste, como cuando se refirió a “las hordas de independentistas que habían convocado una manifestación en Madrid”, o cuando acusaba a Sánchez (su querido socio en la aplicación del 155) de pretender “revalidar su pacto con independentistas, batasunos y comunistas de Podemos”, que es una manera grosera y fantasiosa de poner etiquetas con los ojos vendados o cuando, ya en pleno paroxismo, le reprocha preferir “las manos manchadas de sangre a las manos blancas”.
Fue don Miguel de Cervantes, el gran escritor tan citado como poco leído, el que los retrató en un estrambote (verso que así se llama por proceder de estrambótico, es decir, extravagante, irregular y sin orden).
Decía don Miguel, con elaborada chanza, frente al túmulo en Sevilla del rey Felipe II:
¡Voto a Dios que me espanta esta grandeza
Y que diera un doblón por describilla!,
Porque ¿a quién no sorprende y maravilla
esta máquina insigne, esta riqueza?
Por Jesucristo vivo cada pieza
vale más de un millón, y que es mancilla
que esto no dure un siglo!, ¡oh gran Sevilla,
Roma triunfante en ánimo y nobleza!
Apostaré que el ánima del muerto
por gozar este sitio hoy ha dejado
la gloria, donde vive eternamente.
Esto oyó un valentón y dijo: “Es cierto
cuanto dice voacé, señor soldado,
Y el que dijere lo contrario, miente.”
Y luego, incontinente,
caló el chapeo, requirió la espada
miró al soslayo, fuese y no hubo nada.
Este vivo retrato humorístico de la España del siglo XVII, esa mezcla de pompa y boato, de chulería y vileza, se reproduce hoy. Parafraseando al metafórico dramaturgo Eduardo Marquina, podríamos recoger el mensaje del hidalgo Diego de Carvajal cuando declara “España y yo somos así, señora”.
Y así les va. ¿Alguien necesita más razones para tratar de distanciarse? Adéu, adiós, agur, ¡hasta nunca!