LA CONJURA DE LOS NECIOS

Focus: Política
Fecha: 14/01/2015

Publicada póstumamente en 1980, “La conjura de los necios” (A confederacy of dunces), es una disparatada novela que describe las miserias de la realidad humana. Su personaje central (Ignatius J.Reilly), un ser inadaptado y confuso, comprueba que su forma de ver el mundo es menos extraña de lo que él cree, que el universo está lleno de personajes trufados de ternura, ambición, tristeza y egoísmo. En su ajetreada trayectoria, Ignatius se autopercibe como un genio portador de una moral que no acepta las reglas de juego del sistema capitalista, un sistema corrupto que impone el trabajo como condición necesaria para insertarse en él. El cree que todos se conjuran para derribar su propuesta moral. De ahí “la conjura de los necios”.

John Kennedy Toole – el autor - fue también, hasta que se suicidó a los treinta y un años, un personaje complejo, obsesivo, volcado en una forma de escribir casi compulsiva, pegado a una madre dominante, inseguro y melancólico.

El título de lo que para él fue un simple manuscrito estaba tomado de una certera frase de Jonathan Swift – el gran satírico irlandés del siglo XVIII - que dijo ”When a true genius appears in the world, you may know him by this sign, that the dunces are all in confederacy against him”. (Cuando un verdadero genio aparece en el mundo, lo reconoceréis por este signo: todos los necios se conjuran contra él).

He empezado con este largo juego metafórico porque me permite introducirme en la realidad de la Catalunya del siglo XXI, esa Catalunya esperanzada que intuye la posibilidad de un cambio de paradigma, de un movimiento definitivo para alcanzar su independencia. Pero esa vieja Nación que quiere volver a ser Estado, tiene que hacer un esfuerzo de racionalidad para evitar que las visiones cortoplacistas y los tacticismos de algunos de los partidos prosoberanistas, dificulten la viabilidad del proceso. Y este trabajo compete a los responsables políticos, no a la sociedad civil.

Y esos partidos políticos , algunos con ciertas reticencias, se pusieron de acuerdo en reconocer algo tan simple como “el derecho a decidir”. Luego consensuaron el articulado de las preguntas, y dejaron sobre la mesa la última responsabilidad, que lógicamente correspondía al poder ejecutivo. Y en Catalunya ese poder ejecutivo incumbe al govern de la Generalitat y, en especial, a su President. Y Artur Mas se armó de coraje y llevó adelante el proyecto, sabedor que el aparato represor del Estado central iría a por él, como así ha sido. Luego vino el referéndum y casi dos millones de ciudadanos catalanes votaron a favor de un Estado independiente. Este referéndum fue el mejor de los sondeos electorales, pero, cumplido el trámite, se tenía que validar el resultado y para ello debían convocarse elecciones. Y el único que podía hacerlo era el presidente.

Artur Mas, conocedor de las simplificaciones en las que se mueven las cancillerías internacionales, propuso una lista única, a la que se integraran todos los partidos soberanistas, incorporando, si cabía, personalidades independientes. Se trataba de que la lectura fuera sencilla: los independentistas frente a los unionistas, como ocurrió en Escocia, como ocurrió en Quebec. La lista la podía presidir él o cualquier otro. La cuestión era aglutinar fuerzas, aprovechar el activo que el referéndum había puesto sobre la mesa. Era lo más racional, lo más aconsejable.

Y aquí surgieron los problemas, el deseo particular de los políticos mediocres, aferrados a sus programas, interesados en mantener posiciones, con una visión localista de la Teoría Política. No estaban por la lista única, sino por varias listas que ofrecieran variedad de menús y un postre común. Un craso error.

Un craso error porque, en unas elecciones, para potenciar tu candidatura tienes que atacar al contrario, y esto produce heridas y desconcierta a los votantes, que antes se habían dado las manos y habían compartido ilusiones y esperanzas. Las hipótesis de las pequeñas ganancias de los que todavía tienen dudas, tienen muy bajo soporte analítico.

Utilizar ahora la corrupción y las “retallades” como arma arrojadiza es una pequeña canallada. Ya tenemos que soportar a diario las agresiones verbales y no verbales del aparato del Estado central y de los principales responsables de los partidos dominantes y de sus delegaciones de ventas en Catalunya. Ya tenemos suficiente con esa cuota de necios conjurados. No nos hacen falta nuevas incorporaciones.

Hay una cita extraída de una carta de Joan Sales a Mercè Rodoreda que casi siempre se ha sacado de contexto. Cuando el dice que no hay que dejar de ser catalanes, sino dejar de ser imbéciles, está haciendo una crítica directa a sus conciudadanos. El texto original es éste: “ Són grans patriotes perquè s’esqueixen sempre les vestidures; se les esqueixen a cada moment, en això consisteix el seu patriotisme. Des de fa cinc-cents anys, els catalans han estat uns imbècils. Es tracta, doncs, de deixar de ser catalans? No, sinó de deixar de ser imbècils”.

Sería el colmo que el proyecto fracasara, una vez más, por la conjura de los necios.


Notas

De otras webs: El investigador e historiador norteamericano Juan Cole (Informed Comment) hace un análisis muy interesante sobre la estrategia de esa extraña alianza entre sociópatas y totalitarios.

Lectura seleccionada: Buen momento para recordar a Epicuro y su concepto de la muerte. La filosofía al alcance de todos de la mano de Nigel Warburton.

Mi biblioteca: Si todo el mundo interpretara la justicia como lo hace Santiago Vidal, recuperaríamos nuestra perdida fe en el poder judicial.
Alf Duran Corner

 

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