Focus: Política
Fecha: 20/06/2019
La formación de las estructuras de gobierno en los municipios de nuestro país ha puesto de manifiesto, una vez más, que por encima del ideario de los partidos y de sus programas está el hecho tangible de que muchos políticos (que han hecho de la política una profesión) quieren ocupar unos puestos que les suponen, en la mayoría de los casos, unos ingresos seguros, una notoriedad a capitalizar más adelante y un acceso a los recursos públicos.
La única cosa que les interesa es el poder. El resto no cuenta, es pura retórica.
El caso más escandaloso es el de la señora Colau, que en 2015 y con solo un concejal más que el señor Trias, pasó de ejercer de activista social en apuros a dirigir el ayuntamiento de la capital. No estaba preparada ni lo está después de cuatro años dedicados a implementar innovaciones urbanas, pero eso no importa y no ha tenido escrúpulos en aliarse con cualquiera para alcanzar la cima, a pesar de no haber sido la más votada. Disfrazar su alianza de progresismo es una vergüenza, a no ser que etiquete como progresista el castigo que sus socios del 155 han sometido a los ciudadanos de Catalunya, que comparta el concepto de prisión preventiva contra sus líderes por delitos fabulados o que sienta un vacío nostálgico por no haber ocupado un espacio en aquella preciosa fotografía de la turbia manifestación españolista del año 2018, con lo mejorcito de los representantes de la España “una, grande y libre”.
Para esa operación, a plena luz del día, ha contado con el apoyo entusiasta de todo el aparato del Estado (los sospechosos habituales), que saben que la señora Colau, por muchas proclamas democráticas que haga, estará siempre a su lado, prietas las filas.
Claro que el independentismo de nuevo se lo ha puesto en bandeja. Las maniobras de Esquerra Republicana para no aceptar una candidatura común independentista (que probablemente hubiera ganado por mayoría en Barcelona) han facilitado las cosas. Por no hablar, entre otros, del bloque antinatura de Sant Cugat (ERC + PSOE + CUP), partidos que se han aliado para quitar la vara de alcaldesa a la candidata de JxCat, que había ganado con holgura.
Ahora ya no ha cabido la justificación de declarar la superioridad moral de las izquierdas (superioridad sobre la que expreso mi más absoluto hartazgo), porque todo el castillo de naipes se ha desmoronado, ya que la señora Colau, en un gesto de realpolitik, no ha tenido reparos en juntarse con lo más florido de la derecha española, incluido el PSC-PSOE, un partido de centro-izquierda que se ha desplazado hace tiempo hacia la derecha, a veces hasta la frontera de la derecha más sórdida. Una muestra más de esta sordidez son los resultados del reciente sondeo de Metroscopia en el que un 64% de los votantes del PSOE considera que el juicio a los independentistas catalanes fue justo (¿verdad señor Collboni?), sólo superado por los votantes de Ciudadanos y su candidato Manuel Valls, que se colocan en el 77%.
Ahora de lo que se trata es de poner más carriles-bici, más islas peatonales y cargase la Diagonal enlazando el Besós con el Llobregat, sin tener en cuenta los enlaces ya existentes u otras alternativas más racionales. Esto no es política (que viene de polis) sino simple folklorismo, pues como agudamente apunta Xavier Diez, la señora Colau busca bajo las piedras alguien a quien redimir.
Dentro de cuatro años podrá dejar la alcaldía y entrar en algún consejo de administración de la banca, o de las empresas de obras públicas que viven del BOE o de las que forman parte del oligopolio de los servicios básicos privatizados, que ella cínicamente critica. En sus ratos de ocio podrá dedicarse a la protección de las tortugas marinas o a algo por el estilo.
Tenía razón Kissinger: el poder es el mayor afrodisíaco.
Teatre de Sarrià. 13/06/19
“Qui mana al món. Estratègia pel futur de Catalunya”.
Conferència-debat amb l’Alfons Durán-Pich.