¿QUÉ ME PASA DOCTOR?
Focus: Sociedad
Fecha: 08/07/2005
Una de las cosas que aprendí en la Facultad de Psicología de la Universidad de Barcelona, una facultad en aquellos tiempos primeriza y humilde, fue a ser muy cauto en la demanda de asistencia psicológica.
Cierto que yo ya venía pertrechado con una buena capacidad de autocrítica, fruto de nuestros clandestinos seminarios sobre marxismo y realidad social.
Como no he ejercido nunca de psicólogo, no tengo una posición corporativista, y mantengo la firme convicción de que hay que ser muy prudente antes de sentarse frente al analista.
Pero la sociedad occidental va por otros caminos. Los colegios de psicólogos rebosan de asociados, el “síndrome depresivo” está entre las tres primeras causas de baja laboral, las mamás llevan a sus niños al psicólogo por nimia que sea la razón. La gente ha aprendido el léxico y lo utiliza sin el menor arrobo.
De seguir así, pronto alcanzaremos esa etapa (mediados de los setenta) en la que cualquier neoyorquino de clase alta y de cierto nivel cultural, se sentía en la obligación de tener un psicólogo de cabecera.
No nos equivoquemos. La mayor parte de la población que tiene el privilegio de vivir en nuestra burbuja económica goza de una razonable salud mental. Los trastornos psicopatológicos que necesitan tratamiento son limitados.
Dejemos que la vida fluya. No nos observemos tanto. En muchas ocasiones, la presión de la oferta acaba generando su propia demanda.
Decía el maestro Freud que si no hubiera existido la burguesía ilustrada en la Viena de finales del siglo XIX, el psicoanálisis no hubiera llegado a su mayoría de edad.
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