Focus: Política
Fecha: 29/06/2024
Lo he contado muchas veces pero lo voy a repetir, a ver si se enteran los ilusos que van poniendo etiquetas a las personas, a las instituciones, a los grupos políticos, sin saber mínimamente razonarlo. La anécdota nos hace regresar a la universidad de Cambridge, a primeros del siglo XX, cuando George Edward Moore, uno de los padres de la filosofía analítica, jugaba con sus colegas (entre los que se encontraban genios como Bertrand Russell o Ludwig Wittgenstein) y les provocaba diciendo: “Cuando usted dice que tal individuo es “interesante” a que se refiere? ¿Quiere usted por favor describir analíticamente cada uno de los parámetros que definen este concepto? Si no es capaz de hacerlo está usted especulando. No merece nuestro respeto”.
La privilegiada mente de Moore, su disciplina y el rigor de su método de análisis han marcado buena parte de la investigación en las ciencias sociales.
Por eso me causa hartazgo la continua condena de cualquiera que levante la voz frente al “establishment”, constituido éste por un conjunto de políticos profesionales, bien alimentados gracias a los Presupuestos Generales del Estado, y por su coro de opinadores mediáticos, bien engrasados por los anteriores, que van dando lecciones de ética de calendario. Y aquí no se salva nadie, ni los portavoces de los partidos políticos catalanes que presumen de independentistas (ERC, Junts, la CUP), ni los comentaristas de los medios digitales próximos a ellos que se autocalifican de independientes y críticos.
Me cuentan, y el que me lo cuenta merece plena credibilidad, que la españolizada TV3 ha dedicado un flash (y no es la primera vez que lo hace) sobre la extrema derecha catalana, en el que han entronizado a Aliança Catalana como el ejemplo vivo del mal. Argumentos pocos y cogidos al vuelo de unos “expertos” asaltados por el camino. Especulaciones muchas. Falsas interpretaciones las que usted quiera. Son malos por “islamófobos, xenófobos y racistas”. Mezcle estos componentes y sírvalo bien frío.
Detrás de todo este montaje hay una combinación de ignorancia, prepotencia y mala fe. El bueno de Moore los echaría del aula. En su momento ya dediqué una columna al manoseado tema de la teórica bipolaridad “derecha-izquierda”, y a la gran mentira construida sobre ella (“La izquierda, la derecha y la madre superiora”...).
No voy a insistir sobre esto y menos cuando hace apenas unos días el gobierno de “izquierdas” del ayuntamiento de Barcelona privatizó por un tiempo la joya arquitectónica del parque Güell para que la marca Louis Vuitton presentase su espectáculo de moda, y más adelante acotó un gran espacio en el centro de Barcelona para una promoción del gran negocio de la Fórmula 1, negocio propiedad de Liberty Media Corporation valorado en 9.000 millones de dólares. Y qué decir del enorme tinglado económico de la “America’s Cup”, una competición internacional de vela para que las élites económicas se distraigan mientras algunos de sus representantes se enriquecen todavía más. Esto tiene tanto de izquierda como yo de monaguillo, a no ser que este ayuntamiento “progresista” quiera recuperar los mullidos sofás del Bocaccio y congraciarse con la “izquierda caviar” de toda la vida.
¡Y esta gente y sus engrasados acólitos tienen la desvergüenza de tachar de “malignos” a los que no piensan como ellos, sin entrar a fondo en la lógica de los atributos!
Lo primero que tendrían que hacer es documentarse un poco. No voy a referirme al tema migratorio. Hasta el más idiota (en la acepción más amable del eminente neurólogo Charcot) reconoce que hay que parar el flujo si no queremos explotar poblacionalmente. Luego hay que regularlo para que haya un ajuste severo con las capacidades de absorción de puestos de trabajo, el perfil de los emigrantes, las necesidades reales del mercado, el nivel de las prestaciones públicas (sanidad y educación) y la dimensión de la población. Son razones de peso, sociales, económicas y políticas para tomar decisiones ya.
Centrémonos ahora en la “islamofobia” (que integra, a juicio de los nuevos inquisidores, la “xenofobia” y el “racismo”). Una observación elemental es que un atributo no conduce necesariamente a los otros, a no ser que quieras ponerlos con calzador. El “xenófobo” rechaza todo lo que es ajeno a su propia nacionalidad. Es un rechazo al extranjero. El “racismo” es una ideología que considera que hay razas o etnias superiores a otras. En el profundo sur de Estados Unidos todavía hay mucha gente que cree que la raza blanca es superior a la negra y también a la oriental. Podríamos añadir muchos ejemplos. Los hay a montones.
Aliança Catalana no expresa en su programa un “rechazo al extranjero”, ni tampoco dice que la “raza catalana” (categoría por definir) sea superior a las otras.
Volvamos pues a la “islamofobia”, que es de verdad donde duele. Y para ello hemos de referirnos al Islam, religión monoteísta (Alá) fundada por el profeta Mahoma en el siglo VII en el territorio de la península arábiga. Como cualquier otra religión monoteísta es muy severa en los principios y creencias básicas. En cuanto a las prácticas se limita a cinco elementos: la profesión de fe, la limosna, la oración, el ayuno y la peregrinación a la ciudad santa de La Meca. Yo que soy ateo no beligerante respeto cualquier creencia religiosa, siempre que a su vez esa religión respete el espacio público, que es de todos. Esa regla de civilidad desgraciadamente no se cumple en el caso del Islam, ante la mirada distante y tolerante del mundo occidental.
Lo que la sociedad, cualquier sociedad, no debe tolerar es lo que Luckacs llamaba el “asalto a la razón”. Y este asalto lo practican significadas mayorías de las dos principales ramas del Islam: los sunitas y los chiitas. Y todo este colectivo coincide en una lectura “totalitaria” de la vida, que significa que sus creyentes deben ajustar su patrón de conducta diaria de forma rigurosa a los principios de su religión: el trabajo, el ocio, la alimentación, el sexo, el orden, el género, etc.
Es por eso que el análisis sociológico moderno distingue al musulmán que practica su religión (el Islam) en privado, del islamista, que tiene una visión integrista y fundamentalista de esa religión, defiende la “guerra santa” (curiosa denominación) y la lleva a la práctica en su discurso y en la acción política. No es un tema de “islamofobia” (un temor exagerado frente al Islam), sino de un temor más que justificado ante el islamismo dominante en muchas mezquitas de Occidente, que esa falsa izquierda en el poder ha ayudado a promocionar sin el mínimo escrúpulo, mientras estaba ocupada en el macroproyecto del “Hard Rock”.
Y si alguno de esos inquisidores baratos quiere contrastar sus pobres teorías con la práctica, le sugiero una visita (vacaciones de verano) a tres países que destacan, por razones diversas, en el “islamismo” chiita y sunita. Algo así como una semana en Irán (chiita), otra en Arabia Saudita (sunita post moderno) y un corto fin de semana en Afganistán (sunita tradicional), porque este último no da para más. Nos centraremos en el capítulo de los derechos de la mujer en esos países. Veamos. Se lo pasarán bien.
Empezaremos por Irán. Irán es un país moderno, de noventa millones de habitantes y un millón y medio de kilómetros cuadrados aproximadamente. Cuna del imperio persa, su pasado histórico es relevante en todos los ámbitos. Cuenta con una economía en desarrollo y su PIB per cápita se estima en 16.000 $. Equilibra bien sus cuentas comerciales con el exterior. Tiene capacidad nuclear no definida. Su capital Teherán es una de las ciudades más interesantes de Oriente Medio. El factor diferencial es que desde 1979 es una teocracia (el gobierno de Dios), donde religión y administración pública forman un mismo cuerpo.
Cuando se produjo la revolución islámica (1977), las mujeres contribuyeron para derrocar a la dinastía Pahlavi, pero los “islamistas” en el poder pronto olvidaron esa contribución. El líder Khomeini animó desde el principio a las mujeres a que tuvieran muchos hijos y se dedicaran a las labores del hogar (el “kirche, kínder, küche” hitleriano, “iglesia, niños y cocina”). También recomendó el uso del velo, que incluso era obligatorio si trabajabas en el sector público. Se pasó de las recomendaciones a las obligaciones. En 1983 se introdujo una ley que castigaba con 74 latigazos a las mujeres que circularan por la calle sin velo. A lo largo de los años ha habido cambios más o menos tolerantes autorizados por la cúpula del poder, pero la discriminación ha seguido y a veces se ha ampliado. Hay muchos e interesantes ejemplos de esta práctica, como que las mujeres no pueden cantar en público porque “la voz de una mujer puede ser erótica” y menos todavía bailar, a no ser que lo haga en su domicilio junto a su marido. Otro es que las mujeres pueden utilizar las redes sociales, pero cuidado con las fotos que introducen, pues pueden ser motivo de severos castigos Y si quieren viajar al extranjero, necesitan la aprobación de sus maridos. Lo mismo ocurre si quieren trabajar en algunas ocupaciones controladas por los hombres. Esos mismos hombres, antes de casarse, pueden exigir un “test de virginidad”. Todo muy bello. Son unos pocos flashes de lo que significa el islamismo en el poder chiita.
Ahora vayamos a otro gran país: la Arabia Saudita, el gran productor de petróleo del mundo, cuyas reservas de crudo son cuatro veces superiores a las reservas sumadas del resto de petroleras. No es una teocracia, sino una monarquía absoluta, lo que significa que el monarca (Salman bin Abdulaziz) y su núcleo más próximo ostentan todo el poder. El islam como religión nació allí y por eso en su territorio (de dos millones doscientos mil kilómetros cuadrados) se encuentran las dos grandes ciudades “santas”: la Meca y Medina. Su constitución es el Corán, en su sentido más estricto (no es necesario añadir mucho más). Respecto al legendario Irán, es un país relativamente joven, pues consiguió la unificación de las tribus árabes en 1932. Tiene una población de 36 millones de habitantes, de los que el 90% son sunitas. Es un país económicamente rico, con una renta per cápita de 50.000 $. Su enorme excedente comercial le ha permitido hacer grandes inversiones para cuando los combustibles fósiles pierdan su protagonismo.
Y, ¿cómo afecta tanta explosión de modernidad y riqueza a las mujeres sauditas? Veamos.
El caso de Arabia Saudita es muy particular y puede conducir a engaño. Al ser una monarquía absoluta, es el propio monarca quien nombra y controla a la máxima autoridad religiosa (el Gran Muftí), jefe del comité permanente de investigación islámica, que emite las Fatwas (un pronunciamiento que debe llevarse a término, como el que emitió el ayatola Jomeini – chiita - ordenando el asesinato por condena del escritor Salman Rushdie). Un segundo factor importante es que su prepotencia económica le permite comprar internacionalmente a muchos agentes políticos y sobre todo a los principales comunicadores, de forma que las versiones que aparecen sobre la vida cotidiana en Arabia Saudita están dulcificadas. Blanquean descaradamente una realidad muy sórdida, con la colaboración de organismos como la Federación Española de Fútbol.
Por eso se insiste mucho en la mejora en el trato de las mujeres desde que el príncipe Mohammed bin Salman inició el desarrollo de su plan para modernizar el país. Se dice que ahora ya pueden sacar sus propios pasaportes, vivir independientemente e incluso viajar al exterior, sin el permiso de su “wali” (una especie de guardián legal masculino, de acuerdo con las imposiciones de la estricta ley islámica). Claro que en la práctica estas “ventajas” quedan reservadas a una minoría de mujeres de renta alta y media alta, en núcleos urbanos destacados, mujeres que desde el 2018 pueden “conducir”, como si esto fuera un privilegio. El resto, la mayoría de las mujeres sauditas, necesitan un permiso para casarse, han de vestir “modestamente” (forma y tipo de tejido en la vestimenta), no han de maquillarse, y han de limitar el tiempo compartido con hombres no vinculados a su familia. Hasta diciembre del 2019 las entradas de los restaurantes tenían dos puertas según el género. Tanto el matrimonio como el divorcio se ajustan a las ordenanzas de la “sharia” (ley islámica). La segregación se explicita públicamente en algunos eventos (deportivos, etc.) donde apenas hay mujeres. Se insiste mucho en la pureza ideal de la nación islámica y en el hecho de que los valores de occidente corrompen ese ideal. Aunque el “Comité para la Promoción de la Virtud y la Prevención del Vicio” ha casi desaparecido (su brazo ejecutor era la policía religiosa en la calle), la cultura de fondo continúa siendo la misma, lo que explica que miles de mujeres traten de huir del país cada año. Excepto las manos y los ojos, el resto del cuerpo de una mujer es considerado “parte íntima” y debe ser cubierto. Los diseñadores saudíes han trabajado en nuevas propuestas de moda, sin cambiar el objetivo último de la “sharia”. Todas estas restricciones y muchas otras varían según la zona y el grado de tolerancia de las autoridades locales, lo cual es muy complicado en un país cuyo territorio es más de cuatro veces superior al de España. Esta es la vida de una mujer en un país islamista.
Nos queda el “weekend” en Afganistán, también sunita, pero sin el dinero ni la sofisticación saudita. Aquí la fe islámica no se oculta y aparece tal cual es.
Después de la penosa fuga del ejército norteamericano, que dejó el país peor que estaba, el Emirato Islámico de Afganistán ha reconducido la situación para llevarla a etapas precedentes. Su lógica es muy simple: hay que crear un ambiente de seguridad para “preservar la castidad y dignidad de la mujer”. Y el primer paso es proteger su rostro, que es “una fuente de corrupción”.
El pack para las mujeres es completo: educación mínima, sometimiento al varón, no presencia pública. Y todo ello se explicita en que deben ir acompañadas de su “guardián” si van por la calle, no deben hablar en voz alta, no deben aparecer en ventanas o balcones, donde podrían ser vistas desde fuera, no pueden usar zapatos de tacón alto, ya que el repiqueteo podría “excitar a un hombre”, no pueden ser fotografiadas ni filmadas, no pueden tener ningún papel en los medios de comunicación, no pueden maquillarse ni pintarse los labios, no pueden trabajar sin autorización expresa. En definitiva: no pueden hacer nada. Si se salen de la norma pueden ser azotadas o lapidadas, a la antigua usanza.
Éste es el islamismo que puede generar en cualquier persona sensata un rechazo categórico, se llame “islamofobia” o se llame como se llame. Y este peligroso islamismo, que es el que se predica en muchas de las mezquitas asentadas en Catalunya, debe ser barrido y expulsado para no contagiar todavía más a una sociedad decadente como la occidental, que ya tiene sus propios problemas y no puede añadir otros. Y el control estricto del flujo migratorio de esa procedencia de forma inmediata es una prioridad para los gobiernos europeos, sean de izquierda, de derecha o de la madre superiora.
¡Basta de gilipolleces! En este caso la definición de Moore es innecesaria.