ÍDOLOS CAÍDOS

Focus: Política
Fecha: 26/10/2012

Tras la guerra civil española, los adultos vencidos sufrieron el terrible impacto del miedo. Podían ser fusilados, encarcelados, degradados o sometidos a cualquier vejación, sólo porque algún fascista vengativo los denunciara. Entre abril de 1939 y mayo de 1945 (caída del imperio nazi) había barra libre para todo tipo de atrocidades. Era la “paz del cementerio” impuesta por el dictador. Luego vino la calma, pues los jerarcas del Régimen querían recomponer su imagen frente a las potencias aliadas. Pero el miedo quedó incrustado en las carnes de los vencidos, hasta el punto de renunciar a cualquiera de sus ideales.

Los niños de la posguerra sabían poco del conflicto, pues sus padres procuraban evitar todo tipo de referencias. Si sabían de estrecheces y carencias, de limitaciones, de colegios de pago, de racionamiento. Esos niños crecieron y algunos de ellos (ciertamente una minoría) irrumpieron como adolescentes en el espacio público tolerado, se asociaron, promovieron seminarios de discusión, estudiaron idiomas para así poder escuchar emisoras extranjeras libres, empezaron a acudir a manifestaciones, se afiliaron a partidos clandestinos y sacrificaron parte de sus años jóvenes con el objetivo utópico (esto se comprobó después) de acabar con el franquismo. El dictador murió de forma natural, pero su huella marcó la Transición y dio paso a esa “democracia de mínimos” en la que el Estado Español se halla instalado.

El post-franquismo fue un amago de libertad, pero pronto se vio que el concepto circular de la historia tomaba carta de naturaleza. La “democracia española” nunca comprendió que el Estado estaba constituido por varias naciones de distinto origen, cultura, lengua, normas de convivencia y recorrido histórico. Barrió con este modelo e impuso el reparto entre grupos de intereses de marca castellana, como lo había hecho en 1874 la Restauración Borbónica, que se limitó a ratificar los Decretos de Nueva Planta de 1714. El pastel era propiedad de dos y sólo de dos colectivos: los herederos del franquismo (Partido Popular) y sus legitimadores (Partido Socialista Obrero Español). Ambos partidos centralistas, que han practicado y siguen practicando el clientelismo político con desmesura, como lo habían hecho sus ancestros en la España caciquil del siglo XIX y primer tercio del XX.

Toda aquella fiesta de finales de los setenta, todos aquellos mítines, todas aquellas manifestaciones a favor de la libertad y del progreso han servido para poco. Éramos demasiado jóvenes para darnos cuenta del engaño. Los teóricos líderes de la “nueva democracia” se han quitado las máscaras y ahora hacen frente común en defensa de la “unidad de España”. Las declaraciones a este respecto de personajes como Felipe González, Alfonso Guerra, Alfredo Pérez Rubalcaba, Manuel Chaves, Javier Solana o José Bono resultan patéticas. Podrían estar en boca de sus camaradas de la “derechona” de toda la vida. Consideran que la democracia es de su propiedad y la interpretan como les da la gana. Nunca han sabido distinguir lo legal de lo legítimo, el Derecho de la Justicia. Podían haber pasado a la historia como viejos rockeros y han quedado como simples carrozas.

No caigamos de nuevo en el error. Como decía Josep Pla, lo que más se parece a un español de derechas es un español de izquierdas.

Alf Duran Corner

 

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