Focus: Sociedad
Fecha: 12/02/2024
El Estado español, siempre dispuesto a sacarse de la manga lo que le da la gana, ha vuelto a poner sobre la mesa la palabra terrorismo, un código cuyo carácter denotativo (la estricta definición) es largamente superado por su valor connotativo, ya que este último apela a las emociones y en particular a nuestro cerebro más primitivo (el reptiliano).
El cerebro reptiliano, también llamado tronco cerebral, controla una serie de funciones básicas, como es la respiración, la temperatura corporal, la frecuencia cardíaca y otras. Pero en nuestro caso lo importante es que controla también nuestros instintos más básicos, entre ellos el conocido “fight or flight” (lucha o huye) que Walter B.Cannon nos presentó en su modelo de comportamiento ante una situación de riesgo extremo. Es el cerebro de la supervivencia. Y ¿qué es lo que sentimos cuando percibimos ese riesgo? Sentimos terror.
¿Y, eso qué es? Pues una sensación de miedo muy intensa que tiene una respuesta fisiológica con descargas de adrenalina y cortisol, dos hormonas que nos ayudan a combatir al causante del terror y que a su vez generan conductas exageradas cargadas de odio hacia la supuesta fuente de nuestro malestar.
Estas condiciones de los seres humanos ofrecen campo abonado para la manipulación, aunque sea técnicamente muy grosera, y esto es lo que hacen los altos funcionarios del Estado español (y también los bajos) para construir y comunicar un relato sobre el terrorismo donde las aventuras del Capitán Maravillas se cruzan con las andanzas fascistoides de Roberto Alcázar y Pedrín.
Me cuentan algunas personas que por razones profesionales (abogados o periodistas) han tenido la ocasión de leer parte de los sumarios incoados sobre las denuncias por terrorismo, en los casos del llamado Tsunami, Volhov y otros, que las historias que se cuentan desbordan la imaginación más delirante. Puedo comprender sus reacciones ante la dimensión del sin-sentido de todo ello, aunque a mi juicio el problema de fondo no es éste. El problema es que la mayoría de los ciudadanos españoles (a la derecha y a la izquierda teórica del espectro) se creen a pies juntillas el contenido de los distintos relatos y entienden que los “terroristas” deben ser castigados. Y esto es mucho más grave.
Un buen amigo, con quien compartí estudios universitarios en Madrid aunque en promociones distintas, me decía hace poco que había estado en la capital del Estado un par de semanas y que había tenido la ocasión de hablar con amigos, conocidos y familiares próximos sobre este tema. Y que la coincidencia era total. Había ligeros matices sobre el grado de terrorismo de los líderes independentistas catalanes y de sus seguidores (y aquí la carpeta está abierta y pueden introducir a quien quieran), pero ninguna duda sobre su culpa. Tenían que penar y arrepentirse. Solo les faltaba decir que si no lo hacían “irían al infierno”.
Y es que España (la gran Castilla) es, como señala Josep Costa, irreformable (“no effective treatment”). Sigue la Santa Inquisición, a través de cuerpos militares y para-militares, de un Sistema Judicial heredero de la teoría y prácticas del Régimen Franquista y de una burocracia instalada en el poder que no está dispuesta a ceder ni un palmo en cuanto a los derechos y libertades de los ciudadanos catalanes. Que como indica acertadamente Matthew Tree, la División de Investigación Federal de Estados Unidos (el país más avanzado en la lucha anti-terrorista) distinga catorce tipos de terrorismo, y ponga como criterio discriminante que se involucre el uso de armas o bombas o la tortura, y que por su parte las manifestaciones de “las hordas independentistas” fueran de un perfil bajo, sin grandes estridencias, la mayoría con el lirio en la mano (por cierto, todo ello muy catalán), sin bombas, sin armas y sin torturas, a nuestros ocupantes les importa un bledo. Recordemos, a título de anécdota, que en el transcurso del juicio contra algunos líderes, unos testigos de la parte acusadora declararon que mientras descargaban sus porras contra unos ciudadanos que querían votar, esos ciudadanos los miraban “con odio”. ¿Qué otra prueba es necesaria para considerarlos terroristas?
Hace poco hice referencia al “mccarthismo”, esa corriente extremadamente reaccionaria que dominó la escena política en Estados Unidos después de la II Guerra Mundial. Durante esa etapa fomentó la “guerra fría” y creó las bases para que un país que había liderado el pensamiento liberal y democrático en el mundo, fuera evolucionando hacia posiciones muy por debajo del etiquetado como “Estado Democrático de Derecho”.
No es un problema de cuatro psicópatas desperdigados. Es mucho peor. Es que estamos metidos de lleno en una sociedad sociopática.