SELECCIÓN DE PERSONAL

Focus: Sociedad
Fecha: 14/12/2020

Cuando terminé mi primera etapa de estudios universitarios en la llamada “capital del reino” y traté de ocupar un espacio en el mundo empresarial –que es el que me atraía y sigue atrayéndome–  tuve que someterme a muchos procesos de selección, algunos próximos a la tortura psicológica y otros que resultaban agotadores por la cantidad de pruebas escritas que tenías que pasar. Luego amplié mi formación y me licencié el Psicología y en Sociología, y entre una cosa y la otra hallé la razón de tanto disparate.

El gran Pitirim Sorokin, el pensador renacentista de origen ruso que llegó a presidir la sociedad americana de sociología, ya había criticado el uso indiscriminado de la “testomanía”, que tantos dolores ha causado a muchos candidatos y candidatas a lo largo de su carrera.

Luego el tema evolucionó y aparecieron los headhunters, que no eran más que una versión actualizada de los antiguos seleccionadores, con protocolos cerrados y un toque de modernidad. Y así seguimos de penosos.

Hace ya muchos años que me di cuenta de que todo este andamiaje no servía para nada y que el proceso de ajuste entre un candidato y un puesto en una organización dependía de tantas variables, que era imposible de controlar: la edad, la trayectoria, la formación, la personalidad, los valores, las ambiciones, los activos y pasivos personales, la energía y un largo etcétera de unidades de análisis.

Uno siempre busca el algoritmo, aquella solución que resuelve el problema y minimiza el error. Claro que hay algoritmos que se mueven en el terreno de lo cuantitativo y se someten a los dictados de la lógica formal y otros (los cualitativos) que son más humildes, pues no disponen de un gran aparato conceptual y solo se validan por los resultados.

Yo hallé mi algoritmo en la selección de personal hace muchos años, y ese algoritmo lo he hecho extensivo a mis relaciones voluntarias con terceros. Y me funciona. El método es muy simple; se trata de preguntar a tu interlocutor qué le hubiera gustado ser y porqué, si no fuera lo que es en el terreno profesional. Y luego ir tirando con suavidad: por el hilo se saca el ovillo. Los resultados son sorprendentes y te ofrecen la cara oculta, que es lo que importa.

Claro que uno puede hacerlo también como divertimento (a modo de pasatiempo), elaborando hipótesis en función de los comportamientos observables de la gente que lo rodea. También puede hacerlo extensivo a ciudadanos más alejados, como sería el caso de los políticos, que de forma continuada te asaltan desde la pantalla del televisor y te someten a sus improvisadas declaraciones. Y ahora que estamos en período de confinamiento, el ejercicio puede resultar gratificante y compensador.

Por ejemplo, ¿qué podría haber sido José María Aznar, si no se hubiera dedicado a la política? A bote pronto, un funcionario malcarado del ministerio de Hacienda, en el servicio de reclamaciones. Exigente en los procedimientos. Puntual en el horario. Habiendo internalizado –sin haber leído a Larra–  el “vuelva usted mañana”. Pulcro y bien afeitado. Consciente de que está en el lado bueno del mostrador. Feliz cuando devuelve un expediente por incompleto. ¿Lo pueden visualizar? ¿Y Felipe González? Un cacique extremeño con una buena ganadería vacuna, bien aposentado, sedentario, poco dado a la vida social. Amante de la buena mesa. Rutinario en su siesta diaria. Hace tiempo que lee la misma novela, que nunca termina. ¿Y Mariano Rajoy? Sorpresa, sorpresa. Lo que es: un registrador de la propiedad, con un trabajo repetitivo y un horizonte mediocre, que juega a las cartas cada día en el casino del pueblo. Gusta de firmar los documentos con una pluma especial, que guarda con particular mimo. No tiene opinión y nunca se ha planteado tenerla. Total, ¿para qué?

Vayamos más cerca. ¿Y Miquel Iceta? El dependiente veterano (l’encarregat) de una tienda de comestibles muy bien nutrida y reconocida por la clientela. Ordenado, disciplinado, atento y servicial. Cuida con esmero de que los carteles de los precios estén bien colocados. La puntualidad en todo es un plus. Cada cosa en su cajón (como solía contarnos Josep Pla de este tipo humano). “El que vostè digui senyora Mariapodría ser su eslogan.

¿Y Carlos Carrizosa? Un policía municipal, con gente a su cargo, que gestiona y controla las multas de tráfico de una ciudad castellana. Hace del carraspeo un ejercicio matutino. No se lleva bien con los vecinos, aunque no sabe por qué. Guarda en un archivo privado una colección de los tebeos de “Roberto Alcázar y Pedrín”. Displicente y muy atento al cumplimiento de los trienios. Siempre procura llevar un paquete de antiácidos en el bolsillo. Ve con fruición los debates de la Sexta.

¿Y Alejandro Fernández? Un ujier del Tribunal Supremo, que resuelve diligentemente ciertos trámites según lo establecido. Le gusta llevar la gorra bien encajada porque sabe que induce al respeto. Lleva muchos años en el oficio y espera jubilarse allí. No se entera mucho de lo que ocurre en las salas, aunque tampoco le importa. No está ahí para eso. Se siente cómodo entre jueces y fiscales, en los que proyecta sus marchitas ilusiones.

¿Y Pere Aragonés? El director de una reconocida y veterana gestoría de la ciudad de Barcelona, con una gama de servicios que van desde la declaración de impuestos a las reclamaciones por siniestros, pasando por la presentación de cuentas en el Registro Mercantil. Hace “trámites”, que es una forma como otra de ganarse la vida. Diligente, serio y responsable. Domina el oficio y se siente cómodo con él. Le gusta pasear con la familia en los domingos soleados y comprar un pastel sin excesivos adornos. El ritual es para él sagrado. Es un pequeñoburgués que no ha leído a Marx.

Pueden seguir con el juego tanto como quieran. Lo que cuenta es el método. Como podría decir Lukács, es lo único que cuenta.

Alf Duran Corner

 

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