DAVOS / MANHATTAN
Focus: Política
Fecha: 04/02/2002
La macro-reunión anual de los poderes fácticos de nuestro pequeño gran mundo se ha celebrado esta vez en Manhattan, en el midtown, quizás con la doble estrategia de recordar a la periferia el liderazgo de los Estados Unidos y de asegurarse la mínima contestación, en un país en la frontera de la ley marcial.
Estas reuniones son tremendamente aburridas. Por eso se celebran habitualmente en Suiza, donde como decía Orson Welles en “El tercer hombre”, una de sus máximas aportaciones, junto al secreto bancario, fue el reloj de cuco.
Este año se ha repetido el modelo teórico y se han descrito con aparente entusiasmo las virtudes de la globalización.
El problema de los códigos es que cada uno los interpreta como quiere. Globalización o mundialización ha habido siempre (qué fue sino el Imperio Romano, el de Carlos I y Felipe II, el de Isabel de Inglaterra, el Turco, el Austrohúngaro y otros muchos...). El mundo está interrelacionado y si Bush tropieza al atragantarse con una galleta, la Bolsa de Singapur se resiente.
Lo que ha cambiado es la técnica y velocidad de transmisión de la información. Se vive la globalidad en “tiempo real”. Esto nos hace más vulnerables.
La novedad del Waldorf Astoria es que algunas voces, entre los poderosos, han apuntado que uno de los sedimentos del odio a Occidente está constituido por las barreras que los países del primer mundo ponen a la importación de productos del tercer mundo, siempre que no sean materias primas de bajo precio.
Nos hemos centrado en la libertad de movimiento de capitales (en Porto Alegre siguen con la tasa Tobin) y en la no libertad de movimiento de las personas. Hay que hablar también de la libertad de movimiento de las mercancías, pero no unidireccional.
Inversiones en el Tercer Mundo, construcción de infraestructuras, educación, sanidad, cultura. Potenciación de su comercio. La guerra contra el terrorismo también se gana así.
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