IDIOTAS O NECIOS

Focus: Política
Fecha: 03/08/2024

Aunque era esperado, no por ello deja de resultar inquietante el resultado del referéndum llevado a cabo entre los militantes de Esquerra Republicana para decidir si daban o no su apoyo a la decisión de su núcleo duro (los que mandan) de hacer President de la Generalitat al señor Illa, cabeza visible del PSOE en Catalunya.

No vamos a entrar en el perfil del ciudadano Illa, que todo el mundo conoce o debería conocer sobradamente. Esquerra Republicana ha contribuido a poner un zorro en el gallinero. Ya sabemos lo que ocurre en estos casos.

Solo queremos ceñirnos a las razones que el núcleo duro ha utilizado para defender ardorosamente su postura ante los militantes de base. Son tres razones, aunque la tercera es la integral matemática de las dos anteriores.

La primera, y en teoría la más contundente, es la “soberanía fiscal” a largo plazo, o como dice la señora Rovira (en su logrado papel de monja seglar) “tenir les claus de la caixa”. A esto en el mundo de la empresa privada le llamamos controlar la tesorería y para ello nos nutrimos de una serie de instrumentos técnicos que lo facilitan. Sabemos lo que queremos, cómo lo vamos a hacer, cuando, donde y por qué. En los argumentos de Esquerra Republicana no hay el mínimo contruct intelectual explicativo de todo ello.

La segunda razón es tan etérea como la primera y tiene que ver con el blindaje del catalán. El mundo de la filología catalana ya se ha llevado las manos a la cabeza ante la ambigüedad de los planes de acción para llevar a buen puerto este objetivo. La guinda de este pastel es la “promesa” de que el President señor Illa se dirigirá en sus comparecencias públicas en catalán. Resulta una broma de pésimo gusto, a no ser que se asocie metafóricamente la figura del triste señor Illa al siempre añorado humorista Buster Keaton.

Con este material llegamos a la tercera razón, que se nos cae de las manos: resolver el conflicto político entre Catalunya y España. Desastre total.

Si volvemos al resultado y a pesar de las presiones en términos informativos del aparato del partido (todos ellos pendientes de sus sueldos en la Administración, sueldos que peligrarían si se quedaran en la calle), una notable parte de los militantes se han declarado en contra. Son los que a mi juicio mantienen las siglas del partido (la C de Catalunya), pues el resto hace tiempo que la tiraron por la borda con el señuelo de ser un partido de “izquierdas”, de una izquierda tan española como la del PSOE o la de Sumar.

Lo que más me llama la atención es cómo ha llegado a estas conclusiones el denominado “núcleo duro” (los que mandan). Y por mucho que le doy vueltas solo puedo pensar que o son unos idiotas o son unos necios. Y lo digo respetuosamente.

Si nos alejamos del uso que las palabras tienen en el lenguaje popular, un “idiota” (del griego “idios”, en el sentido de personal, privado) es un ciudadano con limitaciones intelectuales, que en un caso extremo le lleva a una edad mental de un niño de dos años. Si somos más prudentes, lo podemos dejar en estúpido, poco apto para la reflexión intelectual. Y en este cruce lo asociamos a “necio”, atributo más neutro pero todavía más peligroso. Porque un necio es el que ignora, el que desconoce, el que carece de los conocimientos necesarios para interpretar algo o, peor aún, el que es incapaz de comprender los fenómenos con los que se encuentra. Los caminos de la necedad pasan por una pobre o escasa educación, por un proceso de socialización fracasado o por una inmadurez estructural que conecta con la idiotez.

Porque si a estas alturas de nuestra historia común todavía alguien no se ha dado cuenta de que todo el andamiaje del Estado español, y en especial el andamiaje económico (que sustenta y explica todo lo demás) está construido sobre un sistema fiscal que drena recursos de los ciudadanos catalanes para distribuirlos a su antojo entre los ciudadanos españoles (con especial dedicación a los adictos al Régimen) es que o es un “idiota” o es un “necio”. O ambas cosas a la vez.

Ahora que estamos sufriendo ese españolismo barato en que los espectadores españoles de las olimpiadas expresan con las banderas su amor patrio, pensamos que todo ello no es más que el reflejo popular de una España imperial que necesita seguir contando con los tributos de los ciudadanos catalanes, de sus empresas y de sus instituciones, pues de no ser así dejarían de jugar en la Premier League, hecho para ellos irrenunciable.

Y si no fuera suficiente con sufrir el expolio sistemático del Estado, hemos de soportar el coro incesante de plañideras (los Feijóo, Lambán, González, Abascal, García Page, Aznar, etc.) que llevan años vendiendo con éxito entre su público fiel que el expolio tiene un sentido inverso y que son ellos los que nos pagan el sueldo. Mayor irracionalidad no cabe. Peor catadura moral tampoco.

Tenía razón Mao. “Hacer la revolución no es ofrecer un banquete, no es escribir una obra, ni pintar un cuadro o hacer un bordado; no puede ser tan elegante, tan pausada y fina, tan apacible, amable, cortés, moderada y magnánima. Una revolución es una insurrección”.

Y si no estás dispuesto a ello, mejor que te quedes en casa. Para los “sainetes” (lo dije en otro lugar) ya tenemos a Carlos Arniches.

 

 

 

Alf Duran Corner

 

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