LIVING ALONE

Focus: Sociedad
Fecha: 04/02/2022

Hace ya muchos años, cuando todos éramos muy jóvenes, le preguntamos al profesor Peter Drucker, el auténtico padre del Management moderno, cual era a su juicio la ciencia social con mayor proyección de futuro: ¿la sociología?  ¿la antropología? ¿la economía?  ¿la ciencia política?  ¿la geografía?  ¿la psicología?...  El viejo maestro entornó los ojos, en su reconocido gesto, y nos dijo: “No os confundáis. La ciencia social con mayor proyección es una ciencia aparentemente menor y a la que se le presta poca atención: la demografía, el estudio de la población”.

Con el tiempo nos hemos dado cuenta de la validez de su análisis. La población, su evolución, su dimensión, su estructura, su horizonte temporal, etc. condiciona todo lo demás. Antes el ciclo vital de los humanos estaba más definido y los roles de los miembros pertenecientes a cada etapa también lo estaban. Ahora ya no sirve. Es por ello que si queremos tener una radiografía de nuestra sociedad debemos ser muy precisos en la categorización de los segmentos y subsegmentos que la componen. Los avances en las ciencias de la salud y en la tecnología han roto los esquemas. La edad cronológica es un simple dato referencial para el censo, en tanto que la edad biológica y la psicológica son las auténticas explicativas del comportamiento general.

Una primera consideración es que la gente vive más años con un alto nivel de autosuficiencia. Cuando este nivel termina se entra en la plena ancianidad, donde la medicina prolonga las constantes vitales (que no la vida), muchas veces más de lo razonable. Esto nos lleva a concluir que la madurez no tiene más límite que la muerte.

Un falso concepto de la modernidad en los sistemas educativos, con la sesgada complementariedad de las tecnologías de la información y la comunicación (las TIC’s), ha hecho que la niñez se acorte. Los niños saben muy pronto o creen saber lo que sus padres aprendían en plena adolescencia y sus abuelos diez años más tarde. Han perdido la inocencia y su gozosa plenitud. Los adolescentes quieren ser adultos a cualquier precio y se saltan la experimentación natural que nos hacía avanzar en procesos de prueba y error, y se afanan en sustituirla por la artificialidad del alcohol y las drogas como sucedáneos. Los adultos, curiosamente, retroceden en muchas ocasiones y bajo el síndrome de Peter Pan se niegan a crecer emocionalmente como seres maduros. Esto les lleva a comportamientos patéticos que hacen cierta la reflexión de Voltaire: Qui n’a pas l’esprit de son âge, de son âge a tout le malheur (quien no tiene el espíritu de su edad, de su edad tiene toda la infelicidad).

Y este estado de situación, que no podemos juzgar con criterios valorativos (si es mejor o peor que el anterior), es interpretado con mayor o menor acierto por los distintos agentes sociales. Por ejemplo en el mundo empresarial español, el sector inmobiliario y el sector de la alimentación siguen anclados en una visión de la unidad familiar que no guarda relación con la realidad. Es un simple tema de dimensión. Veamos algunos datos:

En el año 2020 había 18.754.800 hogares, distribuidos de la siguiente manera, según las personas que habitaban en cada hogar:

 

Tamaño medio del hogar: 2,5 personas.

Total de hogares con una sola persona: 4.889.000. Y si sumamos a esta cifra las parejas sin hijos, vemos que en el 52,5% de los hogares españoles viven una o dos personas.

¿Cuántos cuartos de baño necesita una persona que vive sola? ¿Qué hace una pareja sin hijos con los envases de alimentación “tamaño familiar”?

Y ésta es solo una pequeña muestra del desajuste Lo que sí resulta evidente es que la macrotendencia en el mundo desarrollado (tanto en Oriente como en Occidente) es a vivir solo. Y esta macrotendencia contrasta con lo expresado recientemente en nuestra columna sobre “el sentido de la vida”, donde la gente ponía énfasis en la “conectividad” tras la pandemia, en su deseo de “besarse y abrazarse” (“Hugs & Kisses”). Pero eso sí, después cada uno a su casa.

Y esto no es nuevo. Empezó en los países industrializados y luego se fue extendiendo. Pero lo más importante es que el incremento es constante. Se estima que entre el 2010 y el 2019 el incremento global ha sido del 31%. Y si contrastamos las distintas fuentes de información, nos quedamos con la que nos presentaba Eurostat, la rama estadística de la Unión Europea. Con datos cerrados a finales del 2016, se estimaba que en la Unión Europea había 216 millones de hogares, de los que en el 33% vivía una sola persona. Y si lo revisamos por país, los datos son todavía más llamativos.

Suecia estaba y está a la cabeza del ranking, con el 51% de los hogares. Le siguen Lituania, Dinamarca, Finlandia y Alemania, algo por encima del 40%. Luego Estonia, Países Bajos, Austria, Luxemburgo y Eslovenia, con el 37%; Francia y Letonia con el 35%. Y Hungría, Italia, el Reino Unido, Grecia y República Checa con el 30%. El resto de países de la UE están por debajo, con España con el 28%.

Como hipótesis de trabajo a contrastar tenemos el posible correlato entre el mantenimiento de la familia tradicional y el credo religioso dominante, que en este caso sería el catolicismo. Esto es así porque en el grupo de cola (menor tendencia a lo unipersonal) tenemos a Bélgica, España, Irlanda, Croacia, Polonia y Portugal, todos ellos oficialmente católicos.

En cifras absolutas destacan en el mundo la República Popular China, con 66 millones de hogares unipersonales (el 18%) y Estados Unidos con 36 millones (el 28%). En el sudeste asiático tenemos a Japón con el 35%, Corea del Sur con el 30% y Taiwán con el 22%.

En una sociedad global con tendencia a la limitación, sería razonable pensar en el agrupamiento y no en la individualización, sobre todo teniendo en cuenta las economías de escala que se pueden alcanzar. Y sin embargo el signo es el contrario.

La pregunta es ¿por qué mucha gente quiere vivir sola?. Y ponemos la voluntad en primer lugar, porque una parte de  los hogares unipersonales  –no sabemos su peso real– son habitados por personas de edad avanzada con limitación de recursos. Quizás viven solos a su pesar. Pero eso no es así en los países centroeuropeos, por ejemplo, donde la pirámide de edad no explica el volumen de esos hogares. Y si los cruzamos con la renta per cápita disponible, nos damos cuenta del peso de las rentas medio-altas y altas entre ese tipo de hogares. Viven solos voluntariamente. Repetimos: ¿Por qué?

Una primera respuesta de tipo genérico es la búsqueda del espacio personal, búsqueda que se da sobre todo en la juventud, a modo de destete emocional respecto a los padres. Esa búsqueda del segmento joven se ha visto limitada en los últimos años debido al impacto de la crisis económico-financiera del 2007, aunque ese impacto no ha sido el mismo en todos los países. El retorno al hogar paterno ha ocurrido más en los países del sur de Europa.

En términos de género, la plena incorporación de la mujer al mercado laboral les ha ofrecido una independencia financiera de la que antes no disfrutaban. El rol de la mujer como única responsable del cuidado del hogar y de sus hijos ha pasado a un segundo plano, a pesar de que la sociedad y las instituciones no se lo han hecho fácil. También han ido cayendo los estereotipos sobre la mujer que no vive en pareja (la “solterona”), sobre todo a partir de la toma de conciencia por parte de las propias mujeres de que esa fórmula (el matrimonio) era una opción más, no la opción predeterminada. Como dice la periodista y escritora Emma John “Ya ha llegado el momento de reconsiderar que significa no haber estado nunca casada”. Se puede extender este cambio de valores al campo de tener o no tener hijos; de nuevo una opción personal. De ahí que muchas mujeres decidan vivir solas, sobre todo en entornos urbanos.

Otra corriente que explica el crecimiento del “living alone” procede de aquellos que tras vivir en pareja (sin tener hijos) deciden tomar caminos independientes. En el fondo, la ruptura, por muy civilizada que haya sido, supone un fracaso en el proyecto de vida en común. No hay ninguna prisa en probar de nuevo. La evidencia empírica nos dice que la mujer tiene mayor capacidad de permanecer en este estadio que el hombre. El hombre a veces se da cuenta de que no sabe gestionar bien su hogar en la vida cotidiana y trata de buscar otras alternativas por defecto. Lo que resulta claro es que cuanto más tiempo lleves viviendo solo, más te cuesta plantearte otra salida.

Ya nos hemos referido a la gente mayor que vive sola. Cuando este segmento es de renta media-baja y baja, la situación es más complicada. Si se reduce la capacidad instrumental (cocinar, limpiar, ir al mercado, etc.) los problemas se agravan. Es cuando se comprueba si las prestaciones sociales del Estado correspondiente están a la altura o no. Porque si esas personas cuentan con ello, no tienen ninguna voluntad de cambiar su estatus residencial.

La defensa de la individualidad ocupa el primer lugar en la voluntad de vivir solo, tras siglos de apareamientos oficiales y ocultos. Esa individualidad, potenciada por los deseos de libertad personal, queda muchas veces coartada por la convivencia. El contrato social entre las partes (escrito o no escrito) supone cesiones de ambos que pueden afectar a las bases del yo. La historia nos dice que en las parejas heterosexuales ha sido la mujer la que ha cedido mayoritariamente ante las exigencias del hombre. Y esa cesión continuada erosiona el vínculo. Por eso cuando la mujer, por razones distintas, ha salido al mercado laboral, el statu quo del hogar se ha roto. La mujer ha recuperado la libertad y ha propuesto un nuevo acuerdo, que ha sido o no aceptado. Ésta es una vía clásica de ruptura. Algunos trabajos de investigación apuntan una hipótesis que resulta provocativa en términos sociales y es que si los dos componentes de las parejas heterosexuales (sin hijos) tuvieran independencia económica, un alto porcentaje decidirían vivir solos. Se refieren siempre al mundo desarrollado.

Y es que vivir solo no significa estar solo. Sobre todo hoy en día en que contamos con todo tipo de herramientas tecnológicas que nos acercan a cualquiera con facilidad: cámaras, teléfonos, ordenadores, relojes inteligentes, tablets, etc. Hay más soledad en una pareja que convive porque no tiene otra opción, que la que cada uno sentiría si viviera solo. Los “solos” tienen sus rutinas, sus manías, sus aficiones, sus horarios, sus prioridades. Algunas las comparten y otras no. Y las que comparten lo hacen con una persona o con varias, según ajustes. No se sienten frustrados ni abandonados, sino todo lo contrario.

Algunos pioneros desarrollaron hace ya medio siglo una fórmula que ha ido tomando protagonismo, sobre todo en países avanzados. Son “solos” que tienen una relación fundamental con otra persona, con la que no conviven. Se les identifica como “LAT’s” (Living Apart Together) o “vivir juntos separadamente”. Parece una contradicción, pero no lo es. Comparten muchas cosas, pero mantienen su privacidad. Su casa, como dicen los ingleses, es su “castillo”. Y ese castillo goza de un sistema de protección al gusto personal de su propietaria o propietario. Muchos de ellos han vivido otras experiencias que no les han resultado suficientemente gratificantes. Los “LAT’s” gozan de buena salud económica, pues apenas aprovechan las economías de escala que suponen la vida en común. Pagan un precio por ello pero no les importa, ya que la compensación emocional es muy elevada.

Sociológicamente los hogares han encogido. Y en la medida en que se produzca un cierto progreso económico, el modelo “living alone” se irá extendiendo a países en proceso de desarrollo. Se tendrán que superar los valores ancestrales de tipo cultural y religioso, y no será fácil. Pero la tendencia está ahí.

El enamoramiento es una descarga emocional que idealiza al otro. Es cuando nuestro cuerpo se inunda de dopamina, ese neurotransmisor que nos llena de felicidad. Pero el efecto es de corta duración, por lo que luego hay que buscar caminos para mantenerlo, aunque sea a fuego lento. Si se supera esa fase mítica (calificada de amor romántico) la dopamina deja paso a la oxitocina, otro neurotransmisor de naturaleza distinta, más tranquilo, más maduro, más intenso, que tiene la capacidad de sellar las relaciones. El gozo instantáneo del enamoramiento deja paso al placer de querer a otra persona; no para apropiarse de ella, sino para quererla en libertad.

Y esa forma de querer puede encontrar su espacio más propicio en el mundo de los “solos”. Quizás por ello cada vez hay más.

 

 

El capitalisme i el seu setè de cavalleria
Alf Duran Corner

 

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