DESEQUILIBRIOS

Focus: Política
Fecha: 25/05/2012

El coeficiente de Gini, que mide la desigualdad en cualquier distribución estadística, se viene utilizando desde hace mucho tiempo para calcular la desigualdad en los ingresos de la población. Si todo el mundo tuviera los mismos ingresos, el coeficiente tendría un valor cero. Cuanto más se acerca al uno, mayor desigualdad.

En los países desarrollados y después de la II Guerra Mundial, el coeficiente fue mermando (menos desigualdad), pero con las políticas neoliberales de Reagan y Thatcher, se paró la mejora. Lo peor ha venido después, tras el estallido de la crisis financiera del 2007. Ahora se dirige hacia el uno.

Una de las consecuencias de la crisis ha sido la reducción de las prestaciones sociales en Europa, lo que ha incidido también en una mayor desigualdad.

Sin entrar en consideraciones de justicia i equidad, y sólo teniendo en cuenta las implicaciones macroeconómicas, este desequilibrio afecta directamente a la marcha de la economía. Si, por ejemplo, tenemos 100 personas, diez con ingresos muy altos y los otros noventa con ingresos muy bajos, el consumo decaerá. Está probado empíricamente que las rentas bajas aplican todos sus ingresos al consumo, en tanto que las altas tienen un límite, que raramente sobrepasan.

Y en nuestra sociedad occidental se está produciendo una nueva ordenación, con tres grupos bien definidos: los muy ricos (un pequeño porcentaje de la población, que goza de ingresos muy elevados y acumula un importante patrimonio); los especialistas (que ahora definimos como “trabajadores del conocimiento”) que venden su formación y experiencia al mejor precio y disponen de buenos ingresos; y, por último, el resto de trabajadores (la mayoría), sin formación específica o con formación no aprovechada por el sistema, que trabajan de forma puntual, ahora en un sitio, ahora en otro, sin llegarse a implicar en ningún proyecto.

El paradigma de esta situación es la tan alabada Alemania, que se nos presenta como modelo. Alemania es una sociedad quebrada, donde conviven altos ejecutivos y profesionales de cuello blanco, con sus incentivos, sus bonos y sus opciones sobre acciones, con “especialistas” (de cuello azul o cuello blanco), que conocen y aprovechan las tecnologías de la información y la comunicación, obtienen buenos ingresos y alcanzan un razonable standard de vida. Y junto a estos dos grupos hay ocho millones de personas que cobran un salario/hora de 9,15 € y millón y medio más, cuyo salario/hora es de 5 €. En Alemania, la “lucha de clases” no se da necesariamente entre el capital y el trabajo, sino entre distintos colectivos de trabajadores, que aspiran separadamente a conseguir un mayor trozo del pastel. En Alemania, junto a los sindicatos clásicos (algunos muy poderosos, por el peso estratégico del sector – como IG Metall), hay sindicatos corporativistas, como el de los pilotos aéreos o el de los maquinistas de ferrocarriles, que negocian por libre y sólo atienden a sus intereses. En Alemania el salario mínimo se aplica únicamente en algunas áreas de actividad.

Alemania necesita cambios importantes si no quiere acabar con una honda fractura social. Y es que el mito del paraíso es simplemente un mito.

Alf Duran Corner

 

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