UN MALDITO EMBROLLO

Focus: Economía
Fecha: 01/09/2021

Hace veinte años, casi en los inicios de la web, escribí una columna con este título “Maldito embrollo.12.03.2001” (https://www.alfdurancorner.com/articulos/maldito-embrollo.html ), en la que curiosamente me refería al auge del fundamentalismo talibán y a sus responsables indirectos. Ya hemos visto como ha acabado la película. Y es que la historia impone su propia lógica, que los humanos contribuyen a modelar a favor de la entropía.

Aprovechando el revuelo provocado por las últimas noticias que los medios explotan sin el menor criterio (que si Messi se va o se queda; que si el aeropuerto del Prat se amplía o no; que si las bases americanas en España se transforman o no en centros de distribución y/o almacenamiento de ciudadanos afganos y afines), el oligopolio eléctrico ha aumentado sus tarifas, con la colaboración implícita de la alta burocracia del Estado. El Banco de España, que es parte de la casta, ya nos ha explicado que esto se debe al encarecimiento de los permisos de emisión de CO2 (que se compran y venden como si fueran rosquillas) y sobre todo al incremento de los precios del gas.

Y con el gas entramos en un terreno donde se mezclan los intereses, legítimos o no, de los países productores, de sus empresas (públicas o privadas) y de los grandes consumidores. Y para mayor confusión se introduce la variable política (en este caso el contencioso de Crimea) y sus inevitables efectos colaterales.

Los grandes productores mundiales de gas natural son, por este orden, Estados Unidos, la República Rusa, Irán, Qatar, China y Canadá, estando los dos primeros muy por encima del resto. Y si nos atenemos a las reservas, el orden cambia, siendo el primer país Rusia, seguida de Irán, Qatar, Turkmenistán (uno de los países fronterizos con Afganistán) y Estados Unidos. Que Rusia tenga el 20% de las reservas mundiales y Estados Unidos solo el 7% explica muchas cosas. Y en cuanto al consumo, los principales países son Estados Unidos, Rusia, China, Irán, Japón y Canadá. Si nos ceñimos al ámbito europeo, los mayores consumidores (Rusia aparte) son: Alemania (8º en el ranking), el Reino Unido, Italia, Holanda, Francia y España (31º), con diferencias significativas entre unos y otros. Si incluimos Turquía (puesto 16) y otros países europeos de menor consumo, podemos alcanzar el 15% del consumo mundial, una cuota relevante para los países productores.

El gas hay que transportarlo y se puede hacer por vía terrestre o marítima. La distancia es un factor a considerar, aunque siempre hay que contrastarlo con el coste de las infraestructuras terrestres, el de las terminales para hacer líquido el gas transportado por mar (regasificarlo) y su complejo proceso de amortización. En cualquier caso, es un gran negocio y por eso todos los operadores están en ello. Además se ajusta a los programas en defensa del medio ambiente, al considerarlo una fuente de energía más eficiente y menos contaminante. ¿Qué más puede pedir un inversor? Gana dinero y la sociedad lo aplaude.

Ya hemos visto que la Federación Rusa posee grandes reservas y un nivel de producción elevado. Comercialmente el gas natural entró en juego en Europa a primeros de los sesenta, con el descubrimiento de un yacimiento en Holanda. Luego vinieron los resultados de las exploraciones en el mar del Norte, que compartían el Reino Unido y Noruega y que utilizaron para consumo propio. Pero el salto se produjo a finales de los setenta, cuando se descubrieron en Siberia grandes yacimientos. La Unión Soviética, en plena “guerra fría”, desarrolló todo un proceso productivo y construyó una primera red de gasoductos, destacando el que llegaba hasta Ucrania, con extensiones hacia países de la Europa occidental. Cuando en 1989 se derrumbó el imperio soviético, el gas natural continuó suministrándose, porque business is business”.

Al final se construyeron trece gasoductos. Tres van directamente a Finlandia, Estonia y Letonia. Cuatro que a través de Bielorrusia van a Lituania y Polonia. Cinco que desde Ucrania van a Eslovaquia, Rumania, Hungría, Polonia y a Europa occidental. Y uno que a través del mar Báltico va directamente a Alemania (el Nord Stream 1). Cuando se superen los trámites administrativos, se pondrá en funcionamiento a pleno rendimiento el Nord Stream 2, que sigue la misma ruta que el anterior y va principalmente al mismo mercado. Con datos del 2020, dieciocho países de Europa tienen una dependencia del gas ruso superior al 40% de su consumo, siendo Alemania con un 49% e Italia con un 41% los principales mercados. Se da la paradoja de que Ucrania ni importa ni consume gas natural ruso. Y esto exige una explicación aparte, que tiene más que ver con los intereses políticos de los grandes poderes mundiales que con la lógica económica.

Ucrania formaba parte de la Unión Soviética y tras la desaparición de ésta se declaró república independiente (1991). Con el soporte financiero de la banca británica y suiza, se aplicó la misma receta que con Rusia para transformarla en una economía de mercado (la conocida “terapia de shock”) que no funcionó. Pronto se produjo un enfrentamiento entre los partidarios de mantener vínculos con el entorno de la Federación Rusa y los favorables a un acuerdo con la Unión Europea. En el 2013 un gobierno presidido por Viktor Yanukovich suspendió la firma del tratado con la UE, que iba acompañado del recetario del consenso de Washington (recorte gastos sociales, privatizaciones, etc.). En el 2014 las fuerzas de la oposición, con el apoyo del gobierno norteamericano y el de Gran Bretaña, tomaron el poder y destituyeron al gobierno. Vladimir Putin respondió ocupando militarmente la república autónoma de Crimea, en la que la lengua y la cultura rusas son mayoritarias (90 y 67%), así como la ciudad de Sebastopol. Hoy forman parte de la Federación Rusa, aunque las potencias occidentales nunca las han reconocido como tales. Un referéndum entre la población ratificó el cambio (97% a favor), referéndum cuyos resultados nunca fueron aceptados por los observadores occidentales.

Al mismo tiempo ciertas zonas orientales de Ucrania (Donbass, Lugansk, etc.) iniciaron un proceso de separación que ha producido un continuo conflicto con las tropas oficiales ucranianas. El territorio en su conjunto ha pertenecido a distintos grupos étnicos a lo largo de la historia, por lo que resulta difícil catalogar a Ucrania como Estado. Polacos, rusos, cosacos, turcos, tártaros, austro-húngaros, etc. dejaron su huella, aunque la más importante fue la denominada “rusificación”. Desde la anexión, el gobierno ruso ha construido importantes infraestructuras en Crimea para hacer todavía más viable el vínculo económico con el resto de la Federación. Para Vladimir Putin, la carpeta de Crimea es una carpeta cerrada. Pero como de lo que se trata es de fer bullir l’olla”, el gobierno ucrainés encabezado por su presidente Zelensky se ha inventado la “Crimea Platform”, un supuesto grupo de presión que pretende restaurar las relaciones entre la Federación Rusa y Ucrania, con la devolución de Crimea y Sebastopol. De paso el grupo también hace mención en sus objetivos a la defensa de la minoría tártara en Crimea, a la libertad de comercio en el mar Negro y a poner límites a la degradación del medio ambiente. Representantes de 47 países y organizaciones han acudido al evento. Los medios de información nos han contado los pormenores en sus páginas rosa.

Porque detrás de esta cortina de humo está la “Realpolitik”, esa expresión alemana que da a la política un sentido práctico, al margen de criterios morales más que discutibles. Y la Realpolitik en este caso se fundamenta en el acuerdo firmado el 30 de diciembre del 2019 entre Gazprom (la compañía pública rusa del sector del gas) y la ucraniana Naftogaz, en el que se fijan los derechos de tránsito de gas ruso a través de Ucrania y en dirección a la Unión Europea. Por esos derechos el gobierno ucraniano cobraba unos sustanciosos honorarios que veía peligrar si no se renovaba el acuerdo, máxime si tenemos en cuenta que tanto el proveedor (Gazprom) como los clientes (distintos países de la UE) disponían de vías alternativas para obtener la mercancía comprada.

La República Rusa envía a Europa unos 200.000 millones de metros cúbicos de gas anualmente y el 40% lo hacía utilizando la amplia red ucraniana (80.000 millones). El nuevo acuerdo  por cinco años reduce progresivamente los suministros, partiendo de 65.000 en el 2020, aunque una cláusula (“pump or pay”) obliga a Rusia a pagar un importe prefijado si los volúmenes son menores.  Por todo ello el gobierno ucraniano cobrará 7.000 millones de dólares, más 3.000 millones para cerrar disputas resueltas de forma arbitral. Para una economía tan empobrecida como la ucraniana, estos ingresos son muy importantes.

Claro que a medio plazo, el horizonte es incierto. Y lo es porque tanto Gazprom como sus clientes han hecho todo lo necesario para evitar el que oficiosamente se describe como “el chantaje ucraniano”, que no tiene nada que ver con la versión oficial. Por eso desde el 2011 está funcionando a pleno rendimiento el gasoducto Nord Stream, una infraestructura moderna asentada en el mar Báltico, que cruza aguas territoriales de distintos países (la mayoría clientes de Gazprom) hasta llegar a Alemania. Por ese gasoducto circulan 55.000 millones de metros cúbicos. La operativa está en manos de la sociedad Nord Stream AG, una sociedad en la que Gazprom tiene el paquete mayoritario, pero en la que la acompañan empresas como Wintershall Holding (alemana), E.ON (la multinacional alemana que estuvo a punto de comprar Endesa hace unos años), Gasunie (holandesa) y Engie (francesa), todas vinculadas al sector de la energía.

Y como los resultados fueron satisfactorios para todos los accionistas, se acometió un nuevo proyecto (el Nord Stream 2), que pretendía seguir la misma línea de acceso que el anterior (mar Báltico). Los gobiernos norteamericanos y los lobbies gasísticos de la Cámara de Representantes y del Senado presionaron todo lo que pudieron para evitar que el proyecto prosperara. Hubo amenazas y sanciones reales, catalogadas de distinta manera: primarias y secundarias, directas e indirectas, suaves y duras, etc. Se argumentó la dependencia que podría suponer tener un proveedor principal, razonamiento sin sentido porque ya la tienen ahora. Lo que podía cambiar era por donde circulaba el gas. Las empresas norteamericanas ofrecían la alternativa del gas licuado (LNG), procedente de Estados Unidos o de Qatar, en ambos casos por vía marítima. El gas licuado no es más que gas natural procesado para poder transportarlo de forma líquida.

Todo este esfuerzo fue baldío y solo consiguió retrasar el proyecto. Tengamos en cuenta que una infraestructura de esta naturaleza supone la participación de muchas empresas industriales europeas, de distinta condición, tamaño y especialidad, para las que el Nord Stream 2 era una fuente de ingresos. Fue por eso que Angela Merkel ha manejado mejor que nadie este contencioso. Ahora ya se han cubierto los 2460 kilómetros del gasoducto y solo faltan trámites administrativos para su puesta en marcha oficial. Un gas más barato y más limpio llegará a los consumidores europeos. La presidenta alemana cerró el tema el pasado julio con el presidente Joe Biden, dejando claro que el final de su mandato incorporaría la puesta en marcha del Nord Stream 2, una prioridad para Berlín. El Secretario de Estado norteamericano (Antony Blinken) lo ha dado por hecho con sus palabras: “Fait accompli”.

Todo esto irá acompañado de las ayudas occidentales al gobierno del presidente Zelensky (tan corrupto como cualquiera de los anteriores) y de las repetidas y poco creíbles declaraciones en la que se amenaza a Rusia “si politiza el gasoducto Nord Stream 2”. Los expertos en comunicación prepararán un cóctel explosivo pero de baja intensidad en el que se hablará, una vez más, de la “desocupación” de Crimea, de los tártaros, de “la malignidad del proyecto” (en palabras del presidente del comité de Relaciones Exteriores del Senado, senador Bob Menendez), e incluso de los riesgos de que una vez en marcha el gasoducto, Rusia invada Ucrania. Estos indicadores podríamos integrarlos como síndrome de un “delirium tremens” menor. Simultáneamente el castillo de naipes irá cayendo por los suelos, aunque siempre llega tarde. Justamente estos días el Tribunal de Justicia de la Unión Europea ha anulado las sanciones que la UE ejerció contra el presidente ucraniano Viktor Yanukovich en el 2014 al apreciar que se llevaron a término sin revisar el proceso judicial abierto en Ucrania. No se examinaron las resoluciones judiciales, no se comprobó el respeto a los derechos procesales del inculpado, ni el derecho de defensa ni el derecho a la tutela judicial efectiva. Como ya hemos indicado, el golpe de Estado contra ese gobierno determinó la respuesta del gobierno Putin y el resto de efectos indirectos. Y es que de aquellos polvos vienen estos lodos.

Para Rand Corporation, uno de los think tank más veteranos del mundo, que trabaja principalmente para el Departamento de Defensa de Estados Unidos, hay que despolitizar el tema y encontrar fórmulas de cooperación económica. Ucrania tiene que hacer los deberes y aprovechar los ingresos para modernizar su sistema de gasoductos y poder competir en costes. En estos momentos, los Nord Stream 1 y 2 constituyen la forma más eficiente de transportar el gas desde la región ártica de Yamal a la Europa central y nórdica, en tanto que el gasoducto Turk Stream, que a través del mar Negro llega a Turquía desde el oeste de Siberia y que opera desde el 2019 (al que podríamos considerar un convidado de piedra), puede extender sus redes para aprovisionar a los países del sur de Europa, con o sin la cooperación de las infraestructuras ucranianas.

Y es que detrás del recibo de la luz hay un complejo entramado difícil de descifrar. Un maldito embrollo.

 

 

Memorial per als desmemoriats
Alf Duran Corner

 

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