Focus: Política
Fecha: 31/10/2018
Las cancillerías occidentales y los medios de comunicación afines (que lo son casi todos) han mostrado su rechazo al brutal asesinato del periodista saudí Jamal Khashoggi, crítico con el régimen de su país y con residencia permanente en Estados Unidos, colaborador además del “Washington Post”, asesinato cometido en Turquía por orden expresa, según todos los indicios, de las más altas instancias saudíes.
Si Khashoggi no hubiera tenido la resonancia pública que tenía, nadie hubiera dicho nada. Las fuerzas paramilitares de los Estados han tenido siempre vía libre para cometer todo tipo de salvajadas. ¿O es que ya nos hemos olvidado de las “hazañas” de los GAL cuando, entre otras lindezas, torturaron, asesinaron y enterraron en cal viva a los independentistas vascos José Antonio Lasa y José Ignacio Zabala, bajo la supervisión del condecorado general de la Guardia Civil Enrique Rodríguez Galindo, y todo ello en plena “transición democrática”?
El peor terrorismo es el terrorismo de Estado y el caso Khashoggi es de libro. Es por ello que la reacción histérica de algunos políticos suspendiendo la venta de armas a Arabia Saudita a modo de sanción, es una mezcla de hipocresía y cinismo. Llevan mucho tiempo vendiendo armas a un país autocrático y teocrático, en el que no se respetan las mínimas libertades, aquellas que Europa blandió en 1789 (hace más de dos siglos) bajo el lema de “liberté, égalité et fraternité”. Y es que el negocio de las armas es un negocio muy rentable para el que las fabrica y las vende (y si no, que se lo pregunten al exministro de Defensa señor Morenés), sobre todo cuando el cliente paga las facturas “religiosamente”, concepto este último que cuadra con un Estado teocrático como el saudí.
Claro que las armas pueden almacenarse o usarse, y en Arabia Saudita prefieren esto último, para ahorrarse costes de mantenimiento. Por ello hace tiempo que utilizan el Yemen como campo de prácticas y fue así como en marzo del 2015 entraron en un conflicto civil del país vecino para apoyar al gobierno oficial, creando y financiando una coalición militar con Kuwait, Jordania, Bahrein, Emiratos Árabes Unidos, Egipto, Sudán, Marruecos, etc. Incluso pusieron nombres a las operaciones de castigo. El primero fue “Tormenta decisiva” y el segundo “Renacimiento de la esperanza”. Todo muy poético.
Aquel conflicto civil derivó en una guerra total entre la etnia hutie y las fuerzas gubernamentales, que ha producido una enorme devastación en uno de los países más pobres del mundo. Las Naciones Unidas estiman que tres millones de yemenitas han tenido que abandonar sus hogares, trescientos mil han buscado asilo en otros países (Somalia y Djibouti), diez mil han muerto combatiendo; que los bombardeos de la coalición han supuesto la muerte de muchos civiles, que la epidemia de cólera se ha extendido hasta un millón de personas. La organización “Save the Children”, por su parte, calcula que sólo el pasado año murieron cincuenta mil niños, a razón de ciento treinta diarios. Con este panorama, el asesinato de Khashoggi es una anécdota.
Y, ¿quién vende las armas y es responsable indirecto de esta masacre? Todo el que puede. Primero Estados Unidos, que tiene un estrecho vínculo con Arabia Saudita desde 1945, cuando Franklin D.Roosevelt se reunió con Ibn Saud, el fundador de Arabia Saudita. El pacto fue petróleo a cambio de seguridad y en setenta años no ha habido cambios sustantivos, a pesar de que en la actualidad y gracias al fracking, Estados Unidos es autosuficiente en petróleo. Pero como el cliente es de confianza, la actual Administración Trump está cerrando un acuerdo de venta de armas, para los próximos diez años, por un total de 110.000 millones de dólares, que incluyen aviones de combate F-15, misiles de defensa Patriot, helicópteros de ataque Apache y una amplia gama de instrumentos para matar. Para no cargar las culpas sobre el presidente Trump, hay que recordar que el presidente Obama aprobó ya en su día este plan de negocio. En etapas anteriores (2014-2017), los Estados Unidos vendieron por un importe próximo a 8.400 millones de dólares, seguido por el Reino Unido (2.600 millones) y Francia (475). España les va a la zaga, con 352 millones (cifras documentadas por el Stockholm International Peace Research Institute).
El presidente Trump no oculta su interés en continuar manteniendo esta posición de proveedor de armas más privilegiado. Si hay que sacrificar los “derechos humanos”, se sacrifican. “Business is business”. Otros Estados, como el español, tratan de ocultar sus vergüenzas, con el argumento de que hay que defender los puestos de trabajo a cualquier precio.
Entretanto los intelectuales orgánicos, que viven de las subvenciones del establishment, hacen interpretaciones sui generis del conflicto (sunitas contra chiitas), y, todavía más, Irán y sus aliados contra Arabia Saudita y los suyos, bajo el paraguas este último del poderoso coloso yanqui.
Todo un contencioso, en definitiva, que huele a podrido, a malas artes, a corrupción, a desprecio por los derechos individuales. Un contencioso que ha saltado de golpe a los titulares por un asesinato mafioso, ejecutado groseramente.
Mañana nos olvidaremos, pero la máquina mortal seguirá haciendo su macabro trabajo de destrucción.
¡Malditos bastardos!