Focus: Política
Fecha: 15/11/2018
El pasado verano falleció en su tierra natal Jesús Ynfante, sin que apenas nadie diera cuenta del deceso. Y este voluntario olvido es una muestra más de la bajeza moral de la izquierda oficial española, que tiene tanto de progresista e ilustrada como los tipos que desde la derecha reaccionaria de toda la vida (los Casado, Rivera y otras especies menores) comparten el poder en un Estado antidemocrático y caduco.
Jesús Ynfante fue siempre un espíritu rebelde, que no se dejó encasillar en los aparatos políticos tradicionales. De su extensa obra como escritor y analista destaca un documentado libro, publicado por Ruedo Ibérico en París en 1970, con el sugerente título “La prodigiosa aventura del Opus Dei: génesis y desarrollo de la Santa Mafia”. En él Ynfante explicaba como una institución nacionalcatólica había tomado el poder en el régimen franquista, desplazando para ello a los caciques falangistas de la vieja guardia del fascismo español. Era un trabajo de análisis que exponía la estrategia del grupo y los objetivos que se había propuesto, así como su inserción en los ámbitos económico-financieros del Estado. El rigor del trabajo era excelente, con unas cien páginas de apéndices y un listado, con nombres y apellidos, de los componentes de lo que él describió como “la santa mafia”. El libro circuló entre los medios antifranquistas, pero no tuvo mayor impacto e incluso, tras la muerte del dictador, pareció que los protagonistas de la penosa “transición” lo archivaran voluntariamente en los cajones del olvido.
¿Qué diría Jesús Ynfante hoy sobre los mangoneos de los partidos mayoritarios (los Cánovas y Sagasta de turno) seleccionando a los miembros del poder judicial, en una intrusión antidemocrática del poder ejecutivo en una instancia que debería ser independiente de verdad para poder controlar sus continuos desmanes?
Probablemente Ynfante denunciaría, una vez más, los orígenes y desarrollo de esta mafia corrupta que se extiende por todos los estamentos del Estado y que tiene la desvergüenza de presentarse en sociedad como “un Estado de Derecho”.
En el colmo de los disparates, los medios convencionales etiquetan a los jueces elegidos para la instancia máxima (el Consejo General del Poder Judicial) como “conservadores” o “progresistas”, como si no conocieran su formación y trayectoria (las decisiones tomadas a lo largo de su carrera), que son la prueba evidente de su talante. El mundo de la judicatura es un mundo de funcionarios y el funcionario es conservador por naturaleza. Solamente se le pide que sea imparcial y justo, que ya es mucho. Los jueces “progresistas” están desubicados y o quedan bloqueados en posiciones inferiores o son expulsados de la institución. No olvidemos que es una institución jerarquizada, donde la cúpula hace y deshace según convenga.
A mí todo esto, y con el permiso póstumo de mi admirado Jesús Ynfante, me recuerda las aventuras de Fu-Manchú y sus malignos dacoits (el peligro amarillo), que aparecían aquí y allá en nuestras noches de insomnio de aquella infancia de posguerra, en la que solo el calor familiar te protegía del hedor del franquismo, un hedor que no se ha ido.