Focus: Sociedad
Fecha: 24/07/2022
A sus ochenta y ocho años, Jacques Séguéla, uno de los grandes mitos del mundo publicitario, sigue ofreciéndonos sus sabias reflexiones sobre la comunicación moderna y como ésta ha ido evolucionando en la medida en que la tecnología de los medios lo ha hecho. En tanto que McLuhan nos ayudó a descifrar el poder de la forma (el continente en el lenguaje de Saussure), Séguéla puso el énfasis en la variabilidad y riqueza del contenido. Era y es un maestro.
Desde muy joven practicó la pedagogía de la provocación (a mi juicio sin duda la mejor, si sabes practicarla), y dejó su impronta en multitud de ocasiones. Una de sus más celebradas declaraciones, en plena crítica de la profesión por parte de la mayoría de la sociedad, fue aquella en la que dijo: “No le digas a mi madre que soy publicitario, ella cree que soy pianista en un burdel”.
Resumiendo, ser publicitario era para mucha gente en los setenta ser parte de la escoria de la sociedad de consumo. Ha llovido mucho y todo se ha relativizado. Si uno quiere ponerle el dedo en el ojo a cualquiera, sea cual sea su profesión, puede encontrar motivos para hacerlo. Nadie está en condiciones de alardear de pureza moral. Hay basura por todas partes, desde jueces y fiscales hasta barrenderos y repartidores.
Pero a veces las condiciones objetivas producen ciertos encuentros en los que una profesión en concreto se convierte en un gran lupanar. Es lo que ha ocurrido con el periodismo. Seguramente es un problema generalizado, en la medida en que la opinión publicada está al dictado del poder económico y esto ocurre en todo el mundo. Pero vamos a ceñirnos a lo más próximo, a lo que ocurre en el Estado español y en la empobrecida autonomía de la nación catalana.
En España el periodismo dominante es un periodismo canalla, que opera desde los medios públicos y privados. Entre los medios convencionales pocos se salvan. Prensa, radio y televisión dan juego a las inevitables tertulias, en las que unos supuestos periodistas se codean con chaperos mediáticos procedentes de todos los escalones de la embrutecida sociedad. No importa lo que leas, lo que escuches o lo que veas. No hay diferencias significativas entre el “ABC”, “El Mundo”, “La Razón”, la “Cope”, la SER, “El País”, la “Trece”, Antena3, Telecinco, TV1, etc. etc. El insulto, la mentira, la prevaricación se sirven a manos llenas. Tienen buffet libre porque saben que están protegidos por sus propios correligionarios. Es el tiro al blanco y nunca pasa nada.
En la Catalunya autonómica hay menos estridencias pero el mismo escenario. Por un lado tenemos los elementos residuales de la caverna madrileña, que han sido acogidos con alborozo en las columnas y tertulias de los medios públicos (radio y televisión), bajo la engañosa consigna de que hay que poner opiniones enfrentadas. Si repasasen en las hemerotecas el historial de muchos de estos tipos, a los directores les tendría que caer la cara de vergüenza. Luego están los representantes de los partidos políticos catalanes y de las delegaciones en Catalunya de los partidos españolistas, que deberían quedarse en su casa y dedicarse a sus menesteres.
En la radio privada (grupo Godó) se da la paradoja de que los programas de mayor audiencia son conducidos por periodistas que defienden su relativa independencia gracias a su “share”. Y es que ante una cuenta de resultados positiva, la propiedad guarda su ideología en un cajón. Hay que reconocer que los medios privados son más transparentes, sobre todo en el ámbito de la prensa diaria de origen catalán. “La Vanguardia” y “El Periódico” son españolistas; no se ponen ninguna máscara. “El Punt-Avui” tampoco, en el sentido contrario; son independentistas. “El Ara” no sabe no contesta; se mueve en la ambigüedad, posición típica de la burguesía catalana no comprometida.
Merece la pena prestar especial atención a los medios acogidos en la Corporació Catalana de Mitjans Audiovisuals, cuyos dos brazos principales son Catalunya Radio y TV3. El deterioro es manifiesto. La calidad nefasta. Tendrían que hacer una limpieza a fondo como hizo la Caixa en su momento. Hay un montón de posibles jubilaciones anticipadas. Muchos de ellos y ellas son periodistas-funcionarios que llevan ahí toda la vida. Los más espabilados han creado sus propias productoras y venden sus servicios a precio de oro a una Corporació arruinada. Eso sí, nos indican a diario que sus audiencias mejoran, sin tener en cuenta que ejercen un cierto monopolio para los oyentes y espectadores de lengua y cultura catalanas. No tienen otro mérito.
Y en este gran lupanar ha producido revuelo que un político profesional haya tenido, al parecer, una conversación subida de tono con una comunicadora sobre la entrevista realizada a su líder, que el político consideraba improcedente. Todo el mundo se ha rasgado las vestiduras, incluidos algunos miembros del govern de la Generalitat (que, que se sepa, nadie había invitado a este entierro), proclamando la voluntad de independencia de la profesión periodística. Hablar de independencia en las actuales circunstancias históricas es, como poco, una gran hipocresía, una tremenda mentira, una falsedad incuestionable.
¿Por qué en lugar de armar este zafarrancho, no se dedican, por ejemplo, a investigar cómo es que la Audiencia de Barcelona obliga a repetir el juicio que absolvió a los síndicos del 1-O? ¿Por qué no se preguntan todos estos periodistas independientes desde cuando el sistema judicial tiene la potestad de repetir juicios si la sentencia no es de su agrado? ¿Por qué no profundizan en el entramado mafioso que ha llevado al Catalangate y a sus perversos precedentes? ¿Por qué no hacen autocrítica y prescinden de las subvenciones públicas que reciben los medios afines y así de verdad serán más libres para ejercer su función periodística?
Actualicemos el mensaje provocador de Séguéla: “No le digas a mi madre que soy periodista, ella cree que soy pianista en un burdel”.
Y si ser pianista en un burdel, entre matones, palanganeros y putas, es mejor que ser periodista, sería aconsejable que resolvieran sus miserias antes de dedicarse a airear las de los demás.