Focus: Sociedad
Fecha: 27/11/2023
Hace apenas diez años Barcelona era una ciudad bella, atractiva, amable, con un diseño urbano admirado internacionalmente, con una huella bien cuidada de su pasado histórico, asentada sobre un espacio geográfico equilibrado, entre la suave sierra de Collserola y la gran franja del Mediterráneo. Las Olimpiadas del 92 permitieron derribar las barreras que negaban a sus ciudadanos el contacto directo con el mar. Era una ciudad digna, orgullosa de su pasado y proyectada hacia el futuro.
Tenía sus problemas, como los tiene cualquier aglomeración urbana, pero los sorteaba con éxito. Mantenía una dimensión razonable y no crecía por absorción, como lo habían hecho otras megalópolis.
Su peor enemigo era el turismo de masas, que un concepto equivocado de segmentación de mercado había llevado al desarrollo de unas infraestructuras de bajo coste para atender una demanda de poco valor añadido. Si seguía así acabaría muriendo de éxito, como desgraciadamente ha sucedido.
Pero todavía se podía pasear por el Ensanche burgués y tomarse un café en las ordenadas terrazas del Paseo de Gracia o de la Rambla de Catalunya, mientras el tiempo discurría amigablemente. El Ayuntamiento había puesto orden en la Diagonal, que se había convertido en una gran avenida que recordaba Champs Elysées y que solo esperaba que bares y restaurantes cubrieran parte de las amplias aceras ofreciendo un servicio a un público ávido del viejo arte de la contemplación.
Y entonces, de manera azarosa, llegó un grupo de aficionados (amateurs) para tomar las riendas de la gestión de la ciudad. No tenían ninguna experiencia, ni pública ni privada, y se pusieron a hacer experimentos con el dinero de los contribuyentes. Venían con una etiqueta pegada en la frente que citaba dos códigos sagrados (progresismo e izquierdas) y pensaron que esto les autorizaba para hacer lo que les diera la gana sin consultar a la ciudadanía. De hecho tenían muy claro que no tenían que pedir la opinión del pueblo llano, no fuera que les pasase lo mismo que le había ocurrido al alcalde señor Hereu cuando hizo un referéndum sobre la Diagonal y los tranvías. La gente no los quería y así lo manifestó. Pero, ¿qué importa a un progresista no ilustrado la opinión de los ciudadanos? Nada de nada.
Y volvieron con la tabarra de los tranvías, un artilugio del siglo XIX (eso sí, muy moderno en las formas) y empezaron a destrozar la Diagonal para llegar a conectar el tranvía del Llobregat (impuesto por decreto) con el tranvía del Besós. Esto afectó y sigue afectando a los vecinos y comercios de los distintos barrios, sin que nadie haya justificado públicamente las razones de esta obra faraónica. Porque poner encima de la mesa el cambio climático y la contaminación, como lo hacen para defender sus despropósitos, no es suficiente. Suena a timo, a trampa, a estafa.
Barcelona es una ciudad relativamente pequeña (102 kms. cuadrados), si la comparamos, por ejemplo, con Madrid (604 kms.). A su alrededor (prácticamente pegadas) hay ciudades importantes como Hospitalet del Llobregat, Badalona, Santa Coloma de Gramanet, etc. La gente que vive y trabaja en Barcelona y se mueve por la ciudad lo hace preferentemente en transporte público. Hay un buen servicio de metro y autobuses, que sería mejor si Catalunya fuera un Estado independiente y gestionara los recursos que genera. Lo propio ocurre con la red de trenes de cercanías, que sobre el plano está muy bien, pero que en la operativa diaria presenta grandes y graves carencias en inversión y mantenimiento, por voluntad implícita del gobierno del Estado. Pero vamos a dejar este capítulo, que forma parte del macro Déficit Fiscal, para no salirnos del tema que nos ocupa.
Barcelona dispone de grandes superficies verdes (parques y jardines), algunos históricos (como el parque de la Ciudadela o la montaña de Montjuich) y otros de nueva creación, repartidos por todos los barrios. Tiene las montañas del Tibidabo y Vallvidrera a tiro de piedra.
El gran Ildefonso Cerdá hizo un diseño urbano magistral, que es ejemplo en todas las escuelas de arquitectura del mundo, con sus patios interiores, sus chaflanes, etc. Justamente en esos patios interiores había previsto crear zonas comunes para eso que los cursis llaman ahora “co-living” y antes era simplemente buena vecindad.
Pero llegó la caballería y empezó el desmadre incontrolado. Primero las “superillas”, que en algunos barrios periféricos han acabado siendo refugio de la droga más o menos blanda; luego los carriles “bici” (que han infectado la ciudad), los cambios atávicos en la dirección de las calles, las señales de tráfico que exigen un manual operativo, la libertad de movimiento de los patinetes eléctricos y otros artefactos similares, etc.
Como nadie ha analizado la viabilidad de todo esto y lo han teñido de “buenismo”, los resultados son del todo estrafalarios. La superilla “noble” de la calle Consell de Cent ha provocado un enorme bloqueo en la calle Valencia, donde los coches han de discurrir a marcha lenta multiplicando la emisión de gases y dificultando el tránsito rodado. Como la ciudad tiene una parte plana y otra muy empinada, limitarse a carriles bici en la primera zona hubiera sido lo correcto. Pero poner carriles bici, por ejemplo en la calle Ganduxer, es una perfecta estupidez. Algunos (pocos) lo usan para bajar. No sube prácticamente nadie, a no ser que vaya motorizado. Aunque el premio Gordo se lo lleva la Vía Augusta, que de “augusta” tiene ya muy poco. Es una vía de entrada y salida de la ciudad, pero parece ser que a esta tribu de ineptos no les importa. En la práctica se ven diariamente escasas bicicletas de subida y unas pocas de bajada. Pero lo que si se ve y se sufre es el enorme colapso en el tramo que empieza en la plaza Borrás y acaba pasada la calle Muntaner, donde a veces tienes unos carriles estrechos que han de absorber (sin éxito) los coches procedentes de la propia Vía Augusta, el túnel de Vallvidrera y la calle Anglí. Cada día lo mismo y aquí no pasa nada. Parece ser que a los vecinos de Barcelona les gusta mortificarse.
Y que nadie me diga que esto facilita el movimiento de ese conjunto muy respetado de ciclistas de toda la vida, que los fines de semana suben y bajan de Vallvidrera. Lo han hecho siempre, sin problemas. No fueron ellos los que solicitaron este complemento disruptivo. Porque otra de las disrupciones es cambiar las paradas de los autobuses cuando coinciden con los carriles bici, de tal forma que quienes esperan tranquilamente el bus pueden verse asediados por delante y por detrás por los cicloturistas.
El caos es total y un buen ejemplo de la metástasis es lo que ocurre en la calle Major de Sarrià, una vieja calle de barrio, también empinada, que discurre entre la plaza Artós y el área de la plaza Borrás. Es semipeatonal o sea, ni blanco ni negro. Es dirección montaña, pero es corriente encontrarte con patinetes y bicicletas en dirección descendente. También la toman coches desde el paseo de la Bonanova (no residentes) para no pasar por la Vía Augusta. Muchos de estos creen que es una vía rápida y conducen de esta guisa. Algunas mamás y pocos papás llevan a sus hijos al colegio (por pequeños que sean) en la parte de atrás de sus bicicletas. Eso sí, con sus cascos bien apretaditos. A mí me dan pena cuando los veo jugándose la vida con los coches, los patinetes, los skates, el bus del barrio, etc. De los peatones (los grandes olvidados) prefiero no hablar. Van sorteando los bultos evitando que los atropellen, mientras tratan de desplazarse a pie por la que antes fue la apacible calle mayor de su pueblo.
Estos señoritos y señoritas de la izquierda “caviar” no se llaman Borja ni Nacho, como sus colegas de la derecha pura y dura de toda la vida, pero coinciden con ellos en la falta de respeto a la ciudadanía. No sé si los daños causados son irreversibles, ni cómo quedará el pastel después de tanto disparate.
Pero como la historia viene de muy lejos hay que citar a los responsables, responsables de haber hecho de Barcelona una ciudad inhóspita, desagradable, insegura, difícil de habitar. Señores Clos y Hereu y sus equipos de trabajo. Señor Collboni y señora Colau (premio de excelencia). Partidos políticos directamente implicados: PSC-PSOE, Iniciativa y Barcelona en Comú.
Deberían editar un libro que recoja todo este desmadre. Les sugiero una editorial “Les Éditions du Desastre”. Tiene su sede en París y seguro que estarían encantados de publicarlo. El contenido se ajusta a su línea editorial.