Focus: Política
Fecha: 17/03/2016
El maridaje político entre el PSOE y Ciudadanos se ha estrechado, después del fracaso del señor Sánchez en su intento de conseguir la investidura para presidir un nuevo gobierno del Estado. No debe sorprendernos este súbito enamoramiento entre dos opciones que comparten el sentimiento de una España “una, grande y libre”, un rechazo absoluto al derecho de Catalunya a su independencia y un lenguaje retórico, vacío de contenido, en el que caben palabras tan altisonantes como la “honra”.
Probablemente en Catalunya ambas opciones irán perdiendo peso hasta quedar como partidos marginales, lo que parece no preocuparles en la medida en que ello suponga ganar cuota en la gran Castilla.
Una gran coalición de “izquierdas”, como propuso Pablo Iglesias, es imposible por razones políticas, económicas e institucionales.
Políticamente el PSOE es ya un partido de centro-derecha, como lo son sus principales dirigentes. Es un partido momificado que defiende sus privilegios. Nada que ver con Podemos, Izquierda Unida y otros grupos menores.
Económicamente las propuestas del PSOE chocan frontalmente con las de Podemos. No hay el mínimo encaje.
Institucionalmente el bloque PSOE-PP-Ciudadanos cuenta con el apoyo de las grandes instituciones internacionales (Comisión Europea, Banco Central Europeo, Consejo de Europa, etc.), que sólo están interesadas en mantener el statu-quo e interpretan que un cambio de signo político les sería desfavorable.
Si tenemos en cuenta todo ello y damos mayor peso a los actores internacionales (la fuerza de los acreedores), podemos aventurar la siguiente hipótesis: hay que lavar la cara al PP y sacrificar a su presidente (el señor Rajoy), buscar a un tecnócrata (más o menos independiente, pero no ligado al poder ejecutivo), presionar al PSOE desde la socialdemocracia (alemana y francesa) y colocar a Ciudadanos como guinda de ese pastel. Así saldría un gobierno presidido por una cara nueva (aunque proceda de odres viejos), sin mayoría en la Cámara pero que contaría con apoyos parlamentarios suficientes. Esto permitiría no tener que convocar nuevas elecciones generales para junio y calmar a acreedores e inversores. El gobierno podría ser un gobierno del PP, siempre que los casos de corrupción no lleguen a la metástasis. En este último supuesto, el PSOE cogería las riendas, con la inclusión de algún componente de Ciudadanos, como el académico señor Garicano, cuyo pensamiento político-económico ha dejado huella en sus seminarios del FAES. En definitiva, modelo Lampedusa siglo XXI: “Es menester que todo cambie para que todo siga igual”.
Una razón añadida para que el “frente nacionalista español” se cohesione todavía más (“prietas las filas” en el más puro estilo fascista) es que a finales de este año habrá elecciones en Euzkadi y el liderazgo político de Arnaldo Otegui puede hacer que Bildu, junto a Podemos, alcance la mayoría en el parlamento vasco. De ser así, el Estado se encontraría con un segundo frente independentista con el que tendría que luchar.
Veremos cómo se las apañan si esta hipótesis derivada se confirma. Hasta ahora se han negado a aceptar la realidad de Catalunya y han practicado el juego sucio habitual para silenciarla. Pero actuar en dos frentes a la vez, cada uno con su propia singularidad, les superaría.
Ya no pueden enviar los tanques ni los aviones (que seguramente están cedidos como garantía de sus deudas), ni tampoco superar ciertos límites que la comunidad internacional no les permitiría. Y no pienso en los burócratas de la Unión Europea, sino en la comunidad internacional de los acreedores que, en último término, es la única que cuenta.
Todo esto es solamente una hipótesis, pero una hipótesis, a mi juicio, muy razonable.