I DON'T GIVE A DAMN

Focus: Sociedad
Fecha: 13/09/2021

En toda obra dramática hay un momento álgido, un momento que a modo de síntesis cierra simbólicamente el relato. Si ese momento coincide con el final de la obra, la fuerza del cierre es todavía mayor. Así sucede en “Gone with the Wind”, cuando Rhett Butler, el cínico y arrogante protagonista, contesta a la pregunta de la joven, bella y caprichosa Scarlett O’Hara, que le inquiere  “Where shall I go?” (¿Dónde iré?), “What shall I do?” (¿Qué haré?). Butler sentencia : “Frankly my dear, I don’t give a damn”.

Me quedo con el final: “Francamente querida, me importa un bledo”, aunque fonéticamente la palabra inglesa es más contundente que la castellana. La frase en francés es más directa (“Je m’en fous”), como lo es en catalán (“Se me’n fot”).

El castellano es una lengua secuestrada por las agudas y las esdrújulas, en tanto que el inglés es más preciso y sintético. Si nos olvidamos de la frase entera y nos quedamos con el nominativo (damn), el significado cobra otros tintes. Damn es maldito, perverso, que tiene malas intenciones.

En cualquier caso, la respuesta es despreciativa. Ni le importa ni le interesa. Se puede referir, como es el caso de la película, a una persona, pero también vale para otras circunstancias.

Curiosamente en castellano se suaviza, ya que lo más usual es “me importa un bledo” o “me importa un comino”, siendo lo primero una hortaliza de hojas triangulares de color verde y flores rojas, bastante desabrida si no la amenizas, y lo segundo una planta herbácea cuyas semillas aromáticas se usan como especia.

Por eso me quedo con el inglés. Lo más atractivo de la frase en castellano es que niega lo que afirma. Dice que le importa, cuando de hecho no le importa en absoluto.

Es lo que me ocurre, y no creo ser el único, con el correveidile de la información cotidiana. Yo habitualmente me quedo con el flash de los titulares (por si de una vez por todas ha empezado la III Guerra Mundial y no me he enterado), y paso página rápidamente. Recuerdo que en una ocasión le preguntaron a Andrew Weil  -uno de los médicos más reconocidos de Estados Unidos, que tras vivir años en la selva amazónica regreso a su país y abrió consulta con su medicina integrativa-  cuál era el consejo definitivo para cualquiera de sus muchos pacientes. Weil fue taxativo: “Haga dieta de telediarios durante un par de semanas. Reducirá su toxicidad”. Porque de eso se trata.

Hace ya muchos años que los medios de comunicación españoles, sin distinción, resultan tóxicos para cualquier ciudadano razonablemente equilibrado. Los que se empeñan en seguirlos, no estaría de más que se vacunaran previamente, consejo probablemente baldío vistos los niveles de audiencia. Pero como los virus se extienden con facilidad, la mayoría de los medios de origen catalán (por su base territorial) se han ido también contagiando progresivamente (unos alborozados, los otros renuentes), hasta alcanzar la cota de los primeros. Si quieres tener un mínimo pulso de las cercanías informativas, solo puedes acudir a algunos digitales (muy contados) que con las consabidas dificultades económicas arrastran su subsistencia en este contaminado entorno. El resto es basura.

A modo de ejemplo, tomaremos un abanico de las informaciones que los medios destacan en sus parrillas de salida en un día cualquiera. Esas informaciones serán luego rebotadas en las innumerables tertulias en las que los tertulianos profesionales (¡menudo oficio!) se cruzan reproches, se insultan, se menosprecian, se jactan de lo que no saben, y luego salen corriendo en busca de más dietas.

En ese día tomado al azar los temas estrella eran: la mesa del diálogo, las declaraciones de la señora Colau, la soflama (expresión para levantar el ánimo) del señor Lesmes, las supuestas tribulaciones del exobispo señor Novell, el partido de fútbol de “la Roja” y la Federación de fútbol de Kosovo, el sumario sobre “que llegan los rusos”,  y otras lindezas similares.

Veamos:

Estos ingredientes o similares forman parte de la dieta alimenticia diaria con la que se informan o malforman los ciudadanos de este país, dieta que además pasa por la cocina de los tertulianos.

Antes a los niños les daban aceite de ricino para purgar. Ahora ya no se hace físicamente sino por ondas electromagnéticas.

Hagan caso al doctor Weil. Yo le sigo escrupulosamente porque en el fondo, como a Rhett Butler, todo ello I don’t give a damn”.

 

 

Memorial per als desmemoriats
Alf Duran Corner

 

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