LA BODA
Focus: Sociedad
Fecha: 24/05/2004
Una boda, cualquier boda, es la escenificación de un acuerdo, de un pacto entre las partes. Puede tener mayor o menor boato en función de los recursos de los implicados, pero siempre conlleva un ritual.
En Madrid se ha celebrado una boda, a la que se ha querido dar rango de “boda de Estado” porque el contrayente masculino es el hijo heredero del Jefe del Estado, que en el caso de España es un monarca constitucional.
La boda ha tenido un coste, probablemente desmesurado (si se contabilizan los costes directos y los indirectos), lo cual hace intuir objetivos estratégicos de mayor calado.
Un acto social como éste puede analizarse desde distintos planos. Desde el hemisferio cerebral izquierdo y desde el hemisferio derecho.
Una lectura racional y distante hubiera recomendado un protocolo simple, en la parroquia o en el juzgado más próximo, con la familia y los amigos íntimos. El futuro rey, suponiendo que algún día lo sea, se hubiera ganado el respeto y el afecto de la gente. Sobre todo de aquellos que ven la vida desde el hemisferio izquierdo.
Aunque en esa misma trayectoria y operando en profundidad, podríamos contemplar la boda como un elemento estimulante para cambiar la percepción que el mundo tiene del Madrid aterrorizado por las bombas. En ese caso, la relación coste-beneficio habría sido satisfactoria.
Desde el hemisferio derecho, la lectura es más cómoda. Una sociedad secuestrada por la influencia mediática del “mundo del corazón” se siente feliz cuando tiene la oportunidad de ver en su televisor un espectáculo de tal magnitud. Los sentimientos afloran y nadie tiene derecho a ponerlos en cuestión.
Los mecanismos de identificación-proyección funcionan a plenitud, máxime cuando la contrayente (en el lenguaje decadente de la aristocracia) es una “plebeya”. El cuento de la cenicienta en tiempo real.
Es también ocasión para contemplar una selecta muestra de la fauna y flora de este país. Vistos en su conjunto y en la medida en que constituyen la “clase dominante”, uno puede comprender mejor las razones del fracaso de las élites.
Políticamente, la única virtud de una monarquía constitucional es que reina pero no gobierna. Esta monarquía, recuperada para la democracia tras los negros años del franquismo, ha conformado un talante liberal y abierto, que es su valor más representativo. Es de desear que este valor perdure.
Los riesgos de una alternativa republicana es que el símbolo del Estado quede en manos de un mediocre no controlado. O, como dicen en Méjico, de un pendejo con iniciativa.
Y de eso los ciudadanos de este país saben algo, después de ocho años de gobierno del Partido Popular.
« volver