DESORIENTACIÓN / 2

Focus: Política
Fecha: 31/10/2019

Unos días previos a las elecciones municipales y europeas del pasado mayo, escribí una columna en la que trataba de hacer un “análisis de situación” que me permitiera comprender mejor la realidad y razonar mi voto. Ahora, a la espera de las nuevas elecciones generales para el mes de noviembre, he repasado aquel texto y he visto que, en lo básico, mantiene su frescura original. Y esto significa que ha habido escasos movimientos, que la realidad está petrificada, que los actores repiten sus pautas de comportamiento. Frente a ello, el votante independentista (el único que me importa) se halla algo desorientado. En la medida en que pueda ayudarlo, le contaré como lo veo y lo veía desde mi atalaya de independentista independiente.

Éste fue el texto original, con ligeros ajustes en función del tiempo y del carácter específico de la actual convocatoria.

 

“Tras la muerte del dictador, los poderes fácticos del Estado tejieron una red de alianzas con los pequeños grupos de la oposición y presentaron un escenario de democracia formal, que en sus fundamentos trataba de ocultar sin especial recato sus valores franquistas y españolistas, a los que se había aplicado un lifting no agresivo. En esa operación cosmética de peluquería de barrio se incluían unos partidos políticos etiquetados como “de derechas y de izquierdas”, un grueso de normas y procedimientos que llamaron “constitución” (que incluían capítulos redactados, sable en mano, por los militares fascistas) y una aparente descentralización administrativa (las comunidades autónomas) para encubrir los derechos de las naciones históricas del Estado.

Luego se pidió al pueblo que votara y el pueblo, temeroso y desorientado en su gran mayoría, votó a favor de lo que la autoridad competente proponía. Los años de plomo de la Dictadura habían anulado nuestra capacidad crítica. Y así hemos llegado hasta aquí.

El espectáculo se ha mantenido incólume durante más de cuarenta años, pero hace aguas por todas partes y tiene un futuro dudoso. Hay varios frentes que explican el derrumbe del tinglado y hay que tratarlos separadamente.

El primer frente es el ideológico. En el mundo occidental (es un eufemismo) los partidos oficiales de derechas e izquierdas se han integrado, en la práctica, en un magma liberal-conservador, con pequeñas diferencias. Las TIC’s, la globalización, la financialización de la economía y el peso del “Big Business” a escala mundial han producido una transferencia de poder hacia el gran capital, que utiliza a los políticos profesionales como empleados bien remunerados. En el Estado Español, a la pequeña escala que le corresponde, ha ocurrido lo propio. Por un lado tenemos productos obsoletos (como el PP o el PSOE) y, por otro, tenemos nuevos entrantes (Ciudadanos o Podemos) lanzados al mercado como si se tratara de una nueva colonia para ejecutivos agresivos. Entretanto los fondos de cobertura internacionales, los fondos de inversión, los fondos de capital-riesgo y los fondos soberanos, con la participación doméstica de las grandes empresas ayer públicas y hoy privatizadas, del lobby de obra pública dependiente del BOE y de la banca oligopolística, preparan las recetas que luego sus empleados servirán a los comensales: un poco de libertad, unas gotas de democracia formal, un pack precocinado de patriotismo y todo bien revuelto y espolvoreado con “la Roja”. Y así los tienen entretenidos.

El segundo frente es el económico, en el que queda de manifiesto el fracaso del modelo desarrollado. Desde el plano de la economía política, en el sentido genuino del término (trabajar para la polis en términos de eficacia y eficiencia), la buena economía se fundamenta en la correcta asignación de recursos y, posteriormente, en su adecuada gestión. El Estado español ha fracasado siempre en lo primero y en lo segundo, beneficiando, eso sí, a las élites extractivas y rentistas que se han quedado el excedente generado. Ejemplos de mala asignación son abundantes, como las inversiones en la red radial ferroviaria de alta velocidad para pasajeros (absolutamente innecesaria), la proliferación de aeropuertos y su poco ajustada dimensión, el gasto extraordinario en armamento, el rescate bancario y su posterior reparto entre los miembros del oligopolio, la red viaria de autovías en zonas de escaso tránsito, la variante madrileña del “corredor Mediterráneo” que no pasa por el Mediterráneo, la barra libre de polideportivos, etc. En paralelo, se han producido grandes vacíos en aquellas infraestructuras que sí eran claves para facilitar la actividad empresarial, como el ya famoso y genuino “corredor del Mediterráneo” de mercancías. En lo que respecta a la gestión, lo difícil es encontrar un área que nos permita dar un aprobado, lo cual no es de extrañar si tenemos en cuenta que las decisiones son tomadas por altos funcionarios del Estado con el dinero de los contribuyentes. Por último hemos de referirnos a la transferencia de rentas entre comunidades, con el teórico propósito de crear plataformas de despegue económico en territorios poco explotados comercial o industrialmente. Los resultados han sido desastrosos. Se ha drenado liquidez de forma sostenida de las zonas con cultura empresarial y óptima ubicación geoestratégica (el caso de Catalunya es paradigmático) y no se ha creado nada útil en las zonas subvencionadas. No sólo esto, se ha estimulado el subsidio como forma de vida.  

El tercer frente es el político. Catalunya ha dicho basta. La voluntad mayoritaria y transversal de sus ciudadanos de decidir su futuro a través de un referéndum ha sido bloqueada por el Estado, que ha utilizado sus capacidades (legales y no legales) para dinamitar un proyecto de naturaleza democrática. Pero el contencioso se le ha ido de las manos al Estado español, gracias en parte a la proyección internacional de los políticos exilados y a la respuesta valiente de las nuevas generaciones. El hecho de que otros Estados no intervengan (los Estados se protegen unos a otros) no significa que parlamentarios, académicos, analistas, ensayistas, periodistas y políticos de todo el mundo no observen atentamente lo que está ocurriendo. El descrito como “espíritu de la Transición”, un relato inventado por el Régimen (que sigue incrustado en el “Deep State”), ha entrado en barrena. Nada se aguanta; ni la monarquía, ni la pluralidad de estamentos que la secundan, ni la pléyade de altos funcionarios que han vivido y viven graciosamente de este embolado.

Y ahora hay que votar una vez más en las elecciones generales. Hay que votar, mal que nos pese, porque todavía estamos prisioneros en este círculo infernal y al hacerlo hemos de ser conscientes de que este voto ni condiciona ni determina nuestro futuro como pueblo libre.

Voy a referirme exclusivamente a Catalunya y a los catalanes, que es el único ámbito con el que estoy comprometido. Lo que hagan o dejen de hacer los españoles que viven en Catalunya (como la señora Roldán y sucedáneos) no es de mi incumbencia, aunque imaginamos que repartirán su voto entre el PSOE, el PP, Ciudadanos y Vox. Lo pueden decidir al azar, porque en el fondo se parecen mucho más de lo que aparentan.

En términos estratégicos, los catalanes deberían votar las opciones independentistas (Junts per Catalunya, ERC, CUP) para conseguir luego un colectivo que tenga el suficiente peso como para producir ciertos  bloqueos en las decisiones del gobierno del Estado, sin muchas esperanzas de que esto sirva para algo. Lo ideal hubiera sido una candidatura unitaria, pero las reticencias de la estructura de mando de Esquerra Republicana y el esquematismo ideológico de (las CUP’s) no lo ha hecho posible. Sus argumentos de que al ir separados se suman distintas sensibilidades independentistas no tienen base estadística y, a lo sumo, no son más que una hipótesis de trabajo. Lo que no es una hipótesis es que la ley de Hondt  premia a los partidos mayores. Parece que los que sí la conocen son los asesores del señor Casado, que tratan de evitar la incidencia de Vox y de Ciudadanos en los territorios que ellos consideran de su propiedad.

Los resultados de las recientes elecciones municipales en Catalunya pueden llevar a engaño. Se han ganado plazas importantes para el independentismo, pero se ha perdido la mayor (Barcelona), donde tanto el Ayuntamiento como la Diputación (y la gestión de sus dotados presupuestos) han quedado en manos de los oficiantes del 155. Y todo ello por consentir alianzas inconfesables, en las que la cúpula autonomista de ERC y los residuos marginales del neonato PDECAT han cometido errores estratégicos de calibre, lo que pone de manifiesto un tacticismo inoperante y una visión cortoplacista de un proyecto político de vuelo gallináceo. El independentismo consciente tiene buena memoria y en su momento les pasará factura.

No hago mención específica  –siempre en clave catalana– del grupo polivalente formado por Comuns, Podemos, Podem, Iniciativa y otros, porque, al vivir en la indefinición permanente, soy incapaz de conocer cuál es de verdad su proyecto político, si es que lo tienen. Algunos de ellos, que pretenden representar en exclusiva el patrimonio histórico de la izquierda, deberían hacer autocrítica, abandonar la ambigüedad y comprometerse con unos o con otros. Si todavía no se han dado cuenta de que la cuestión de la independencia de Catalunya tiene prioridad sobre la cuestión social en esta coyuntura histórica, mejor que se dediquen a otra cosa. Cuando observo la actitud pasiva de algunos independentistas de este colectivo, que no se atreven a discrepar públicamente sobre las maniobras oportunistas de la señora Colau y de su corte, me pregunto si no están dando prioridad a sus poltronas.

En la calle la gente pide unidad, pero algunos que han hecho de su retórica independentista una forma de vida, no escuchan. Lo acabarán pagando. Los partidos políticos en general han entrado en declive. Se han anquilosado. No se renuevan. Las estructuras impiden la mejora. Al final la democracia directa, que es la auténtica, se irá imponiendo con distintos formatos.

Una de las virtudes del President Puigdemont es que ha dinamitado los restos de un partido que fue hegemónico pero que ha perdido su razón de ser. Yo no milito ni he militado nunca en ningún partido. Será que mi alma ácrata le puede a mi sentido del orden impuesto. Por eso me siento libre de ataduras partidistas. Votaré por la candidatura de Junts per Catalunya, que significa votar por Puigdemont, por Comín y por Torra, que son quienes de verdad me representan. Y lo haré  por coherencia, por dignidad y por respeto.”

Alf Duran Corner

 

« volver