Focus: Política
Fecha: 29/04/2016
La Escuela Oficial de Periodismo de Madrid, donde me gradué en el 61 del siglo pasado, era una escuela fascista, con una organización y un profesorado al uso (con la extraña excepción de un republicano represaliado), que sorprendentemente produjo una generación de combativos militantes antifascistas. Cuando terminamos los estudios nos entregaron un carnet emitido por la Dirección General de Prensa, en cuyo interior, junto a los datos personales, había un texto que rezaba: “Juro ante Dios, por España y su Caudillo, servir a la Unidad, a la Grandeza y a la Libertad de la Patria con fidelidad íntegra y total a los principios del Estado español, sin permitir jamás que la falsedad, la insidia o la ambición fuerzan mi pluma en la labor diaria”. Y debajo: “El Titular de la Cartera. Firma”.
Por supuesto yo no firmé. Inicié otros estudios que me llevaron a otros campos, y jamás he ejercido de periodista profesional. Pero no por ello he perdido mi afición al seguimiento de los medios de comunicación que he creído serios, rigurosos y bien informados.
Probablemente el mejor periodismo en el Estado Español se dio en el primer tercio del siglo pasado (sobre todo en Catalunya), que podríamos extender al corto período republicano. Luego vinieron cuarenta años de adoctrinamiento y un proceso transicional (a partir de 1978) en el que aparecieron periodistas “estrellas” que querían ocupar el espacio principal y se dedicaban a conspirar, a extorsionar y a enriquecerse. El periodismo “canalla” que se practica en la capital del Estado en la actualidad es el hijo bastardo de aquellos aguerridos personajes, que en compadreo con los políticos de turno, se hicieron los dueños del corral.
Hay excepciones, como explica la curva estadística de la normal, pero son escasas. Una de esas excepciones es el señor Jordi Évole que, desde una productora propia, efectúa programas de “investigación”, tomando en ocasiones como hilo conductor a una personalidad reconocida.
Recientemente el señor Jordi Évole ha fijado su atención en el señor Arnaldo Otegui, que ha salido de la cárcel tras seis años y medio de prisión por “tratar de reconstruir la ilegalizada Batasuna”. Esa condena, sobre la que el señor Évole ha pasado de puntillas, resultó ya en su día esotérica e injusta, pues la reconstrucción de Batasuna no era más que el intento de proponer una vía alternativa al conflicto violento que se desarrolló en Euzkadi durante casi cincuenta años.
El señor Évole acudía una y otra vez en el programa a testimonios de personas afectadas por los atentados de ETA, pero ni una sola a los afectados por lo que los tratados internacionales definen como “terrorismo de Estado”. Y en el País Vasco se practicó con asiduidad también este tipo de terrorismo.
El señor Évole insistía en que el señor Otegui, como representante de la izquierda abertzale, debía pedir perdón y condenar la violencia del pasado, sin darse cuenta de que la violencia fue recíproca y el Estado Español nunca ha pedido ni va a pedir perdón.
El señor Évole parecía no entender que la violencia no pertenece a una etnia particular ni a un espacio geográfico determinado. La violencia, como bien dijo Otegui, es un debate típico de la izquierda, que marca la diferencia entre los que se proponen tomar el poder por la vía revolucionaria y los que optan por la vía democrática.
En todo el programa sólo hubo una cita puntual sobre las torturas a los militantes y simpatizantes etarras, hechos que en su momento alcanzaron proyección y condena internacional. Aquí quedó en anécdota en un océano de confusión.
Lo más interesante fueron las reflexiones de Arnaldo Otegui, que demostró su gran talla política. Me quedo con éstas:
El señor Évole es un buen periodista, pero está condicionado por el medio que lo contrata y posiblemente por el relato oficial sobre el terrorismo en el País Vasco. Pero su obligación es salirse de los cauces habituales y hacer un análisis crítico global, teniendo en cuenta todas las variables implicadas.
Tiene maestros a seguir, que sí tienen las mejores capacidades para este oficio, como Robert Fisk, Bob Woodward, Diane Sawyer, Glenn Greenwald o Jon Stewart.
Quizás así algún día, si se disciplina en el método y pone la voluntad necesaria, llegará a alcanzar la excelencia. El primer paso es la autocrítica.
Notas al margen:
(1) En “De otras webs”, López Agudín desenmascara la trayectoria política del “flecha” señor Rivera y de su tribu de treparadores.
(2) En “lectura seleccionada”, la sabiduría de Polanyi permite decodificar los orígenes del mercado de trabajo en la Inglaterra victoriana de mediados del XIX.
(3) En “mi biblioteca” recuperamos un clásico sobre la gestión del riesgo a lo largo de la historia, no sólo en el ámbito económico-financiero (Bernstein fue un gran inversor) sino en cualquier espacio vital.