Focus: Sociedad
Fecha: 27/06/2022
La democracia, la democracia representativa, que es la que domina en los países de cultura “occidental”, está haciendo aguas por todas partes. El deterioro se fue produciendo paulatinamente desde que la utopía comunista, liderada por la Unión Soviética, se hundió de forma súbita y el sistema capitalista monopolizó el mercado político. Han pasado ya treinta años y los desajustes entre capitalismo y democracia se han hecho más evidentes. Los nuevos actores (República Popular China) proponen otros modelos en los que el capitalismo conjuga con la autocracia, no con la democracia. Es por ello que va tomando cuerpo la figura de la democracia totalitaria, que no es un oxímoron aunque pueda parecerlo.
Reflexiono sobre esto a raíz del resultado de las elecciones en Andalucía, en las que la mayoría de los votantes se han decantado por el PP, tras largos años de adhesión al PSOE. Los comentaristas de turno han hecho, como siempre, una lectura superficial; dicen que los votantes han dejado de confiar en la izquierda y se han pasado a la derecha. No se dan cuenta (los pobres diablos) que hace ya mucho tiempo que no existe esta división, división que desapareció cuando después de la caída simbólica del muro de Berlín (1989) la socialdemocracia se rindió ante el pensamiento conservador, cada vez más reaccionario. Por eso los analistas ingleses (algo más agudos que los españoles) calificaron al líder laborista Tony Blair como el hijo natural de la ultraconservadora Margaret Thatcher. Todos juntos y revueltos.
Lo que ocurre aquí y ahora es que el Estado español no es una democracia “rogue” (inaceptable, reprobable), sino que es una “democracia totalitaria”. Veamos porqué.
Nadie mejor que Hannah Arendt para describir la naturaleza y orígenes del totalitarismo (“The Origins of Totalitarianism”.1951). Hannah no cayó en el error de considerar como únicos ejemplos de este modelo político al nazismo, el fascismo y el estalinismo, y sus derivados locales como el franquismo. Ella fue mucho más allá y trató de explicar la sociología del mundo totalitario. Y el código nuclear de este fenómeno es el propio concepto “total”, que expresa un bloque sin fisuras que afecta a la globalidad de las relaciones sociales. No hay brechas, no hay diferencias.
Detrás del totalitarismo no hay un partido (aunque al principio lo lidere), hay un régimen que tiene el poder absoluto. Controla todos los ámbitos de la sociedad y sus ramas específicas (la parlamentaria, la judicial, la económica, la mediática, etc.). Exige adhesión. No acepta la mínima crítica. Penaliza y encarcela a quienes no están de acuerdo y lo manifiestan. Utiliza la violencia del Estado (que es la peor) y luego la legitima.
En el Estado español esto se concreta en la constitución del 78 (escrita bajo la tutela del aparato franquista), en la que todo está “atado y muy atado”. En la imposición de una monarquía dictada por el “Caudillo”. En un partido único (PP-PSOE), con marcas blancas de quita y pon, que en los temas importantes actúa como un “todo” (la unidad de España, la monarquía, la constitución, etc.). En un Régimen llamado de “la transición”, que no es más que la continuidad del anterior y de sus valores. En una clase política profesional viciada. En un creciente peso del funcionariado, adicto fielmente al Régimen, que actúa como correa de transmisión del poder. En un mercado teóricamente de “libre empresa”, pero manipulado desde el BOE y desde el palco del Bernabeu, en términos simbólicos. En el castigo de la disidencia de los líderes independentistas catalanes y de sus millones de votantes, a quienes no se les permite dejar de pertenecer a un club (el Estado español) al que fueron adscritos a la fuerza. En la intervención de los jueces en el ámbito de la cultura y de la lengua catalanas con el firme propósito de marginarlas. En el adoctrinamiento ideológico de la población a través de los medios subvencionados, tanto públicos como privados.
El totalitarismo no es pues una forma de gobierno sino (como señala acertadamente Martínez Meucci) “un conjunto de prácticas y modos de pensar que moldean a los hombres, y sus relaciones sociales a partir de ciertas ideas-fuerza (por ejemplo “la unidad de España”) y de las particularidades que implica el desarrollo industrial”. Ya lo avanzó Tocqueville cuando lo consideraba como un “régimen”, una especie de catecismo político de uso obligado.
Con la “democracia totalitaria” se liquida la capacidad de enjuiciar un acto de acuerdo con tu propio criterio. Todo está escrito y en último término se impone la lectura subjetiva del mando. Esto nos lleva a la trivialidad y, como bien señaló Hannah Arendt, a la banalidad del mal. El verdugo nazi Eichmann, responsable junto a otros de millares de asesinatos, y que fue finalmente juzgado en Israel, no era un tipo malvado; era un tipo normal, quizás algo estúpido, que se limitó a cumplir órdenes, como creía era su obligación. Los guardias civiles que coreaban el “a por ellos” cuando se dirigían a Catalunya para agredir a unos ciudadanos que pretendían votar pacíficamente, y los que los despedían con grandes muestras de afecto y aprobación, no eran obsesos de la violencia; eran gente corriente con una moralidad de calendario aprendida en sus cuarteles, que les impedía distinguir entre el bien y el mal.
En el ancho mundo de las “democracias totalitarias” ya no hay sociedad, solo individuos preocupados por sus propios intereses. Todo está atomizado y es impersonal.
Curiosa paradoja la que tenemos hoy. Cuando creíamos que el totalitarismo había desaparecido con la liquidación de la Unión Soviética, resulta que sus bases ideológicas han penetrado en el antes denominado “mundo libre”, que es una penosa caricatura de un modelo ideal en el que el poder nunca ha creído.
Ya nadie busca el significado, aquella rica experiencia que el psiquiatra Viktor Frankl expuso en su maravilloso libro “Man’s search for meaning”, tras su salida del campo de concentración nazi. Frankl explicaba que los supervivientes habían superado la despersonalización tratando de hallar un propósito para seguir viviendo.
¿Cuál es el suyo en esta democracia totalitaria? A los catalanes uno de los pocos que nos quedan es alcanzar la independencia.
Solo hay que persistir en ello.