Focus: Sociedad
Fecha: 08/04/2022
Los medios de comunicación oficiales (los que se ajustan al catecismo dominante), tanto los públicos como los privados, nos toman por idiotas. Tratan de “vendernos la moto”, en feliz expresión de Ignacio Ramonet. Se trate de lo que se trate, se limitan a surfear sobre los hechos sin analizar mínimamente los orígenes y causas de los problemas subyacentes.
Quizás tienen razón, aunque no sepan propiamente que el mundo está lleno de idiotas repartidos estratégicamente, lo cual significa que ellos también quedan incluidos.
Como la propensión al insulto es algo muy corriente entre la especie humana, merece la pena revisar algunos conceptos para saber a qué atenernos y ser más rigurosos en la acepción.
Vayamos en primer lugar a la reconocida e histórica categorización clínica de estas tres palabras: idiota, imbécil y retrasado. El idiota es aquel cuyo desarrollo mental no excede al de un niño de dos años. El imbécil tiene un desarrollo mental superior al del idiota, pero su nivel de inteligencia no excede al de un niño normal de siete años. El retrasado, mejora la cota del imbécil, pero no excede la de un niño normal de doce años.
Etimológicamente los orígenes son diversos y confunden. Idiota viene del griego “idios” (privado) y no significaba necesariamente tonto o estúpido, sino todo lo contrario. En la actualidad sería calificado de listo. El idiota era un tipo corriente (de los que hoy abundan), que iba a la suya, que solo se preocupaba de sus propios intereses, y que dejaba las riendas del Estado en manos de terceros, sin importarle que hacían con ellas. Esa falta de cumplir con sus obligaciones respecto a los demás era muy criticada por los ciudadanos de Atenas, que entendían que no tenía justificación, cuando además el idiota se aprovechaba de los beneficios públicos que proveía el Estado. Decía Pericles al respecto (410 a.C.) “el idiota es alguien que delega en otros el cuidado de lo común y por tanto del suyo”. Cívicamente era y es un irresponsable. Que esta categoría haya derivado clínicamente en una aguda deficiencia mental es otra cosa. Pero en el plano sociológico, esta falta de compromiso del ciudadano medio respecto a la sociedad expresa una debilidad moral manifiesta. Nos tratan como ovejas porque nos comportamos como tales. Es cierto que nos venden la moto, pero la compramos con agrado. Y esto es ser idiota.
El imbécil viene del latín “imbecillus”, que significa débil mentalmente. En su expresión habitual ha derivado en una carga más agresiva, más violenta. Aquí no hay desperdicio ni posible compensación. No es tonto, ni estúpido, ni idiota. Es mucho peor: es un imbécil.
El retrasado mental es una acepción más moderna y difícil de diagnosticar. Las posibles deficiencias son amplias y variadas. Como insulto es un cajón de sastre y no tiene mayor implicación social que la presión psicológica del entorno más próximo, presión que puede afectar gravemente al que la acusa. Volvamos pues al inicio. Quizás nos tratan como idiotas, en su versión genuina, porque nos comportamos como idiotas.
Permitimos, por ejemplo, que unos partidos políticos que solo se representan a sí mismos organicen periódicamente unas elecciones para cubrir una serie de áreas de gestión pública, sin que sepamos propiamente que van a hacer con nuestro dinero (el de los contribuyentes) si alcanzan sus objetivos. Permitimos que esos mismos partidos presenten listas cerradas, en las que el orden viene determinado por la voluntad de la cúpula de cada partido; no podemos elegir a personas, elegimos marcas paraguas. Permitimos que las organizaciones citadas se transformen en agencias de colocación de sus militantes y simpatizantes, sin tener en cuenta las capacidades objetivas que exige cada puesto. Permitimos que las puertas giratorias continúen funcionando entre los altos funcionarios públicos y los consejos de administración de las empresas privadas con fuertes vinculaciones con el Estado, creando un corpus institucionalizado que propicia la corrupción. Permitimos que continúe un modelo financiero de trasvase de fondos entre territorios, de forma que los pobres de los territorios ricos subvencionan a los ricos de los territorios pobres. Permitimos que cada día que pasa se creen nuevos organismos públicos o parapúblicos, cuya única misión es poner limitaciones al desarrollo natural de la sociedad. Permitimos que una pandilla de ineptos (acompañados de amigos y conocidos) ocupen las primeras posiciones en cada uno de los poderes del Estado.
Y ahí estamos tan tranquilos, distraídos con “la guerra de Putin”, “los juegos olímpicos de invierno”, “las trifulcas barriobajeras Casado-Ayuso”, “el simbólico harén del ciudadano Sánchez”, “la mirada perdida del ciudadano Feijóo” y otros eventos de menor impacto.
Y como no es suficiente con el discurso monocolor de los medios convencionales, dedicamos nuestro tiempo a las redes sociales, creyendo que son opciones alternativas para informarnos debidamente. Y las redes sociales en general – como agudamente denunció Humberto Eco – solo sirven para que legiones de idiotas, que antes solo hablaban en el bar después de tomar unas copas siendo silenciados de forma rápida, tomen ahora la palabra y discurseen sin ambages sobre lo divino y lo humano. Es un “a por ellos” metafórico que avergüenza.
Ya lo avanzó Cicerón en una de las Epístolas a sus familiares: “El mundo está lleno de idiotas”.