COMPETITIVIDAD A CUALQUIER PRECIO

Focus: Empresa
Fecha: 03/06/2011

Si aceptamos el principio de que la economía es la buena gestión de los recursos escasos, comprenderemos el papel de la eficiencia en el manejo de esos recursos. Y ¿cuáles son los elementos que utilizamos para conseguir ese óptimo de eficiencia? Fundamentalmente tres: el capital, el trabajo y el talento. La cuestión es cómo mezclamos esos elementos, y en particular los dos primeros.

El capital es objetivamente el más fácil de obtener. El capital, en el caso de un proyecto empresarial con voluntad de permanencia, busca el rendimiento a medio y largo plazo. El capital permite la inversión en distintos tipos de activos que son manejados por personas (el trabajo). Una primera combinación de capital y trabajo genera una productividad determinada. Y aquí empiezan los problemas, pues muchos empresarios interpretan que la única forma de mejorar la productividad es bajar los salarios tanto como sea posible; hasta el nivel de subsistencia.

En el primer tercio del siglo pasado, Keynes defendió ante los empresarios ingleses la conveniencia de una política salarial atractiva – un argumento de un capitalista inteligente – pues entendía que si bajaban mucho los salarios no tendrían compradores de sus productos, lo que acabaría perjudicando sus intereses. Ese mismo razonamiento había sido el de Ford al elevar la remuneración por hora de sus empleados en planta. Pero en la China, en la India, en Bangladesh y en otras economías “emergentes” (¿Emergentes para quién?) ese argumento no sirve: sus clientes no son sus empleados; la mayoría de sus clientes están a miles de kilómetros de distancia.

Por eso no son de extrañar los costes unitarios de muchos de los productos fabricados en el continente asiático, que están cimentados en la miseria de sus trabajadores, en la explotación pura y dura, en las peores condiciones laborales que un occidental jamás podría imaginar.

¿Esto es competitividad? Hay que mirar hacia otro lado para no vomitar. Y para colmo, algunas de las multinacionales que se aprovechan de esas oportunidades “low cost”, hacen una espectacular plantación de abetos en algún parque de nuestra confortable burbuja y editan un atractivo dossier sobre su “responsabilidad social corporativa”.

Es una Ética a la carta que envilece por contagio. Hay que preguntarse que hay detrás de la exótica etiqueta de una prenda…

Alf Duran Corner

 

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