Focus: Política
Fecha: 13/09/2018
Hubiera preferido no tener que escribir nunca más sobre este tema (ver http://www.alfdurancorner.com/articulos/la-brigada-del-amanecer.html 07/05/2010), pero la realidad nos golpea de nuevo y debemos denunciarla.
Ahora que los seudodemócratas en el poder van a exhumar los restos del último dictador y sacarlo de ese monumento a la ignominia que describen como “valle de los caídos”, vuelven los fantasmas de la violencia, de la intolerancia, del odio a la diferencia. Vuelven, porque quizás nunca se fueron.
Unas bandas de facinerosos, bien pertrechados con palos, debidamente uniformados con unos monos blancos, con capuchas para esconder su identidad, se dedican desde hace ya tiempo a destruir cualquier signo que exprese la queja de un pueblo humillado, que ha de soportar la aberración jurídica de las presiones preventivas de sus líderes políticos y sociales.
Por si no bastara, el aparato del Estado, a través de sus fuerzas de seguridad en primer lugar y de sus hiperactivos fiscales en segundo término, hacen lo indecible para protegerlos.
Como dice Gilbert Harman, busque la lógica interna y la encontrará con facilidad.
Todo este sistema no es más que la continuidad de regímenes absolutistas, que llevan quinientos años imponiendo su ley, sin importarles lo más mínimo las consecuencias. La dictadura de Franco fue un episodio más (un episodio sangriento), pero no tuvo nada de excepcional.
Hay que recordar, y repetir tantas veces como sea necesario, que después de una guerra civil (que significa una guerra entre ciudadanos del mismo territorio), el Estado practicó una formidable limpieza (50.000 fusilamientos, en una estimación a la baja, más 15.000 fallecidos en las cárceles), todo ello bajo la bendición de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana.
Ahora a la disidencia (catalana y vasca) no la fusilan porque no pueden (no los dejarían entrar –por pudor, no por convicción- en los salones de la Unión Europea), pero el resto de los procedimientos son los de siempre. Les gustaría contar también con la bendición apostólica, aunque en este caso las autoridades eclesiásticas españolas se limitan a practicar un silencio cómplice, que debería avergonzar a cualquier cristiano decente.
El govern de la Generalitat tiene las manos atadas, pero no puede permitir que esta gentuza se apodere también de la calle. Nunca como ahora hay que repetir: “Els carrers seran sempre nostres”.