Focus: Política
Fecha: 03/07/2015
Por si no teníamos suficiente con las embestidas de los “muñecos de papel” que controlan el aparato del Estado, estamos recibiendo últimamente las andanadas de las nuevas camadas del nacionalismo español, que van impartiendo lecciones sobre la moral pública y sobre su particular manera de interpretarla. Hasta ahora estos jóvenes se limitaban a hacer mítines populistas, en los que brillaba la oratoria fácil, las promesas de regeneración, las descargas emocionales y los bailes caribeños. Algunos han llegado al poder sorpresivamente y han recibido la primera ducha fría de realismo. No sé si aprenderán o no, y tampoco me importa.
Lo que no me gusta es su propensión al insulto hacia quienes no comparten su credo ideológico, su expresiva visceralidad. El señor Iglesias, que apenas jugaba con plastilina cuando unos pocos batían el cobre por las libertades, hace declaraciones dogmáticas sobre el bien y el mal y sobre sus representantes terrenales. El señor Iglesias se confunde cuando insiste en que la independencia de Catalunya es un invento de un enajenado que preside la Generalitat, y que dos millones de catalanes –que votaron sí a la independencia– fueron abducidos por ese alienígena. El señor Iglesias hace trampas cuando utiliza la “soberanía” como sujeto individual (soy soberano para hacer lo que me da la gana) y no como aspiración colectiva de un pueblo sometido. El señor Iglesias se contradice cuando ataca a la “casta”, a la que el mismo pertenece. Al señor Iglesias se le ve el plumero cuando se cubre con la bandera española y da vivas a la guardia civil.
El señor Iglesias pretende que una ideología política (la suya) rompa el frente independentista. Por eso introduce el código “social” en todos sus discursos, con un tono demagógico que haría las delicias de don Alejandro Lerroux. El señor Iglesias hace como que ignora que, en la España autonómica, el gobierno de Catalunya no puede más que gestionar la escasez (con un presupuesto esquilmado por el gobierno central, que se queda 45 céntimos de cada euro recaudado en Catalunya), y que la máxima libertad política a la que él apela, no existe sin soberanía fiscal, económica, política y financiera.
Pero, ¿quién es el señor Iglesias, además de un profesor de ciencias políticas? ¿Ha pensado alguna vez qué hubiera sido de él, si los medios no lo hubieran invitado a las tertulias de la charca madrileña?. Seguramente estaría haciendo oposiciones, que es el camino natural hacia el limbo de la burocracia. Y, ¿quiénes son sus colegas, el señor Dante Fachín, la señora Ubasart , el señor Monedero o el señor Errejón? ¿Cuáles son sus méritos no académicos?
En el mundo en el que yo me muevo, a la gente se la juzga por resultados, no por sus proyectos verbales. Yo trabajo a largo plazo y no me agradan los que operan a corto, puros especuladores. En el campo de las ideas, el señor Iglesias me los recuerda vivamente.
Que el señor Iglesias vaya por las Españas predicando la buena nueva con su look pasoliniano, me tiene bastante sin cuidado. Allá se las componga. Se sentirá a sus anchas, junto a su colega señor Rivera (otro producto de la telecracia), que tiene también una pléyade de representantes surgidos de la nada, a los que tampoco se les conocen méritos para estar ahí (en este caso, ni académicos).
Pero que venga a confundir con sus proclamas de cine de barrio a los catalanes de a pie, me produce hartazgo. Que busque alianzas con grupúsculos neonatos o partidos en fase de liquidación (como Iniciativa etc. etc.), con el sólo objeto de “echar a Mas y a sus secuaces” de la Generalitat, fractura mi homeostasis.
Señor Iglesias, no se confunda. Los catalanes somos gente pacífica, pero procure no romper nuestro punto de equilibrio. Para nosotros, el proceso catalán es un proceso autónomo. Nos gusta Mozart, pero también los Rolling, llegado el caso.
A usted le sonará extraño, pero tenga bien en cuenta que “los viejos rockeros nunca mueren”. Y en esta ocasión, los viejos rockeros apuestan por la lista del President. Por tanto, sea prudente, quédese en Madrid y no venga aquí a darnos lecciones irrumpiendo en la escena catalana como elefante en cacharrería.