Focus: Política
Fecha: 20/07/2016
Estos días se ha producido un nuevo ejemplo de la falta de esos mínimos conocimientos que se exige a la profesión periodística, para que cumplan su oficio y hagan un retrato ajustado del episodio político acontecido en Turquía.
En la superficie el relato es muy simple: un grupo de militares ha intentado tomar el poder y han fracasado en su empeño. Por su parte, el presidente del país, con el apoyo del pueblo, ha recuperado la legalidad constitucional.
Demasiado simple para ser verdad.
Como ya señalé recientemente con relación al contencioso Catalunya – España (Golpe de Estado. 19.11.2015 http://www.alfdurancorner.com/articulos/GOLPE-DE-ESTADO.html ), en el caso que nos ocupa y con la información de la que se dispone, se diría que más que “un golpe de Estado”, lo que ha ocurrido es “un golpe desde el Estado”.
El ejército turco, con 650.000 miembros (el segundo en volumen de la OTAN después de Estados Unidos) es un ejército importante, que se considera pieza clave en la estrategia de defensa europea. Históricamente ha sido una fuerza laica, desde que Kemal Atatürk, un militar revolucionario, creó la nueva Turquía, tras el desastre otomano después de la I Guerra Mundial. Atatürk, ya como presidente, cambió el país y lo modernizó, tanto en el campo político, como en el económico y social. Sigue siendo todavía el modelo de referencia para las fuerzas armadas turcas.
Y esas fuerzas armadas (al menos una parte de ellas) protagonizaron un “golpe de Estado” al estilo “tejero”, más propio de un sainete madrileño que de un plan bien trazado. Desorganizadas, incapaces de ocupar los centros clave, desinformadas, desconcertadas, sin liderazgo claro, pasivas. Ha sido un caso de probada incompetencia. ¿Qué sentido tiene esto?
Además el presidente Erdogan llevaba ya mucho tiempo recomponiendo la estructura de mando de ese ejército y colocando a sus fieles, lo que podría haber reducido la probabilidad de cualquier intento. Recordemos que en el 2011 ya condenó a cadena perpetua a 17 altos militares. A pesar de todo, el “golpe” se ha producido.
Da la impresión de un proyecto urdido desde el interior de la presidencia para liquidar cualquier vestigio de oposición. Erdogan ha dado sobradas pruebas de su talante antidemocrático y de su voluntad islamizadora, aspecto este último que choca frontalmente con el legado de Atatürk. ¿Cómo puede ser que al día siguiente se desmantele el supuesto “aparato” del golpe, se detenga a millares de militares de todos los escalones y se aparte de los tribunales a centenares de jueces y magistrados? ¿O es que estos últimos pilotaban los cazas que bombardearon el Parlamento y que, curiosamente, no impidieron que el avión del presidente aterrizara con facilidad?
La recurrente cantinela de referirse a su antiguo camarada Fethullah Gülen como el inspirador del golpe (desde su dorado exilio en Estados Unidos) no hace más que mostrar la paranoia de un autócrata.
Las manifestaciones populares pidiendo la pena de muerte no dicen mucho a favor de esa Turquía moderna que pretende incorporarse a la Unión Europea.
Como siempre los líderes políticos occidentales han apoyado al gobierno “legítimo”, aunque hipócritamente le han recomendado prudencia en sus decisiones condenatorias de los inculpados.
Y es que el presidente Erdogan los tiene bien controlados y puede chantajearlos. A Estados Unidos, con amenazas a su opción de enfriar su papel en la OTAN, y a la Unión Europea, con su voluble acuerdo para “almacenar” a centenares de miles de refugiados expulsados de la UE, que malviven en el limbo turco.
La tímida oposición en Turquía tiene los días contados. Caza mayor. Se ha abierto la veda.
No hay que preocuparse. Occidente mirará hacia otro lado.
Notas:
(1) Nuestra cita anima a pensar. Un atrevimiento.
(2) En lectura seleccionada tenemos un texto del gran Xammar sobre el sentimiento independentista de Prat de la Riba.
(3) En mi biblioteca acudimos a un libro clásico sobre la “teoría de los juegos”, teoría de la que tanto se habla ahora en el campo de la microeconomía.
(4) En “de otras webs”: El buen periodismo de The Guardian, como contraste a la mediocridad general.