Focus: Sociedad
Fecha: 04/02/2023
El gobierno norteamericano (que no el pueblo norteamericano) ha vuelto a caer en la trampa de un conflicto de naturaleza geopolítica (la guerra de Ucrania), un tipo de conflicto que suele perder. La diferencia respecto a la guerra de Vietnam es que en esta ocasión ha franquiciado la parte más visible y negativa del conflicto (el sacrificio de la mano de obra) a un gobierno corrupto presidido por un actor mediocre en busca de notoriedad. Parece que la idea de los estrategas del Pentágono es que la guerra se eternice y vaya deteriorando las capacidades del ejército ruso. El problema de fondo es que esta idea está construida sobre una hipótesis frágil: que pase lo que pase, la Federación Rusa se limitará a una guerra “convencional” (no nuclear).
No hace falta recordar los acuerdos que los presidentes Bush padre y Gorbachov sellaron en 1990, tras el desmembramiento de la Unión Soviética, acuerdos que establecían unos límites muy precisos a la expansión hacia el este de la OTAN (“no nos moveremos ni una pulgada en ese sentido” dijo James Baker, entonces secretario de Estado norteamericano). Esos acuerdos, además, facilitaron la reunificación alemana, hecho que muchas veces se olvida.
Tampoco es necesario señalar una vez más que en Minsk el propio presidente Putin manifestó en 2014 que se estaban violando esos acuerdos y que el Estado ruso no estaba dispuesto a aceptarlo.
Pero tras la instalación de baterías de misiles Aegis en la frontera rusa con Polonia y una serie de equipamientos de similar género en los países bálticos, el gobierno de la Federación Rusa dijo basta. Y sus fuerzas entraron en combate con el ejército ucraniano, un combate hasta ahora de naturaleza convencional. Y cuando hay combate hay muertos y heridos, así como destrucción de todo tipo de infraestructuras públicas y privadas. No es nada que tenga que sorprendernos.
Esta es una guerra que sucede en Europa, aunque el gobierno Zelenski está teledirigido por el ala más radical del gobierno de Estados Unidos, y por el Pentágono como brazo militar de ese gobierno. El suministro continuado de armas, a cargo fiscal de los contribuyentes norteamericanos, no hace más que prolongar un conflicto que podría zanjarse en cualquier momento. Los débiles gobiernos europeos siguen también las instrucciones del mando americano, aumentando sus presupuestos de defensa, lo que les lleva a reducir las prestaciones sociales a sus ciudadanos. Ni siquiera son capaces de proponer una solución para el alto el fuego. Bastaría con hacer referéndums en todos los territorios ucranianos (del este y del oeste, incluida Crimea), supervisados por la Naciones Unidas. Y luego aceptar el resultado.
Están bloqueados porque tienen miedo al “referéndum”, a cualquier referéndum, a la democracia directa; un miedo enfermizo que ha contagiado a toda la sociedad. Y es que además los efectos indirectos del conflicto afectan a todo el mundo y si no, que se lo pregunten a la población (europea y no europea). Esto sería lo razonable, pero no lo harán.
En lugar de esto, han abierto un concurso para ver qué país envía más tanques Leopard, como si se tratara de una votación para elegir la canción menos grosera del empalagoso festival de Eurovisión. Solo faltaba que la señora Robles, ministra de Defensa del Estado español, nos comunicara que los tanques que tienen por ahí almacenados están algo deteriorados y tienen que revisarse antes de ser enviados. Esos tanques inservibles, como todo el portafolio del Estado, salieron de los impuestos pagados por los contribuyentes españoles. En un país normal, los medios deberían preguntarse por qué se compraron, para qué se han utilizado y cómo es que no han cuidado de su mantenimiento. En una empresa privada irían todos a la calle. Pero aquí no pasa nada.
Claro que se van rompiendo las costuras y aparece el resentimiento de algunos líderes europeos que se van dando cuenta de la mayúscula estafa en la que han caído. Los países europeos están pagando el gas a un precio cuatro veces superior al que pagaban por el gas ruso. También se sienten obligados a comprar armamento a compañías norteamericanas, porque están liquidando sus stocks. En paralelo, como si se tratara de otro tema, el gobierno Biden ha establecido un plan para subvencionar a aquellas empresas internacionales que inviertan industrialmente en Estados Unidos, lo que implica una desindustrialización de Europa. Hay deslocalizaciones, pero en un sentido diferente. No van al sudeste de Asia sino a Estados Unidos. Polonia, Estonia y Eslovaquia piden compensaciones a la Unión Europea por sus entregas de armas a Ucrania. Entretanto, Zelenski sigue haciendo la carta a los reyes y ahora pide aviones de combate, buques de guerra y submarinos. Están absolutamente locos.
Estados Unidos lidera este mercado, con una inversión en el 2021 (último año registrado) de 800.000 millones de dólares, que supone el 41% del gasto total militar del mundo. Luego viene China, con 300.000 millones e India con 80.000. La Federación Rusa contribuye solo con 65.000. La pregunta es ¿Cómo puede oponerse Rusia a Estados Unidos con tal asimetría? La respuesta es de naturaleza cualitativa. Y es que muchos analistas especializados consideran que la potencia nuclear rusa es superior a la americana. Por eso hay una cierta cautela en no despertar al gigante dormido.
Ya he dicho que de momento no pasa nada. Hasta que un día a algún militar se le crucen los cables y estalle un conflicto nuclear, aunque sea de perfil bajo. Recomiendo volver a visionar la película “Dr. Strangelove, or How I Learned to Stop Worrying and Love the Bomb”, dirigida con mano maestra por Stanley Kubrick. Aquí como siempre le pusieron un título absurdo (“Teléfono rojo. Volamos hacia Moscú”), que desvirtuaba el mensaje original.
Lo aconsejable sería moverse con rapidez para parar este alocado contencioso. El riesgo es alto, más alto de lo que algunos suponen. Y lo pagaremos los de siempre.