Focus: Política
Fecha: 18/10/2018
Yo no sé si Winston S. Churchill, con su trabajado cinismo, repetiría hoy su conocido argumento a favor de la democracia: “Democracy is the worst form of government, except for all the others”. (La democracia es la peor forma de gobierno, excepto todas las demás).
Quizás, si lo hiciera, le daría un carácter limitado, como refiriéndose a algunos territorios en los que todavía se practica, con dificultades, esa forma de gobierno. Veamos sino, qué ocurre en Europa, qué ocurre en América (en el norte y en el sur), qué ocurre en el resto del mundo.
Argumentaba Hans Rosling, en su interesante breviario “Factfulness”, que los humanos tenemos una tendencia irresistible a dividir cualquier tipo de fenómeno en dos grupos enfrentados e irreconciliables: buenos y malos, ricos y pobres, inteligentes y necios, etc. Lo hacemos así porque resulta más cómodo y no nos obliga a profundizar en el análisis. De aquí surgen los estereotipos, aquellas percepciones falsas, exageradas o simplificadas de realidades ajenas que apenas conocemos.
Es por ello que clasificamos las formas de gobierno actuales en dos categorías: democracias y dictaduras. Y aquí, una vez más, nos equivocamos, porque la historia viene acompañada de muchos matices que cuestionan este ordenamiento.
Hay dictaduras, dictablandas, democracias genuinas, democracias a prueba y democracias autoritarias. Incluso podríamos encontrar más subfamilias, pues algunas formas de gobierno cabalgan entre dos o más categorías.
En una dictadura, una persona ejerce el poder total, sin limitaciones. Es el tipo de poder con mayor recorrido histórico, donde hay más referentes. Hitler, Stalin, Mussolini o Franco son los dictadores más próximos y siempre son citados como prototipos, pero no hicieron otra cosa que seguir la tradición de reyes y emperadores, dueños y señores de la totalidad de sus dominios, únicos rectores sobre la vida y la muerte de sus súbditos, ciudadanos estos últimos cuya única opción era la sumisión y el acatamiento.
En la actualidad las dictaduras cuentan con el amparo de las tecnologías de la información (radio, televisión, Internet, etc.), que les permiten suavizar su imagen, aunque en la práctica su comportamiento responde al protocolo habitual. Por poner un ejemplo, no el único, éste es el caso de Corea del Norte.
Las dictablandas son dictaduras que se permiten ciertas ambigüedades, dejando espacio a las libertades en aquellos ámbitos que entienden no les perjudican o que forman parte de su proyecto político. Las dos dictablandas más importantes son la República Popular China y la Federación Rusa. Por su extensión, población y papel estratégico en el mundo, estas dos dictablandas merecen un capítulo aparte.
La Federación Rusa es la heredera directa del bloque más importante que antes constituía la Unión Soviética. Oficialmente es una democracia representativa con un formato federal (veintiuna repúblicas) y un reparto equitativo de poderes entre el ejecutivo, el legislativo y el judicial. Es una república de repúblicas semipresidencialista, en la que el presidente es el jefe de Estado y el presidente de gobierno es el jefe de gobierno. Pero desde que Vladímir Putin tomó el poder (hace dieciocho años), todo pasa por su voluntad omnímoda, sea como jefe de Estado o como jefe de gobierno. La oposición política está bajo control, como lo están los oligarcas y los principales medios de comunicación. Oficialmente Rusia es una democracia, pero en la práctica es una dictablanda.
La República Popular China no tiene ambages en describir su modelo de gobierno como “Comunismo en lo político, Capitalismo en lo económico”. Como es un modelo nuevo, sólo el tiempo permitirá probar si es o no exitoso. Lo que resulta muy claro de la fórmula es que en lo político es un país comunista, aunque la propiedad de los medios de producción no se ajuste a la ortodoxia. Tengamos en cuenta además que el partido único es el Partido Comunista Chino, que cuenta con ochenta y nueve millones de militantes y es la mayor organización política del mundo. Su líder Xi Jinping es Secretario General del comité central y presidente de la República. Gente de su absoluta confianza controlan el partido y el gobierno. Y con respecto a los conocidos oligarcas chinos, lo son en la medida en que sus actuaciones se ajustan a las consignas del partido. De no ser así, son apartados de forma drástica. La República Popular China es una dictablanda y se siente feliz en este formato.
Las democracias genuinas son democracias probadas, que desde que se constituyeron como tales (el Reino Unido, Estados Unidos, Suiza, Suecia, etc.) han mantenido esta línea política. Las hay mejores o peores, pero tienen una cosa en común, que es el concepto de “check and balance” (controles y contrapesos), que les permiten equilibrar las fuerzas entre el poder ejecutivo, el legislativo y el judicial, y también, sobre todo en el caso de Estados Unidos, entre los Estados y la burocracia de Washington.
Las democracias a prueba son democracias que han sufrido cortes de raíz autoritaria de fuerte calado, cortes cuyas secuelas llegan hasta nuestros días. El caso más significativo es el de Alemania, que tras la derrota después de la Segunda Guerra Mundial no depuró a fondo sus cuadros políticos, económicos y jurídicos, lo que supuso la permanencia de algunos ciudadanos con antecedentes nazis en puestos de gran responsabilidad. Las denuncias posteriores, los escándalos, las dimisiones, las renuncias, etc. fueron el gran purgatorio que ha dejado huella en la población. Sólo el tiempo y el acceso de las nuevas generaciones permitirán –lo planteamos como hipótesis– el paso a democracias genuinas. Hay un elemento crucial que les puede ayudar en el tránsito y es que culturalmente (creencias y valores) sí que hicieron un cambio sustancial, al liquidar de raíz la ideología anterior. Hay muchas democracias a prueba en el resto del mundo, sobre todo en Latinoamérica, Asia y África, con debilidades estructurales manifiestas que les hacen estar perpetuamente en el limbo político.
Por último tenemos las democracias autoritarias, concepto que puede parecer un oxímoron (una contradicción en términos), pero que no lo es. Las podríamos considerar unas seudo democracias, que esconden bajo una apariencia formal un espeso espíritu reaccionario. Una característica nuclear, que se ha repetido a lo largo de su historia, es el autoritarismo. Fueron monarquías absolutas, luego dictaduras militares y acabaron siendo teóricamente democracias, pero nunca modificaron, ni tuvieron voluntad para ello, sus valores fundamentales. Los episodios republicanos (en el sentido civil de término), si los tuvieron, dejaron poca huella. Ejemplos de estas democracias autoritarias son Turquía y España.
Ambos países fueron Imperios, que perdieron territorios tras sucesivas guerras y procesos de independencia. A pesar de este achicamiento geopolítico, mantienen su arrogancia. Otro elemento común es la influencia de la religión y de sus oficiantes en la política. Se diría que sus ciudadanos se sienten más cómodos como fieles y súbditos que como hombres y mujeres libres, por lo que resulta sumamente fácil manipularlos. En términos de gobernanza, no existe propiamente frontera entre la tríada clásica de poderes, siendo el ejecutivo el que reparte los caramelos. El legislativo es la correa transmisora y el judicial, cuya cúpula es nombrada a dedo por los anteriores, actúa como instrumento sancionador.
En las democracias autoritarias abundan los funcionarios y hay multitud de órganos de representación y gestión, que no hacen más que bloquear el decurso natural de la sociedad. Los funcionarios, sobre todo los denominados “altos funcionarios” (todo muy grandilocuente), defienden sus trincheras de poder, porque no quieren perder sus privilegios, alcanzados tras unas oposiciones memorísticas. Es por ello que la cúpula política (el maridaje entre un monarca o un presidente de república y el gobierno de turno) cuenta con un ejército de burócratas para perpetuar su dominio.
Para el ciudadano libre y responsable, la democracia autoritaria es la peor fórmula de gobierno porque sabe que lo que dicen no tiene nada que ver con lo que hacen. Es una “democracia” tramposa y vengativa. Y es que culturalmente su modelo ideológico (su Weltanschauung) no ha cambiado.
Es por ello que alardear (como hace el Estado español reiteradamente) de partidos constitucionalistas, de Estado de derecho, de respeto a la ley, de separación de poderes, de soberanía popular, de garantías procesales, etc., mientras se reprime física y psíquicamente, se encarcela, se humilla, se ahoga económicamente, se coacciona, se penaliza, se amenaza, se persigue fiscalmente, se ningunea... es pura demagogia, retórica de cartón piedra para convencer a una multitud de analfabetos funcionales.
¿Democracia?, ¿qué democracia?