Focus: Política
Fecha: 25/03/2015
Vivimos una época curiosa, plagada de incertidumbres, en la que los pretendidos machos Alfa han pasado a la galería de los recuerdos, y han reaparecido los modelos ligeros, frágiles, endebles, inestables. Me retrotrae a una época en la que algunas mujeres, sobre todo las mujeres más progresistas, se sentían atraídas por los chicos “flu”, unos tipos tiernos y cariñosos que se escondían entre sus faldas cuando surgía el mínimo problema. Esas mujeres protegían a sus amantes y los mimaban como si fueran sus hijos. Pero con el tiempo esa múltiple tarea las dejaba exhaustas.
Ahora vemos que los sondeos – que se han convertido en herramientas de manipulación política – señalan una tendencia del electorado hacia “líderes” de nuevo cuño – el entrecomillado es mío – que tienen la condición de ser inconsistentes, casi insignificantes, aunque se asienten en gestos y palabras con fuerte carga emocional. Destacan entre estos los señores Pablo Iglesias y Albert Rivera.
El señor Pablo Iglesias, por ejemplo, es producto de un laboratorio académico. Ha contado con la colaboración de las televisiones privadas, que han explotado en beneficio propio su capacidad comunicativa en las tertulias políticas. Aunque ha estudiado Ciencias Políticas, tiene una especial sensibilidad para captar las necesidades del mercado. Es lo que los yanquis llaman “market oriented”. Vende lo que la gente desea comprar: el poder para “el pueblo”. Explica que para conseguir ese objetivo hay que acabar con el dominio de “la casta”. Si tratas de profundizar en su mensaje, te pierdes. Tanto el pueblo como la casta son conceptos que no se pueden parametrizar, por lo que su uso resulta cómodo. Si quiero criticar a alguien lo sitúo en la categoría “casta”; si quiero ganarlo para mi causa, lo introduzco en el territorio pueblo. Siempre repite el mismo mensaje, hasta el extremo de que el código “casta” es casi tan popular entre las gentes de a pie como el código “competitividad”. Se presenta como un renovador de la izquierda oficial (PSOE y Izquierda Unida), que describe como rancia. Es anticapitalista a tiempo parcial, lo que es comprensible si tenemos en cuenta que amplió estudios gracias a una beca de Cajamadrid, en la larga etapa de Miguel Blesa como presidente. Tiene un look años setenta, pero, eso sí, recién duchado y planchado.
Su programa económico es un viva al sol. Pone el acento en la distribución, aunque no explica de donde proceden los recursos a distribuir. Considera que “faltan funcionarios” (sic), por lo que nuevas contrataciones ayudarán a crear empleo (esto se parece a la parábola de Keynes, en la que un millón de personas cavan un millón de agujeros, y otro millón de personas los vuelve a llenar). Garantiza una renta mínima y propone reducir la jornada laboral a 35 horas. Está por nacionalizar las grandes empresas estratégicas, aunque no dice quién financiará la operación. No se olvida de subir el salario mínimo. Estas y otras medidas similares son intrínsecamente buenas, aunque pertenecen al reino de la utopía. Utopía es ilusión y siempre resulta refrescante, por lo que es curioso que la use para descalificar el derecho del pueblo catalán a independizarse. De nuevo nos encontramos con la utilización sesgada de los códigos.
El señor Alberto / Albert Rivera es la contrarréplica del señor Iglesias en la derecha del espectro, más a la derecha de lo que declara. También es producto de laboratorio, pero más de una academia de taquigrafía que de un centro universitario. Estudió derecho en Esade y luego amplió estudios bajo la tutela del señor De Carreras, hijo del que fue presidente de la Caixa en pleno franquismo. Quizá por eso aterrizó en Caixabank en un puesto indefinido, del que salió al poco tiempo con una “merecida” excedencia para vivir el salto a la fama que supuso la creación de “Ciutadans / Ciudadanos”.
Dice la leyenda que los integrantes de la “izquierda caviar” (los De Carreras, Espada, Boadella, Pericay, etc.), se inventaron este foro de resentidos y buscaron una imagen nueva, limpia, pulcra y resplandeciente, que los representara. Y allí estaba un chico mono, con aire de no haber roto nunca ningún plato, que cumplía perfectamente con sus expectativas. Lo desnudaron físicamente (en el sentido literal del término) y lo presentaron en sociedad. Contaron con el apoyo explícito o implícito de “El Mundo” y “La Vanguardia”, y con la aprobación “pseudopapal” de don Alfonso Guerra, siempre dispuesto a hacer lo que sea necesario en favor de una España grande y libre.Tuvo un cierto éxito iconográfico y empezó a medrar entre la derecha españolista.
El señor Rivera es un Community Manager a la española, es decir, moderno pero chapado a la antigua. Gestiona su red con eficiencia y ha ido colocando a los suyos y apartando a los disidentes, olvidándose incluso de sus padres promotores. Su mensaje es él. Vive a base de eslogans anticuados. Sólo utiliza como muleta un anticatalanismo visceral, del que hace gala en sus continuas presentaciones en los medios madrileños. Se ha rizado el cabello y aunque parece dispuesto a acudir a una reunión de Congregaciones Marianas, tiene un verbo agresivo; es proclive al insulto y faltón. Pienso que todavía no ha llegado a comprender cuáles son las razones de su éxito, pero se siente animado a morder cuota a la derechona del PP, un espacio en el que es imposible entrar si no te tapas bien la nariz. El se la tapa y presume de bañarse en agua de rosas, aunque ya tiene su cuota de corruptos.
Su programa económico es de naturaleza instrumental, con pequeños retoques al modelo vigente. Mantiene el salario mínimo actual, pero propone un complemento salarial para las personas con salarios más bajos (sic). Bonifica a las empresas que despidan menos (sic), (hay que reconocer lo ingenioso y provocativo del “invento”). Dice que hay que reformar la fiscalidad, pero no concreta. Piensa que la deuda soberana no debe reestructurarse “por ahora”, quizás porque espera hacerlo cuando alcance la cota del 120% del PIB. En todo el ensamblaje no hay la menor prueba de consistencia.
Los señores Iglesias y Rivera son los nuevos “líderes” de la España imperial. Pretenden construir un duopolio que sustituya al antiguo, representado en este momento por unos conductores ajados (señores Rajoy y Sánchez). Son pues marcas de sustitución, productos que el Sistema ha puesto en el mercado para que canibalicen las viejas marcas, ya sobradamente amortizadas.
Son productos “todo a cien” para un Estado en bancarrota. Y unos ciudadanos acríticos, espectadores pasivos, cuyo único alimento “intelectual” son las tertulias de las televisiones del Régimen, harán cola para comprarlos. Todo seguirá como siempre. Y es que es menester que todo cambie para que todo siga igual.
Notas: