Focus: Política
Fecha: 06/05/2016
El sentido común recomienda documentarse un poco sobre la ciudad y país que se quiere visitar. La otra opción es dejarlo todo en manos de un guía (real o virtual), que habrá hecho su propio menú. En este caso, te quedará luego probablemente una imagen sesgada y siempre limitada del bloque de recuerdos de aquel viaje.
Pero si en lugar de ir de visita, lo que se pretende es asentarse en un territorio, el tema toma otra dimensión. Ya no se trata de sentido común sino de supervivencia. Hay que pertrecharse de los mínimos conocimientos para que tu ajuste a esa nueva situación personal sea lo más fácil que se pueda. Esto pasa por conocer la historia del lugar, su lengua, sus características físicas y medioambientales, sus tradiciones, sus hábitos, en definitiva su “cultura”, en el sentido antropológico del término.
No nos estamos refiriendo al inmigrante forzado, que sale corriendo, sin a duras penas llevarse lo mínimo, como les está ocurriendo a buena parte de los refugiados sirios que huyen de la guerra civil que asola su país. Aquí nos centramos en los que emigran o emigraron en busca de un mejor trabajo, de un futuro para sus hijos, de mayor calidad de vida.
Catalunya, que siempre ha sido tierra de acogida, ha recibido a lo largo de su historia diferentes flujos migratorios procedentes del resto del Estado: finales del siglo XIX, primer tercio del XX y, el más importante, el del período comprendido entre 1940 y 1960, tras la guerra civil.
El carácter emprendedor de los menestrales, comerciantes e industriales catalanes ofrecía muchas oportunidades de trabajo a gentes de diversa condición que sufrían maltrato social y económico en sus lugares de origen, fueran estos Andalucía, Extremadura, Murcia o Aragón, por citar sólo algunos. Venían a la “tierra prometida”, el “sueño americano” más próximo.
Pero este sueño incentivador quedó desarbolado por la voluntad explícita de los dictadores españoles (Primo de Rivera primero y Franco después) que se inventaron un relato para pervertir el proyecto. El relato era muy simple: Catalunya no era más que una región de la España imperial (como la Rioja o Murcia), sin ninguna característica diferencial respecto al común de las otras zonas administrativas, en la que, eso sí, en ocasiones, se bailaba una extraña danza que denominaban sardana. Poca cosa más.
Y aquellos flujos migratorios se quedaron con ese relato y no sintieron ningún interés por indagar por su cuenta. Además, el fascismo español organizó una red de “casas regionales”, en las que se podían recrear las formas y costumbres de sus lugares de nacimiento. Este tema es digno de una tesis doctoral sobre psicopatología colectiva: huyes de un lugar porque el sistema caciquil te explota hasta la miseria y, luego, en un giro de ciento ochenta grados, lo añoras. Te olvidas de las penurias y te quedas con la lírica.
De ese caldo de cultivo salió la FECAC o Federación de Entidades Culturales Andaluzas en Cataluña, que fue la promotora de la Feria de Abril en Cataluña, un evento que nació en 1971 en Castelldefels (una de las escasas poblaciones catalanas en las que el PP ha alcanzado cierto protagonismo), y se celebra en la actualidad en el Parque del Fórum de Barcelona.
Esa feria es un sucedáneo de la Feria de Abril de Sevilla, evento que se celebra cada año en primavera, coincidiendo con la temporada taurina en la plaza de la Maestranza. En resumen: cante, baile, copas y toros. Todo muy español y muy rancio. Pero en Sevilla.
Un sucedáneo es una imitación. Me quedo con la acepción que dice que “un sucedáneo, por su mala calidad, se considera una imitación mal conseguida”.
La Feria de Abril de Cataluña (con “ñ”) ha crecido hasta alcanzar un carácter hipertrófico, porque la clase política la ha alimentado con recursos públicos, como si se tratara de la Sagrada Familia. Hasta hace bien poco era habitual que las cabezas políticas de los principales partidos se pasearan por el tinglado buscando votos, en actitudes que hubieran hecho avergonzarse a Charlie Rivel.
La Feria de Abril de Cataluña es la representación viva del españolismo en Catalunya. Es un fraude, que no sólo no pertenece a la cultura catalana, sino que está en sus antípodas. Buena prueba de ello es que este año los únicos stands políticos presentes en la feria son el de “Societat Civil Catalana” (agrupación españolista, escorada a la derecha de la derecha, de oscura financiación) y “Ciudadanos” (el partido antiindependentista de los jóvenes “flechas y pelayos” de la nueva derecha retrógrada).
Sólo faltaba la señora Inés Arrimadas vestida con traje de “faralaes” (prenda entallada y larga hasta el tobillo, que se adorna con varios volantes). Y allí estaba!
Notas al margen:
(1) La cita es una recomendación del siempre caústico Renard, que nos anima a olvidarnos de la parafernalia de nuevas novelas que nos invade.
(2) Lectura seleccionada: Un texto esclarecedor de Borja de Riquer, que explica el éxito de Solidaritat Catalana en 1907 como un gran movimiento de masas transversal, y su posterior disolución por razones partidistas. Un texto que deberían leer nuestros políticos independentistas, movidos por un tacticismo cegato.
(3) Mi biblioteca: La incorporación de la dinastía castellana de los Trastámara a la corona de Aragón frente a la opción de Jaume d’Urgell, tras la muerte del rey Martí, supuso el rompimiento de la línea dinástica catalana. Este libro explica los agentes y las causas de ese falso “compromiso”.
(4) De otras webs: Un informe exhaustivo del Corporate Europe Observatory sobre los escándalos financieros y fiscales del señor Arias Cañete, comisario europeo de energía y acción climática y destacado miembro del Partido Popular.