Focus: Sociedad
Fecha: 24/12/2009
Para gozar con el espectáculo que acabo de describir, se necesita tener los sentimientos muy pervertidos. Esto lo decía José María Blanco White, uno de los intelectuales más sólidos (ética y culturalmente) del siglo XIX español. Se refería a las corridas de toros.
Pero como no se puede pasar de los hechos a los juicios de valor, porque lo segundo no es consecuencia lógica de lo primero, como bien recordaba el filósofo George Edward Moore, vayamos a los hechos.
• Un animal, un mamífero, es criado y alimentado para ser martirizado en una plaza pública.
• No es el sacrificio que exige la cadena alimenticia (propio de un matadero).
• El toro es sometido a un proceso secuencial de acometidas físicas: las picas, las banderillas, el estoque.
• El público (hombres y mujeres adultos) aplaude cada una de esas acometidas.
• En ocasiones suenan los acordes de un pasodoble.
• Los oficiantes van vestidos al uso de mediados del siglo XVI.
• Cuando el animal muere, y según el juicio de unas supuestas autoridades competentes, se entrega al oficiante, a modo de premio, algunas de las extremidades del toro: orejas, rabo.
• El oficiante principal, según los casos, es sacado a hombros de la plaza pública.
Si un ser humano, en plenas capacidades mentales y sin contagios históricos, visionara por primera vez este proceso, su respuesta natural sería de rechazo. A nadie en su sano juicio, por poca sensibilidad que tenga, le puede gustar la violencia, la agresividad, la tortura y la muerte.
La mayoría de las “tradiciones” son las respuestas irracionales del vulgo ante la dureza de la vida, consentidas por el poder. Por eso se lapidaban a las adúlteras o se quemaban a los “herejes”. Pero como matar a seres humanos de forma indiscriminada es considerado delito, los humanos nos dedicamos a liquidar con fruición a otras especies.
Sigamos con los hechos.
• El marqués de Tarifa, virrey de Catalunya, introdujo las corridas de toros en este país en 1555, para su propio deleite.
• Tardaron dos siglos (1755) para que otro marqués castellano (el marqués de la Mina) intentara reintroducir la “fiesta”.
• Es a partir de 1800 que con motivo de la visita del rey Carlos IV a Barcelona, se instala una plaza provisional en la parte baja de las Ramblas, ya que ese rey es muy aficionado a las “corridas”.
• El fracaso de la primera actuación (16 de septiembre de 1802) es tal, que las autoridades prohíben la coincidencia de horarios entre las funciones de teatro y los “toros”.
• Durante la dictadura de Franco se potencia el espectáculo como símbolo de lo “español”.
• Los estudios de antropología no han hallado ninguna evidencia empírica que ligue los “toros” a las tradiciones catalanas.
A mi personalmente me abochorna que el Parlament de Catalunya tenga que discutir si se prohíbe o no esta aberración (y esto es un juicio de valor). También me produce náuseas que se defienda todo ello con argumentos a favor de la libertad, el arte o el sentido de la muerte.
Los que buscan emociones por este camino, mejor que tomen un vuelo “low cost” y se vayan a pasar el fin de año a Afghanistán.