EL FRACASO DE LA CUMBRE
Focus: Política
Fecha: 16/12/2011
Angela Merkel y Nicolas Sarkozy habían cocinado una cumbre económico-financiera a su medida, con la firme voluntad de cohesionar políticamente la Eurozona, aprovechando la crisis de la deuda pública y privada de los Estados miembros. Para ello tenían como objetivos – no todos compartidos por los dos – modificar el Tratado de la Unión Europea, incrementar el valor del fondo de rescate, aclarar el papel del Banco Central Europeo e imponer una política fiscal común. Ninguno de estos objetivos se ha cumplido plenamente.
Claro que la Unión Europea es una cosa y la Eurozona (los países que tienen una moneda común) es otra. En la primera hay 27 socios y en la segunda sólo 17. Han convencido a 6 países que gozan de moneda propia, pero el Reino Unido ha vetado el proyecto, y Hungría, Suecia y Chequia han dicho que se lo pensarán.
Al final, como en las elecciones, todas las partes han declarado su satisfacción. Pero la verdad es que ha sido un fracaso vestido momentáneamente de éxito. Y, a mi juicio, la razón más importante es que no han medido los tiempos: el corto plazo, el medio y el largo.
En el largo plazo todo el mundo acepta una política de austeridad, de reducir gastos para controlar el déficit público, de ser severo con los presupuestos, de armonizar la fiscalidad. Pero a corto, el problema más acuciante no es la deuda sino el desempleo. En la Unión Europea hay 24 millones de parados, de los que 16,5 están en la Eurozona. Hay que incentivar la economía productiva, congelar la deuda o reestructurarla como se hizo en Latinoamérica con los bonos Brady, y transformar el círculo vicioso en círculo virtuoso. Si la deuda pública de los países crece más que el PIB, el modelo entrará en barrena.
Decía Lukacs que el único dogma es el método. A estas alturas hablar de déficit estructural, de sanciones a los que no cumplan (¿cómo van a cumplir?), de blindaje de los acreedores privados, de control de las emisiones de deuda, es pura retórica.
La Unión Europea está abocada a la recesión y ello puede provocar una recesión mundial. Todavía existe la posibilidad de que el Banco Central Europeo haga de prestatario de último recurso y empiece a comprar deuda pública de los países periféricos en plan “bazooka”, como hizo el Federal Reserve Board en Estados Unidos. Inyectaría liquidez en el sistema y estimularía el crecimiento económico. Entonces recuperaríamos la onda: se produce, se consume, se pagan impuestos, se devuelven créditos. Eso sí, sabedores que el mundo no es jauja y hay que ser más sensatos en las inversiones y en el gasto. Han cambiado las reglas de juego, quizá para siempre.
Los británicos no quieren jugar porque entienden que el euro es un problema continental y ellos están en el Atlántico, más cerca filosóficamente de sus primos que de Europa. Porque recuerdan que De Gaulle vetó por dos veces su entrada en el Mercado Común, porque saben que su salida del Sistema Monetario Europeo y la consiguiente devaluación de la libra tuvo como motores al Bundesbank y a George Soros en su mejor momento, porque no quieren renunciar a su cuota de operaciones financieras con euros (que aunque no es su moneda pasa por la City en un 50% de los casos), porque no están para regulaciones tipo tasa Tobin, argumentando que Wall Street se llevaría el negocio, y porque el sector financiero y los servicios que genera suponen el 25% de su PIB. Además, siempre han dejado claro que ellos no tienen amigos ni enemigos, sólo tienen intereses.
Cuando el 15 de septiembre del 2008 Lehman Brothers se declaró en bancarrota, el congreso norteamericano se movió rápidamente y en poco tiempo concertó un acuerdo para estabilizar el sistema financiero. Fue mejor o peor, pero se hizo. En Europa domina el protocolo, todavía influenciado por el XVIII francés. Las decisiones son ambiguas y se toman con una lentitud exasperante.
Hay que espabilar, porque como decía un columnista del Die Welt, “Europa habla ahora alemán, pero los inversores hablan inglés”.
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