Focus: Sociedad
Fecha: 29/09/2024
En tiempos de zozobra, la gran mayoría de los humanos buscan el amparo de los dioses. Unos porque han sido instruidos en una fe particular de orígenes diversos, que cuenta con un amplio arsenal de mitologías, rituales y procedimientos que forman un todo bien estructurado transmitido de generación en generación. Otros porque piensan como Pascal (uno de los padres de la teoría matemática de la probabilidad) de que las ganancias de creer en Dios (en el supuesto de que exista) son muy superiores a cualquier pérdida que podamos sufrir en el caso de que creamos que no exista.
Yo, desde un ateísmo no beligerante, observo esa realidad, que respeto en el ámbito privado pero que no puedo aceptar si traspasa al terreno público y afecta a la totalidad de los ciudadanos, compartan o no esas creencias religiosas. Y esto ocurre y ha venido ocurriendo desde el principio de los tiempos, a pesar de los procesos de secularización, de los avances de la ciencia, del despertar del Renacimiento y del florecimiento del Siglo de las Luces. Cada paso hacia adelante se ha visto constreñido por un paso hacia atrás, fomentado esto último por los oficiantes a sueldo de las leyendas religiosas más fantasiosas, sean estos imanes, monjes, rabinos o curas.
Comenté hace poco mi recuerdo de Oriana Falacci y sus contundentes críticas hacia la interpretación y práctica de las leyes coránicas, que pretenden romper nuestro cuadro de valores morales. Solo hay que ver que allí donde controlan el poder aplican un régimen totalitario, que significa que cualquier parcela de la vida cotidiana está sometida a las leyes de Alá.
En el violento conflicto de Oriente Medio, me duele ver ahora como Israel, un país que nació en un espíritu de libertad, tras decidir unilateralmente su independencia (no se puede hacer de otra manera) se erija ahora como el máximo representante de los valores de Occidente. Con el pretexto de liquidar las “raíces del mal” (Hamás, Hezbollah, Hutis, etc.) un gobierno sionista, ultraconservador y reaccionario (con presencia activa de los partidos ultraortodoxos Shas y United Torah Judaism), está masacrando a miles de personas en un proceso de limpieza étnica actualizada, que reproduce la que ellos sufrieron ochenta años atrás. Y lo hacen invocando a sus profetas en defensa de “la tierra prometida”, como “pueblo escogido” que tiene el derecho de aplicar “la ley del talión”. No sé en qué medida este gobierno neonazi representa a los ciudadanos del Estado de Israel, aunque desgraciadamente fue el que obtuvo mayoría para gobernar.
Estamos en contra de todo totalitarismo y también en contra de toda manipulación. La “islamofobia”, por ejemplo, no es un odio ni un rechazo, sino “un miedo” (fobia) al islam como religión, que es algo muy distinto, como lo es la “aracnofobia” (miedo a las arañas) o la “claustrofobia” (miedo a los espacios cerrados). Por eso estamos también en contra del “sionismo” como corriente fundamentalista de base religiosa; no estamos en contra de los judíos ni del pueblo israelita; siempre hemos sentido admiración por sus valores primigenios, que ahora están siendo traicionados. Fue el propio Ben Gurion, primer jefe de gobierno de Israel, quien prometió que jamás permitiría que su país acabara siendo un Estado teocrático.
Aquí si alguien sobra son los dioses. El único paraíso está en la tierra y en nuestro respeto por la naturaleza.