MENTIRAS Y CINTAS DE VÍDEO

Focus: Economía
Fecha: 20/08/2022

Steven Soderbergh nos maravilló en 1989 con su opera prima “Sexo, mentiras y cintas de vídeo”, una fascinante y sorprendente película rodada con un bajo presupuesto, en la que cuatro jóvenes cruzan sus sentimientos, sus valores y su más o menos explícita sexualidad, en un entorno razonablemente convencional.

Lo he tomado como referencia, aparcando el sexo en el ámbito privado, pues éste no nos ayuda en este caso a descifrar el docudrama que estamos contemplando. Porque las dosis diarias de mentiras, medias verdades y complementos que los medios de comunicación transmiten sobre el conflicto de Ucrania y sus colaterales, acompañados de los spots pseudodramáticos (videos) del señor Zelensky, presidente de Ucrania (siempre en traje de campaña) resultan de lo más confuso.

No vamos a repetir los argumentos que en otras ocasiones hemos citado sobre los incumplimientos de los líderes de la OTAN, en los acuerdos no escritos entre Gorbachev, Bush padre y James Baker, este último Secretario de Estado norteamericano, cuyo mensaje final y definitivo quedó expresado en el compromiso: not one inch eastward”. Si hubieran sido fieles al acuerdo, el conflicto actual de Ucrania no existiría.

Pero como estamos en ello y no parece que haya voluntad de negociar la paz entre las partes sino todo lo contrario, vamos a ahondar en lo que está ocurriendo más allá del territorio de la guerra y en lo que puede ocurrir a medio plazo, tratando de superar la maraña que nos envuelve (mentiras y cintas de vídeo).

Empezaremos por los actores principales y luego pasaremos a los actores secundarios (actores de carácter), que acostumbran a superar con creces a los primeros.

El primer actor es Ucrania, que además está representada por un cómico de profesión, que ha tenido además la oportunidad de hacer llegar su “performance” al “mundo mundial” (como diría el en su día supuestamente glamuroso y hoy genuinamente carroza Felipe González). Lo que quede del país va a estar destrozado, económicamente endeudado, socialmente enfrentado, moralmente hundido. Eso sí, tecnológicamente armado con los últimos adelantos para mantener una guerra a fuego lento y experimentar todo tipo de innovaciones. Ucrania es ahora un market-test para la industria de la guerra. Estos últimos no tienen ningún interés en que se alcance un acuerdo de paz.

El segundo actor es Rusia, país de diecisiete millones de kilómetros cuadrados, de los que cuatro millones corresponden a la llamada Rusia europea. Solo esa zona representa el cuarenta por ciento de todo el territorio de Europa. Es por ello que es el mayor país de Europa y también el mayor país de Asia. Su fuerza geopolítica se explica también por su importante presencia en el Pacífico. Es además el gran almacén de materias primas del mundo, desde las más corrientes a las más estratégicas. Se estima que sus reservas de recursos naturales totalizan 75 billones de dólares. Que su PIB sea en la actualidad ridículo si lo cruzas con su potencialidad, se puede achacar a una mala gestión en el tránsito de una economía planificada a una economía de libre empresa. Podríamos decir que su cuenta de resultados es pobre y su valor patrimonial enorme y en buena parte inexplotado. Rusia no puede ser aniquilada (como pretenden algunos ignorantes de oficio) porque nos llevaría al suicidio colectivo.

Pero el enfrentamiento con el gobierno norteamericano y sus subsidiarios gobiernos occidentales (incapaces -incluida Alemania- de tener voz propia en este contencioso), ha hecho que Rusia se decante hacia Oriente, produciendo un nuevo balance en los equilibrios de poder mundiales. Y en Oriente es muy bien acogido.

Tengamos en cuenta que lo que podríamos denominar Eurasia suma el 75% de la población mundial, el 60% del PIB mundial y el 75% de la energía conocida. Y ya en el terreno político, existen dos iniciativas que parece ha llegado el momento de que se encuentren. Una es la promovida por China (BRI / Belt and Road Initiative) y la otra es la liderada por Rusia (Greater Eurasian Partnership). Una lleva tiempo funcionando con resultados espectaculares; la otra ha quedado por el momento en el terreno teórico. Ambas coinciden en desplazar el centro geopolítico del mundo hacia Oriente y no hacia el occidentalizado culturalmente Japón.

El proyecto de la BRI es muy ambicioso. Es mucho más que la “ruta de la seda” de la China imperial, que trataba de favorecer el tránsito de las mercancías, ruta que estuvo operativa entre el año 130 a.C. y el siglo XV. Con el actual BRI han llegado a acuerdos145 países de Europa, del sudeste de Asia y del Medio Oriente. El objetivo principal es construir infraestructuras básicas (carreteras, líneas férreas, puertos, etc.) para facilitar el comercio mundial. Pero hay mucho más. En los círculos políticos próximos al partido comunista chino, se dice que el presidente Xi Jinping concibió esa idea basándose en un artículo del presidente Mao publicado en 1970 (conocido como la “declaración 520”), en la que Mao animaba a los países del mundo desarrollado a que luchasen unidos contra el poder de Occidente, liderado por Estados Unidos. Mao citaba al filósofo confuciano Mencius, cuando decía que una causa justa obtiene el apoyo solidario, en tanto que no es así en una causa injusta. El BRI es un proyecto modernizado de aquel pensamiento. Tiene un frente interno (más conocido) y un frente externo, que explica la implicación de China, por ejemplo, en el continente africano.

Y no es que la inversión ni el comercio de China con los países africanos sea  relevante; es que China ha abierto en ese continente un frente político que le ha resultado muy rentable. Es cierto que ha financiado proyectos de inversión (con créditos a bajo interés), pero sobre todo ha promovido los vínculos culturales. Y esto viene de lejos. Cuando en 1989 se produjeron los sucesos de Tiananmén,  los países africanos (en contra de los occidentales) no condenaron los hechos e incluso algunos (como Angola, Egipto, Namibia) los aplaudieron. China ha ido tejiendo una amplia red de contactos, gracias también a los institutos Confucio implantados en África  (de los que unos sesenta se mantienen operativos), que ofrecen clases de lengua y cultura chinas. Esa narrativa antioccidental, de formas suaves, ha ido calando, hasta el extremo de que China es el país del mundo que cuenta con más posiciones en el directorio de las Naciones Unidas, gracias en parte al voto de los países africanos.  Como inversionista se ha concentrado en el cuerno de África (de nuevo por razones estratégicas). Buenos ejemplos son la Tecno Mobile, con fábrica en Addis Abeba, que ya es el segundo proveedor de móviles del continente o sus mil ochocientos millones de dólares invertidos en las grandes centrales hidroeléctricas etíopes.

Vemos que estamos refiriéndonos a un tercer personaje aparentemente secundario, pero que es el gran beneficiado del conflicto. Hasta hace un año China utilizaba el territorio ruso para enviar sus containers a Europa occidental, por tren preferentemente. Ahora ha buscado alternativas para adaptarse a las circunstancias. Para ello cuenta con la TITR (Trans-Caspian International Transport Route), una red de 6.500 kilómetros de carreteras, líneas férreas y puertos que pasan por Kazakstan, Georgia, Turquía y el mar Caspio para llegar a Europa. Esta red, también conocida con el “corredor medio” no es tan rentable como la rusa, pero es una solución a corto plazo.

Todo ello ha modificado también las relaciones entre los gobiernos ruso y chino, y en particular entre sus líderes. Aventuramos que Putin ha tenido que aceptar la tutoría de Xi Jinping, que ha tomado el mando en proyectos que el Kremlin tenía en standby en Asia central y occidental. El proyecto Altai, por ejemplo, que conecta los campos petrolíferos de Siberia con China y Mongolia, y que convertirá a China en el principal cliente de Rusia tanto en petróleo como en gas. No es que China haya aprovechado la oportunidad para liderar el nuevo orden; es que tiene las condiciones para ello. Hay que recordar que cuando Putin propuso el Greater Eurasian Partnership (desde Lisboa a Vladivostok), la respuesta del resto de países fue escasa. Los únicos que conectaron fueron los chinos y en concreto su presidente. En la sombra, en la distancia, en el silencio (todo muy confuciano), pero al lado de Rusia. El que crea lo contrario está absolutamente equivocado.

El cuarto personaje del docudrama es Estados Unidos, el país hegemónico por excelencia, con una deuda pública rampante que continúa apoyándose en el dólar y su papel como moneda refugio, y con unos recursos naturales del orden de 45 billones de dólares (frente a los 75 de Rusia). Al final de la llamada “guerra fría”  los sucesivos gobiernos norteamericanos fueron tomando conciencia del progresivo deterioro de su país como líder mundial. La OTAN perdía su razón de ser, pues la amenaza teórica de la ideología comunista había desaparecido. Pero sin la OTAN, Estados Unidos era un país americano al otro lado del Atlántico y nada más. El terrorismo islámico, que el “Estado Profundo” de Estados Unidos había armado y financiado en Afghanistán contra el ejército ruso, justificó el mantenimiento de aquella infraestructura militar europea. Hay que recordar que uno de los mejores analistas del espacio ruso y antiguo embajador norteamericano en Moscú (George F.Kennan) dejó escrito en sus memorias que “Si la Unión Soviética se hundiera mañana bajo las aguas del océano, el complejo militar-industrial estadounidense tendría que seguir existiendo, sin cambios sustanciales, hasta que inventáramos algún otro adversario. Cualquier otra cosa sería un choque inaceptable para la economía estadounidense”. No se puede explicar mejor. Luego, hay que mantener en alto el espíritu de alerta y aprovechar cualquier oportunidad para echar más leña al fuego. El conflicto de Ucrania ha constituido la mejor coartada. Además está lejos del territorio americano (lo que reduce la crítica interna), condiciona a los países gregarios (como Alemania y el Reino Unido) y obliga a los teloneros (como España y Polonia). A corto plazo puede parecer una estrategia inteligente, aunque a largo decanta el poder hacia Eurasia, con China como actor principal. Con Merkel al frente Alemania había aguantado los embates y mantenía una cierta línea personal. Con el nuevo gobierno que preside Olaf Scholz  el denominado “bloque alemán” (Alemania, Países Bajos, Austria, Bélgica, Suiza, Chequia, Hungría, Eslovaquia, Polonia, Eslovenia) desaparece. Los jefes de gobierno occidentales son títeres manejados groseramente desde Washington.

Con esta descripción cerramos el círculo y, como los buenos guionistas recomiendan, trataremos de acabar con un final feliz. El chico besa a la chica (o al chico, según proceda) y termina la historia. Y en esta historia el chico (éste es mi pronóstico) será muy probablemente la República Popular China, que tomará la hegemonía mundial de manos de Estados Unidos e impondrá un determinado orden. ¿Qué podemos esperar?

Nada mejor para hacer este perfil que repasar las declaraciones del académico chino Zhang Weiwei, decano del Instituto Chino de la universidad de Fudan (un centro de enseñanza posgrado radicado en Shanghái), el mejor divulgador de la obra de Deng Xiaoping y asesor oficioso personal del presidente Xi Jinping. Weiwei es un hombre respetado en los medios occidentales, por lo que es considerado una fuente objetiva y documentada sobre China y su futuro como país hegemónico. Veamos sus comentarios más interesantes:

No podemos quedarnos en la superficie si queremos conocer la realidad de lo que ocurre a nuestro alrededor. Y si prefiere seguir engañado, mejor que rebobine y vea de nuevo la película de Soderberg. Con “Sexo, mentiras y cintas de vídeo” tendrá suficiente para dormir tranquilo.

 

 

Alf Duran Corner

 

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