Focus: Política
Fecha: 28/04/2017
Tenía dieciséis años recién cumplidos cuando empecé a frecuentar el Instituto Británico, situado en un agradable palacete de la entonces llamada avenida del generalísimo Franco. Estudiábamos inglés, pero también nos refugiábamos – aunque fuera por unas horas – del entorno fascistoide que dominaba la España negra de finales de los cincuenta.
Recuerdo especialmente a mister Grant Robertson, un excelente y divertido profesor que nos preguntaba cada lunes por nuestras andanzas juveniles en el “squeezetorium”, un vocablo inventado que nos liberaba del aparato represivo y reaccionario del nacional-catolicismo.
En distintas ocasiones a lo largo de los años que pasé allí hasta llegar al proficiency, grupos de falangistas se manifestaron frente al Instituto al grito de “Gibraltar español”, todo ello medianamente orquestado por la “gristapo”. Los de dentro del recinto, nos sentíamos Brits, aunque no lo fuéramos.
Veo que ahora y acogiéndose al Brexit, el gobierno central vuelve a la fanfarria y reclama la soberanía, aunque sea a tiempo parcial. Eso de la “soberanía” los tiene crucificados. Como siempre sus reclamaciones cuentan con el apoyo de sus socios naturales (el PSOE y los chicos y chicas de Ciudadanos).
Como son unos ignorantes, no son capaces de interpretar éste, para ellos, dramático problema. Vamos a ayudarles un poco y quizás entrarán en razón, aunque ya sabemos que no es su fuerte.
Dejemos a un lado el Tratado de Utrecht (1713), por el que Gran Bretaña abandonó a la Corona de Aragón, poniendo fin a la Guerra de Sucesión y permitiendo posteriormente que las fuerzas borbónicas y castellanas acabaran con la resistencia del gobierno legítimo de Catalunya. A la corona británica le convino el tratado, ya que aparte de quedarse Gibraltar y Menorca, le permitió desmantelar una porción importante de los territorios europeos de la Corona de España. Y ya se sabe que los británicos, y en particular los ingleses, “no tienen amigos ni enemigos, sólo tienen intereses”.
Han pasado tres siglos desde aquella debacle para Catalunya, y Gibraltar sigue siendo una posición británica y lo seguirá siendo por muchas razones, la mayoría de naturaleza geopolítica:
Pero lo más importante es que en todos los sondeos sobre el futuro de Gibraltar, los gibraltareños han votado masivamente por permanecer vinculados a la enseña Brit. Y esto, en democracia, es lo que cuenta.
Los gibraltareños votan; los catalanes no pueden votar. Esta es la diferencia entre una sociedad democrática y civilizada y la pseudodemocracia de un imperio decadente en el que nos ha tocado vivir.