Focus: Política
Fecha: 27/07/2024
No me gusta el verano, con ese abuso de unas temperaturas agobiantes, con la estridencia de las calles, con la explosión de un turismo desenfrenado, con la acentuada vulgaridad de vestidos y peinados, con los rutinarios viajes de vacaciones, con las playas tomadas cual si fuera el desembarco de Normandía. Del verano, salvo la luz y poca cosa más. Lo soporto como puedo. Me refugio en el exilio interior.
Pero todavía me gusta menos el espectáculo grotesco que ofrece la clase política, donde lo nuclear es el paripé para investir al triste señor Illa como presidente de la Generalitat (el “155” en aguda observación de Vicent Partal), cuando todos sabemos que el nuevo escenario catalán no cambiará en lo sustancial. Por si alguien todavía no se ha enterado, seguiremos siendo un país ocupado, sometido a los dictámenes del viejo entramado que maneja las riendas del Estado desde la capital del Reino y que cuenta además con la leal colaboración de los catalanes españolizados.
Por favor, no nos aburran con sus mensajes ¿No se dan cuenta de que están haciendo el ridículo? Que todo es un puro sainete.
Hace un par de años escribí una columna sobre los “sainetes”. La he vuelto a leer y me parece de plena actualidad. Se cierra con una proclama esperanzadora. Sigo en ello. No podemos ir a peor.
Mi columna.
“Con apenas diez años, mi abuelo en ocasiones me invitaba al teatro, un teatro lindando con la plaza de Catalunya donde la actividad teatral tenía programación propia. Como él administraba aquel centro, gozaba de un palco próximo al escenario, en cuyo antepalco yo pasaba las horas leyendo tebeos o dormitando.
Ya adolescente tuve ocasión de seguir con atención algunas obras y me enteré de la diversidad del género teatral. En mi época de estudiante formé parte ocasional de la claque de un teatro de la Gran Vía. Luego vino Arrabal, el Living Theatre y disminuyó mi interés. Hoy apenas voy, aunque en mi familia directa ha habido actores profesionales y alguna muy buena actriz aficionada.
Lo que está ocurriendo en la actualidad en el govern de la Generalitat me recuerda el sainete, aquella pieza teatral corta, jocosa, nacida en la calle, barriobajera, muy madrileña. De hecho, en la corte de la capital del Estado hay en la actualidad un programa sostenido de sainetes, en el que los políticos, los informadores, los funcionarios, los influencers y toda esta familia de chaperos mediáticos presentan sus performances con la entusiasta aprobación de la audiencia.
Antes la pomada del gobierno catalán era más seria, más circunspecta, más comedida, más próxima al estereotipo del país. Y nos referimos a los aspectos formales, que es lo que aparece en las plataformas de comunicación y es lo que la gente escucha y ve. Por allí pasaron sin estridencias los presidentes Pujol, Maragall y Mas.
Ahora esa pomada ha ido contagiándose, como en casi todo, del sabor españolista cocido en las sartenes de la capital del sainete.
Y así tenemos personajes, expresiones, frases, situaciones y hábitos que están fuera de lugar. Y como el modelo de referencia resulta patético (los González, Aznar, Rajoy y el resto), no es de extrañar que el espectáculo sea jocoso. La cosa fue deteriorándose con el señor Montilla, aunque este anodino personaje tuvo la virtud de jugar el papel de convidado de piedra. Luego vinieron dos ciudadanos (señores Puigdemont y Torra) que no eran políticos profesionales y no cumplían las expectativas del circo.
Pero ahora por fin han vuelto los actores de verdad y el sainete ha cobrado relevancia. En el sainete lo que cuenta es el tono, la frase fuera de lugar, el desenfado, la verbosidad. El decir algo que parezca muy serio sabiendo que todo es una farsa.
El señor Aragonés, President de la Generalitat, está convencido de que su puesto de trabajo le otorga plenos poderes para el gobierno de la nación, cuando de hecho se limita a administrar lo que el propietario le cede en concepto de subarriendo. Porque no nos engañemos, la Generalitat de Catalunya (tal como ha sido conformada por el Estado) está para hacer trámites y poca cosa más. Seguramente por eso el ciudadano Rajoy expresaba su admiración hacia los catalanes porque “hacen cosas”. Cositas pensaba él.
El señor Aragonés se presenta como el capitán Maravillas que impone condiciones, subido a la tarima, creyendo que así le respetarán más. Quiere acabar pronto con “dubtes, debats i sorolls”. No se da cuenta de que la retórica dominante en las diferencias entre tirios y troyanos es vista con sorna y desprecio desde las tribunas del Estado. Aquí no hay petimetres, viudas, cortejos, esposas, majos y criados, como hay en los sainetes tradicionales, pero como si los hubiera. Las diferencias internas entre los componentes de su asociado partido de gobierno suenan a coro falsamente dramático, en consonancia con la grandilocuencia general. De ahí su mensaje suplicante: “Encara estem a temps d’arreglar-ho”. La claque, formada por el triste líder de la oposición señor Illa y la representante de la telenovela venezolana señora Albiach, abuchean a los actores y los conminan a centrarse “en la feina” (en “les feinetes” diría yo). Y no hablemos de los chicos y chicas del variado portafolio CUP, que como siempre han llegado tarde al teatro porque tenían tareas irrenunciables.
Vamos mal. En la política catalana llevamos años sufriendo el “virus FIFA”. Los activos se han ido deteriorando; la mayoría están amortizados y han sido sustituidos por personajes mediocres, que se comportan como pequeños reyezuelos de un país imaginario. No se pueden decir obviedades como que “Com més democràcia, més a prop serem de la independència”, y al mismo tiempo dirigir la gestoría autonómica con la probidad de un funcionario eficiente.
Se requieren nuevos líderes, audaces e inteligentes, que comprendan el valor de la unidad del independentismo por encima de los pequeños intereses de las cúpulas de los partidos. Seguro que los hay, aunque primero hay que limpiar un poco los rastrojos para que surjan nuevos brotes. La tierra es fértil y prometedora”.