Focus: Política
Fecha: 18/07/2022
En plena canícula y gracias a las subvenciones de la Unión Europea (eso que los cursis describen como “NextGen”), los ciudadanos del Estado español tratan de olvidarse de las penurias pasadas y se sumergen en aguas dulces y saladas con ánimo de refrescarse. Entretanto el aparato del Estado se dedica a buscar mecanismos (por oscuros y torcidos que sean) para ver si pueden “trincar” al mayor número de independentistas. Unos y otros (perdidos en sus distracciones) no tienen en cuenta que la mayor amenaza es que más pronto o más tarde llegará el invierno, un invierno que promete.
Porque hemos de tener muy claro que el próximo invierno no será un invierno cualquiera, será un tipo de invierno parecido al que derrotó a Napoleón en el siglo XIX y a Hitler en el XX: el invierno ruso.
En este caso el invierno ruso viene manifestándose metafóricamente desde hace unos meses en el conflicto de Ucrania, que es un conflicto de naturaleza geopolítica que se materializa en un territorio del este europeo, pero que tiene como a uno de sus agentes principales al gobierno de un país muy alejado del área del conflicto: el de Estados Unidos.
Porque para comprender las raíces del problema basta con trabajar con una hipótesis elemental. ¿Qué haría el gobierno norteamericano si su homólogo mejicano instalara equipamientos de ataque con potencia nuclear en zonas fronterizas? Probablemente no lo dudaría un momento: invadiría Méjico y destruiría esos equipamientos. Y los observadores imparciales lo comprenderían. Lo que no comprenderían es que diversos países aprovechasen la coyuntura para vender armamento al ejército mejicano, argumentando que tenían que prepararse para futuras y posibles nuevas invasiones yanquis.
Luego han venido las sanciones de los “aliados” (un concepto de naturaleza ambigua) al gobierno y a los ciudadanos de la Federación Rusa. La pregunta que debemos hacernos es qué alcance han tenido esas sanciones y a quienes han afectado. Una primera reflexión es que en un conflicto militar siempre hay ganadores y perdedores, que son los que aparecen en la narrativa de los medios de comunicación. Pero más al fondo hay otra categoría analítica que establece una diferencia entre beneficiados y perjudicados. Y este segundo agrupamiento es el que debería preocuparnos.
No hace falta decir que los beneficiados son la industria armamentística y los lobbies políticos y militares que la secundan. Y también el gobierno de Estados Unidos, que ha retomado el control de la OTAN y ha sometido a los gobiernos “occidentales” a una disciplina presupuestaria de perfil pre-bélico. Todo esto en un movimiento orientado a la posible amenaza a medio plazo de la República Popular China. Los perjudicados somos el resto de ciudadanos que no estamos implicados en este contencioso, pero que hemos recibido y seguiremos recibiendo muy directamente el impacto de lo que está ocurriendo.
Los fundamentos económicos del mundo son muy débiles, aunque los oculten con inyecciones monetarias indiscriminadas. El precio de los alimentos se ha disparado, como lo han hecho los precios de los suministros básicos (luz, gas, gasolina, etc.). Algo tan necesario como el precio de los cereales ha sufrido un fuerte incremento. La inflación está próxima a los dos dígitos, lo que reduce la capacidad de compra de la población. La pandemia sigue viva, siempre innovando, lo que afecta a los servicios asistenciales y a su coste. El hambre empuja y empujará más los flujos migratorios, sobre todo subsaharianos, hacia el norte. Continúan los problemas de suministro de materiales básicos, con discontinuidades que afectan a las cadenas de producción. Se empieza a racionar el consumo. Baja también el de fertilizantes, lo que podrá afectar al rendimiento de las cosechas.
Entretanto algunos de los gobiernos “aliados” empiezan a darse cuenta de que han caído en una trampa de la que saldrán perjudicados. A corto plazo los países europeos no pueden sustituir los servicios del proveedor ruso. El simple hecho de que el gasoducto Nord Stream 1(el más antiguo) que sirve a los mercados alemanes haya entrado en una etapa de mantenimiento (programada) ha hecho saltar las alarmas. ¿Y si lo alargan? Uniper, el gigante alemán con base en Düsseldorf, que es el principal comprador de gas ruso, ha tenido que ser rescatado por el gobierno federal por sus acusadas tensiones financieras. En paralelo las importaciones de gas natural licuado se hallan limitadas a las capacidades de los puertos receptores. Y si salimos de la burbuja occidental y nos vamos a los países más pobres de Àfrica y Oriente Medio en los que la población depende de la importación de alimentos básicos como el trigo procedente de Rusia y Ucrania, se comprende la desorientación de los gobiernos locales. No es de extrañar que un informe de las Naciones Unidas indique que el nivel de población hambrienta haya aumentado en 50 millones entre el 2020 y el 2021.Y sigue. En algunos países europeos la gente se ha echado a la calle recuperando el movimiento de los “chalecos amarillos”. Un reciente sondeo realizado en diez países por el European Council on Foreign Relations indicaba que el 35% de los europeos eran favorables a un acuerdo de paz tan pronto como fuera posible, aun a costa de que Ucrania hiciera concesiones a Rusia, y solo un 22% (los irreductibles) consideraban que la paz solo se obtendría tras derrotar a Rusia.
Y lo más grave es que los grandes perjudicados son las rentas de trabajo de las capas medias y bajas de la población. Porque cuando se analiza el reparto de la renta disponible del grueso de la población de muchos países te das cuenta de que la alimentación, los suministros elementales (luz, agua, gas, etc.) y el pago de la hipoteca o del alquiler correspondiente, no deja espacio para nada más. Todo esto acompañado de mejoras salariales del 1 ó 2% frente a inflaciones del 8 al 10%.
Y es evidente que esta grave situación de crisis estructural se podría paliar de forma gradual si se negociara un acuerdo de cese el fuego en el conflicto ucraniano, con el respaldo político de los gobiernos norteamericano y chino. Y ese acuerdo tendría que incorporar el compromiso escrito de una Ucrania neutral, que podría haber sido un Estado federal, aunque probablemente el gobierno ucraniano ha quemado definitivamente esta opción. Que la población de Crimea, el Donetsk y Lugansk ejercieran su soberanía y ratificaran en un referéndum supervisado por las Naciones Unidas cuál es su voluntad política de adhesión a unos o a otros.
E inmediatamente, como ha dicho el nonagenario Kissinger, tratar de restaurar las relaciones amistosas entre Europa y Rusia. Aclarar de una vez por todas si se desea por parte de los gobiernos europeos reconocer que Rusia forma parte de la historia de Europa o si se prefiere que se decante hacia su perfil euroasiático. Esta es una vieja cuestión que ha producido muchos malentendidos. Algunos grandes políticos (aquellos que Kissinger califica como “hombres de Estado”, que es el caso de los Roosevelt, Nehru y Atatürk) sabrían lo que tendría que hacerse, como lo sabía muy bien el general De Gaulle cuando en una ocasión declaró enfáticamente sobre la relación entre Europa y Rusia, “Europa acaba en los Urales”.