Focus: Sociedad
Fecha: 15/09/2024
El Estado español, un aparato administrativo que nunca ha sido capaz de constituirse como nación, tiene un rasgo diferencial que lo distingue de otros de similares características: es un Estado de trileros, de estafadores, de engaña bobos. Lo ha sido siempre y se siente cómodo con ello.
Hay etapas en las que el estafador se quita la careta y da paso a su perfil más violento, más agresivo, más intolerante. El imperio colonial se construyó así. Los enfrentamientos, las guerras civiles, las imposiciones “manu militari”, las torturas, las vejaciones y toda una ristra de maldades que afectaban y afectan a la ciudadanía crítica tuvieron la misma base.
Pero cuando les avisaron de que había llegado la civilización, tuvieron que abandonar puntualmente los procedimientos coercitivos (siempre a punto por si fueran necesarios) y entrar en la fase “pseudo democrática”. Y en esta fase la herramienta ideal eran los triles, ese juego de apuestas, siempre fraudulento, que consiste en que el cauto averigüe siguiendo con la vista, en cuál de los tres escondites ha colocado el operador un objeto sobre una mesa plana, objeto que previamente ha movido con rapidez ante el público presencial. El operador cuenta además con un colega que obtiene en la fase previa unas supuestas ganancias y que hace que los bobos caigan en la trampa y pierdan fácilmente su dinero en las apuestas.
El trilero en el Estado español es un héroe nacional. Es hábil, manipulador, “campechano”. Su mérito está en su demérito. Es tan trilero el pequeño diablo que estafa a los transeúntes en la calle como el ejecutivo de banca que presiona para colocarte un producto financiero derivado que ni él es capaz de comprender. Es tan trilero el que aprovechando su ilimitada línea de crédito hace caer un valor bursátil para luego comprarlo a bajo precio (sin importarle el valor real del activo) como el que se aprovecha de una futura recalificación municipal (sobre la que otro trilero le ha informado) para comprar terrenos no urbanizables.
El trilero no nace por azar. Es fruto de una lógica interna en la que infraestructura y superestructura mantienen una equilibrada relación dialéctica. En el Estado español se dan las condiciones objetivas para que se produzca este fenómeno. Cuando a finales del siglo XV los reinos peninsulares se integraron parcialmente y se constituyó un primitivo Estado, los modelos de referencia eran los pícaros, los buscones y gente de similar condición en toda la pirámide social. Luego la esfera literaria los inmortalizó. Y todo esto conformó una cultura en términos antropológicos que ha quedado asentada y solidificada de forma permanente.
La infraestructura del poder en monarquías de naturaleza absoluta (como es el caso) es muy simple. Arriba está el monarca o quien hace sus veces, luego la Corte de vasallos y por último la plebe o pueblo llano. No hay zonas intermedias. Arriba está el trilero mayor, luego los trileros menores y por último los bobos. Y este modelo se ha perpetuado hasta nuestros días, con las adaptaciones tecnológicas correspondientes. Ahora la Corte son los representantes de los fondos de inversión, el Capital Riesgo y los de las empresas dependientes del BOE (obras públicas, etc.). Solo falta recordar, a título de ejemplo, que cuando los empresarios catalanes invirtieron, con su garantía patrimonial, en una línea férrea y llevaron adelante el primer ferrocarril del Estado (línea de Mataró a Barcelona / 1848), el marqués de Salamanca creó una sociedad privada, de la que él era el principal accionista, para llevar un ferrocarril de Madrid a Aranjuez, proyecto privado coincidente con la etapa en la que ejercía como ministro de Hacienda. La garantía la dio el Estado. Un trilero de lujo, pero un trilero.
En cuanto a la superestructura ideológica, cabe señalar una vez más que en el Estado español la religión dominante (religión de Estado, con concordatos de naturaleza económica con el Vaticano) es la católica. Y la religión católica tiene entre sus mitologías la del “jardín del Edén” y la indicación del Dios todopoderoso de que “no deben comer del fruto del bien y del mal” (descrito como una manzana). Y al hacerlo fueron condenados a trabajar (a “tener que conseguir alimentos con el sudor de su frente”). El trabajo como sanción, como castigo.
En otros territorios europeos, Lutero primero y Calvino después (con diferentes matices) dieron al trabajo un valor positivo. El trabajo como progreso. Si te encuentra trabajando (apuntaba Calvino) es posible que seas elegido (teoría de la predestinación). No es de extrañar con todo esto que los países protestantes y calvinistas hayan destacado siempre económica y socialmente frente a los de religión católica. No sorprende que en el Estado español protestantes y calvinistas (una limitada parte de la población) fueran repudiados por el Sistema, como habían sido antes expulsados los judíos.
Es por eso que cuando me cuentan los detalles del pacto entre el PSOE y Esquerra Republicana (dejó de ser catalana hace tiempo, mientras se cuidaba de ampliar la base), no puedo por menos de sonreír. Este pacto nace muerto antes de su teórica aplicación. Nace muerto porque no es posible. ¿Cómo puede ser entonces que lo redacten en esos términos? Porque los primeros (el PSOE) son unos trileros y los segundos (ER) son unos bobos.
En el fondo tienen razón los representantes del PP, Vox, Sumar, parte del PSOE y otros colectivos menores, como lo tienen los españoles en general, cuando se quejan de ese papel, aunque lo argumenten muy pobremente. Nunca han tenido posiciones empresariales serias en el ámbito privado, no saben lo que es presentar cuentas a los accionistas, no se han tenido que endeudar para cubrir agujeros patrimoniales, pero saben sumar y restar. Y se dan cuenta de que si la vaca (los contribuyentes catalanes) reparte la leche de forma algo distinta (aunque sea ridículamente distinta) ellos lo notarán. Por eso se indignan. Han vivido muy bien de la “sopa boba” y quieren continuar viviendo.
No se trata de que la trampa esté en la “cuota de solidaridad” y en su desconocida fórmula de cálculo (como defienden algunos colegas profesionales que yo respeto), sino que una Catalunya independiente no ha de tener ninguna “cuota de solidaridad”. Ingresos frente a gastos y nada más.
La solidaridad es voluntaria. Si no, es chantaje (como ahora). Uno es solidario cuando quiere, con quien quiere y como quiere. Recomiendo a estos colegas que repasen los textos del maestro Walter Rostow y previamente los de Ricardo. Una ayuda (transferencia de fondos) no debe institucionalizarse. Se ayuda para poner orden en el caos económico de un territorio, de un país, de una familia y permitir que esa unidad en el tiempo despegue. Si no se hace de esta manera el receptor de los fondos desarrolla un mecanismo de inhibición y utiliza los fondos para el gasto o para la inversión ociosa y no para la inversión productiva. Y esto es lo que lleva ocurriendo en los últimos cuarenta años en el Estado español.
Volvamos ahora a la “sopa boba”. Este concepto hace referencia a una costumbre de la Edad Media que se producía en los conventos, monasterios o casas de reposo con relación a la provisión de alimentos. Al final del día los monjes tomaban unos calderos llenos de los guisos sobrantes del día y los llevaban a la puerta de la estancia. Allí acudían los pobres y mendigantes y se proveían de ello. Lógicamente la mayoría vivía cerca de los lugares citados, por lo que conocían el ritual y acudían de forma periódica. Existe poca documentación al respecto, pero la suficiente para saber que la mayoría se pasaban el día en holganza (cantando y bailando) porque tenían la provisión asegurada. De aquí la expresión “vivir a la sopa boba”, que es vivir a expensas de otro.
Y eso es lo que ocurre en el Estado español y seguirá ocurriendo mientras no seamos una nación independiente. Aunque yo siempre he creído que los bobos somos nosotros. De ahí la expresión tan catalana de “ser cornut i pagar el beure”. ¿Hasta cuándo?