Focus: Política
Fecha: 07/06/2018
Llevamos unas semanas en un debate de corrala sobre el ADN. Resulta curioso este tipo de debate en un país donde la ciencia repele a la mayoría de la población, que no tiene ni idea de genética, ni de cromosomas, ni de mitocondrias, ni de la cadena entre los aminoácidos y las proteínas. Unos pocos saben que los genes transmiten información biológica entre generaciones, lo que significa que un gene es un replicador biológico que se concreta en mil características, desde la forma de la nariz hasta el color de los ojos. El ADN de cualquiera de nosotros contiene 30.000 genes, que construyen y mantienen nuestros diez billones de células corporales.
El debate de marras, que los tertulianos de las cadenas de radio y televisión españolas aprovechan hasta el límite, viene a raíz de un artículo publicado por Quim Torra hace años en su calidad de periodista y que ya reprodujimos hace unos días (http://elmon.cat/opinio/5052/la-llengua-i-les-besties). En ese artículo, que utiliza la metáfora como figura descriptiva (algo que sólo una persona culta es capaz de hacer), Quim Torra trata de interpretar los exabruptos verbales del pasajero de un avión ante un mensaje en catalán, como un comportamiento fóbico, quizás con base freudiana o una pequeña sacudida (“sotrac”) en su cadena de ADN. La investigación empírica nos dice que muchas reacciones violentas (en especial las extremas) son hereditarias. El psicoanálisis, por su parte, las fundamenta en la explosión natural del “Ello”. No conocemos ni nos importa el caso específico de ese pasajero, que de nuevo la “caverna mediática” ha llevado a los platós para seguir disparando contra el “supremacista, racista y xenófobo” Torra. Como conocemos personalmente el talante amigable y civilizado de Quim Torra, nos imaginamos que el episodio del avión debía ser de órdago.
Yo recomiendo a esa pandilla de ignorantes que pululan en los medios, que olviden los genes y presten un poco de atención a los memes.
Fueron los sociobiólogos, bajo la atenta mirada del gran Edward O.Wilson, quienes se interesaron por los “replicadores culturales”. El tema no era nuevo, pero sí lo era desde el campo de las ciencias naturales. Sociólogos y antropólogos (ciencias sociales) llevaban muchos años argumentando que la genética sólo explicaba una parte de la personalidad del sujeto y que el proceso de aculturación y socialización era muy importante en la concreción del producto final. Era el viejo debate entre naturaleza y cultura. También los psicólogos (en particular los cognitivos) habían descrito el papel de los estereotipos (creencias organizadas sobre las características asociadas a distintos grupos sociales) y de los prejuicios (evaluaciones afectivas sobre grupos sociales en base a las creencias). A título personal recuerdo ahora mi posicionamiento político en mis años jóvenes, después de licenciarme en Sociología en Deusto y en Psicología en Barcelona, que me llevaba a despreciar el papel de los genes y a enfatizar el ajuste social. Compartíamos un síndrome progresista juvenil mal metabolizado. Luego me di cuenta de mi error, con un cierto sesgo a favor de los genes. Y así sigo.
Pero el enfoque de Wilson, seguido por Richard Dawkins y sus colaboradores, era otro. En la teoría de la evolución, se admite que los genes no proporcionan a los individuos recién nacidos toda la información que necesitan para sobrevivir en un entorno complejo, cambiante e interdependiente. Son los memes, o unidades culturales, las que completan el cuadro. Al igual que los genes, los memes son máquinas replicadoras que se transmiten de generación en generación. Robert Aunger, en su ensayo “The Electric Meme: A New Theory of How We Think” argumenta que todavía sabemos muy poco sobre nuestro cerebro para poder identificar la ubicación de los memes, lo que no es de extrañar si tenemos en cuenta lo que se ha tardado en descifrar el código genético. Dawkins, que es el científico que más ha trabajado en este campo, explica que de la misma forma que los genes se propagan al saltar de un cuerpo a otro mediante los espermatozoides o los óvulos, los memes se propagan al saltar de un cerebro a otro, mediante un proceso de imitación, enseñanza o asimilación. No todos sobreviven y sólo lo consiguen los que cumplen tres cualidades: longevidad, fecundidad y fidelidad en la copia.
Las creencias, ideas, usos y costumbres forman parte del repertorio de memes. Es evidente que su supervivencia cuenta con el apoyo de la cultura dominante en el entorno en el que operan, cultura que ayuda sobre todo a su longevidad. Aunque como ya dijo Umberto Eco, los medios de comunicación no siempre crean opinión, sino que refuerzan la que ya circula.
La visión que los españoles tienen de los catalanes es un meme replicante, que se transmite de generación en generación. No les gusta nuestro carácter, nuestra lengua, nuestro concepto del trabajo, nuestra disciplina, nuestra ironía, nuestro sentido de la medida. No saben apreciar la diferencia entre el sentido común y el seny. No tienen que aprenderlo, lo heredan. De la misma forma, nuestra visión de los españoles es también un meme replicante. La diferencia es que nosotros no nos metemos con ellos. No hay posibilidades de ajuste. Se ha superado la ridícula “conllevancia” de Ortega, que nació muerta.
La cuestión es muy simple: los catalanes nos queremos ir. Es por eso que exigimos un referéndum. A lo mejor lo perdemos, porque muchos de los españoles que son ciudadanos administrativos de Catalunya votarán en contra. Pero eso es la democracia.
Y quizás aquí es donde tenemos el problema más grave. El autoritarismo y absolutismo monárquico de Castilla, la sumisión al poder del pueblo llano, están en las antípodas del pactismo histórico catalán entre los ciudadanos y su concepto primigenio de “pau i treva”. Y esto tampoco se aprende, está en los memes. La democracia, en definitiva, no significa lo mismo para unos que para otros. Como nos enseñó Saussure: el mismo significante y distinto significado.
El problema de España con Catalunya son los españoles. No sus genes sino sus memes.