LA VENGANZA DE FU MANCHÚ / 2

Focus: Economía
Fecha: 08/11/2022

Hace un año escribí una columna con este título (14.07.21-https://www.alfdurancorner.com/articulos/la-venganza-de-fu-man-chu.html).  Hacía referencia a un personaje de tebeo de mi infancia, en la que un maligno oriental trataba sin éxito de acabar con los “buenos”. Ese “maligno oriental” (personificado en los chinos) ha vuelto para quedarse. Y tengo la impresión de que los representantes de la “comunidad internacional” no se han enterado.

Lo de la “comunidad internacional” es otro concepto tramposo inventado en los think tanks de Washington, que queda limitado a los intereses del atlantismo, con el gobierno de Estado Unidos a la cabeza, los gobiernos de los países europeos como “followers” disciplinados y las guindas de Japón y Corea del Sur como plataformas estratégicas del Pentágono.

Claro que en esa “comunidad internacional” (que ni es comunidad, ni es internacional) no se incluyen ni a China, ni a la India, ni a Rusia, ni a África, ni a Latinoamérica, ni a muchos otros países periféricos. En definitiva, que es un espacio muy limitado que solo representa al 16% de la población mundial. Y lo que no puede aceptarse es que la élite del poder de ese dieciséis por ciento pretenda imponer su credo al resto de los ocho mil millones de habitantes que habitan en el planeta tierra. Los imperios coloniales, incluidos los culturales, van desapareciendo a su pesar.

Y, como decía al principio, los chinos han vuelto y no tardarán en ser hegemónicos. Y lo harán a su manera, con el pensamiento confuciano como guía, sin prisas, operando a largo plazo. Ellos optaron, por ejemplo, por anteponer la salud de la población con su estrategia de “Covid cero” (en un país de mil cuatrocientos millones de personas) al crecimiento económico, sabiendo que su equipamiento sanitario era relativamente reducido. Esto fue muy criticado por los medios occidentales que vieron cómo se retrasaban sus containers por la paralización del puerto de Shanghai. Pero gracias a esa medida China ha tenido la tasa de mortalidad por Covid más baja del mundo. No se podían permitir estrategias de apertura –como hicieron muchos países– estrategias que se basaban únicamente en la hipótesis de la inmunidad colectiva inducida por la vacunación. Con todo esto, fueron capaces de vacunar diariamente a veintidós millones de personas y de administrar tres mil millones de dosis de vacunas, enviando además mil seiscientos millones de dosis a los países más necesitados.

Los voceros occidentales, cautivos del “pensamiento único”, continúan previendo todo tipo de catástrofes al gigante chino, catástrofes que no se han hecho realidad, gracias al riguroso control que las autoridades de la república aplican a su peculiar modelo económico “socialista de mercado”.

Podríamos iniciar un debate superfluo si esto es capitalismo o no. Lo que resulta evidente es que las riendas de ese modelo las maneja el Estado, que controla los sectores estratégicos (banca y alta tecnología), que fija el marco de actuación (planes quinquenales) y que redirige las desviaciones. Está claro que hay capitalistas y que la propiedad privada se ha extendido, lo cual no significa que el modelo se ajuste al neoliberalismo de corte occidental.

Otro mensaje engañoso, tras la celebración del congreso del Partido Comunista, es presentar la continuidad de Xi Jinping como un regreso a un maoísmo autoritario y personalizado. Xi Jinping es un político pragmático que lleva años manejando un complejo trasatlántico con éxito. Y el pueblo está con él, como lo demuestran los resultados de la encuesta realizada por el centro Ash de la universidad de Harvard en julio del 2020, con una muestra de 30.000 personas, en la que la satisfacción de los chinos con su gobierno central alcanzaba el 93,1%. No es de extrañar. Xi Jinping se ajusta al principio confuciano de que “el buen  gobernante se legitima por su buen gobierno, por su capacidad de mantener la armonía social y los valores colectivos por encima de los individuales”. Xi sabe muy bien que su continuidad depende de que ese pacto histórico entre el Estado y la ciudadanía se cumpla, como se cumplió sobradamente en los años en los que se ocupó del gobierno de la región china de Zheijiang, región de 57 millones de habitantes en la que entre otras poblaciones destaca la ciudad de Wenzhou, considerada uno de los nidos primitivos de la economía de mercado y donde la empresa privada es la dominante.

Corre por los medios occidentales un amplio artículo de Kevin Rudd, que años atrás fue primer ministro de Australia, en el que califica a Xi Jinping de “leninista en política interna, marxista en economía y nacionalista en política exterior”. Como cliché sirve, pero poca cosa más. Está claro que el líder chino no comulga con la idea fomentada desde el exterior de que una economía de mercado llevará sin quererlo a una democracia liberal. Y no comulga porque para muchos ciudadanos chinos la democracia liberal (que desgraciadamente cada vez es menos democracia y menos liberal, y el Estado español es un gran ejemplo al respecto), no concuerda con su visión meritocrática, en la que el Estado no es un enemigo sino un protector.

Y si alguien quiere tener una visión independiente de lo que ocurre en China, puede adquirir un libro recién editado en castellano por una pequeña editorial (Ediciones Cátedra China) en la que Marcelo Muñoz, un empresario que lleva casi cincuenta años comerciando con China, que ha residido allí y que conoce su lengua y su cultura, conversa con una serie de ciudadanos chinos con los que ha tratado a lo largo de los años. El título es clarificador (“China ha vuelto para quedarse”). En el mundo anglosajón hay muchos otros ensayos y trabajos sobre el tema, pero no fácilmente asequibles para el lector medio.

Si uno contrasta diversas fuentes, llegas a la conclusión de que China no quiere ser solamente la fábrica del mundo, sino que quiere continuar potenciando su propio mercado para consolidar el segmento de clase media mayor del mundo, con un PIB per cápita (en paridad del poder adquisitivo) cercano a los 18.000 dólares. Esto supone una población china de entre 700 y 800 millones de personas. En paralelo está claro que el Estado apuesta por inversiones en alta tecnología (las denominadas “tecnologías estratégicas”), entre las que se encuentran la inteligencia artificial, la biotecnología, los microchips, etc.

Y si hacemos una lectura sincrónica (de foto fija) veremos algunos indicadores:

 

Todo esto en un mercado mundial en fase recesiva, con las cadenas de suministro en parte bloqueadas y con una política interna de contención por razones sanitarias ya expuestas. Y para el próximo año, en el que las economías del G7 esperan un crecimiento entre el cero y el uno por ciento, el Banco Mundial pronostica para China un crecimiento del cinco por ciento.

Y, ¿cómo se explica esto? Probablemente porque el Estado chino se mantiene muy vigilante para que la inversión no vaya a áreas improductivas, como las finanzas y el sector inmobiliario, sector este último que ha causado a China innumerables problemas. El constante aumento de la población urbana disparó la inversión privada con carácter especulativo, con el beneplácito de los gobiernos locales. De aquí el movimiento centrípeto del gobierno central que ha cortado de raíz esta fuga bajo el lema del presidente Xi de que “las casas son para vivir y no para especular”. Si éste es un pensamiento leninista, apostamos por ello.

En cuanto a las finanzas tengamos en cuenta que el Estado controla el sistema bancario, no solo desde el Banco Central sino como propietario de los principales bancos comerciales. Hay que añadir que el Estado chino guarda en el cajón lo que parafraseando a Warren Buffett podrían ser “armas de destrucción masiva” y es que el Banco Central tiene reservas de divisas por un importe de 3,2 billones de dólares (el 18,6% del total mundial), la mayor parte en Bonos del Tesoro norteamericanos. ¿Qué pasaría si empezara a vaciar su cartera y vender esos bonos en el mercado secundario? Mejor no imaginarlo.

Se podrían añadir otros parámetros que confirmarían los fundamentos de la república, como, por ejemplo, que es el principal socio comercial de 152 países, y no solo como exportador. Como compradores importan entre el 25 y el 50% del carbón, del cobre, del cemento, del acero, del algodón, del aluminio, del arroz, etc.

El gobierno norteamericano que preside el señor Biden y que dirige el señor Blinken, acompañado de los lobbies que lo circundan, se está equivocando de lleno en sus relaciones con China. La república China es un competidor no un contrincante y menos un enemigo. Cuando más pronto acepten una hegemonía compartida con el gigante asiático, mejor para el conjunto de la sociedad mundial. Las “guerras del opio” que a mediados del siglo XIX permitieron a Gran Bretaña dar la vuelta a su balanza comercial deficitaria, destruyendo las bases económicas y sociales de un imperio milenario, ya no son aplicables.

China se abre paso y también su lengua y su cultura, con seiscientos Institutos Confucio repartidos en ciento cuarenta y tres países. Es un poder blando, construido en base a signos e ideogramas. Pero es un poder profundo.

Es la venganza de Fu Manchú.

 

 

  

 

Alf Duran Corner

 

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