"Las pymes son el corazón de la actividad económica en todo el mundo"
Carles MasiàEste artículo es la versión íntegra del publicado en Nexe 34
En el libro Se’n va la recessió, la crisi es queda, explicas que la recesión es cuantitativa, mientras que la crisis es cualitativa. ¿Cuáles son los principales componentes de esta crisis?El poder político intenta confundir a la población mezclando la recesión –un concepto muy cuestionado académicamente– con la crisis económica. Se trata de dos variables que no están necesariamente interrelacionadas, sobre todo porque la economía financiera tiene un peso muy importante sobre el producto interior bruto (PIB), que es el factor que sirve para explicar si estamos saliendo de la crisis o no. Está demostrado que, en momentos de crecimiento económico general, también aumenta la economía financiera. En cambio, en épocas de depresión como la actual puede pasar que la economía financiera continúe creciendo y que la economía real decrezca. En segundo lugar, creo que nos encontramos en una crisis sistémica, lo cual implica un cambio de paradigma con nuevas reglas de juego. Detrás del catalizador de la crisis –en los EE.UU. eran las hipotecas
subprime y aquí la burbuja inmobiliaria– había otras crisis larvadas que tienen su origen en la década de 1970, como por ejemplo la crisis de sobreproducción respecto de la demanda existente. Por otro lado, está la crisis del medio ambiente y la de los recursos finitos, el llamado pico del petróleo. A todo esto tenemos que añadir la crisis del modelo de Estado nacido después de la Revolución Francesa; del que el Estado español es un claro exponente. Son estados que han perdido la razón de ser porque el poder ha pasado a otras instancias, como el Banco Central Europeo, la OTAN y la Comisión Europea. Todo esto son aspectos cualitativos: la crisis no se expresa mediante un modelo matemático, lo hace a través de la realidad, es decir, la penuria de la población, puesto que las desigualdades sociales han aumentado.
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Explicas que la época “de un trabajo para toda la vida” se ha acabado y que “hay que espabilarse y buscarse la vida”. ¿Cómo se puede hacer esto, teniendo en cuenta que muchas personas que se quieren dar de alta de autónomos se quejan de que hay pocos incentivos y muchas trabas administrativas?Históricamente, el poder político español siempre ha ido en contra del mundo empresarial y la iniciativa privada. Es decir, sólo suele favorecer a los colectivos relacionados con las privatizaciones de grandes empresas públicas o que viven del BOE haciendo obra pública. Por otro lado, abandonan las pymes, que son el corazón de la actividad económica en todo el mundo. Por lo tanto, se tiene que dar un empujón a las pymes, las microempresas y los autónomos. Por suerte, a pesar de todo, este segmento de la economía productiva es dominante en nuestro país. Por otro lado, hay que cuestionar las economías de escalera, a las personas que las defienden se les ha parado el reloj: servían para la producción masiva, pero ahora funciona el
taylor-made, es decir, un producto específico para un segmento concreto del mercado. Nuestras pymes son capaces de especializarse mejor y más rápidamente que los grandes
transatlánticos. Si aumenta la capacidad de autogobierno de Cataluña, las autoridades tendrán que potenciar este modelo, que no es el del Estado español. Si podemos gestionar los recursos directamente, los podremos asignar adecuadamente. Además, tienes la presión de la ciudadanía, que está más cerca.
Hace poco, afirmabas en una entrevista que el Estado español tiene una cultura “antiempresarial”. ¿A qué te refieres exactamente?Si repasas la historia económica del Estado español, te das cuenta que no se ha reforzado nunca el mundo de la emprendeduría y la iniciativa privada. César Molinas habla de las “clases extractivas” para explicar que hay personas que siempre han vivido de la renta de los demás. Hay casos paradigmáticos en el mundo de la banca, la obra pública y de los grandes suministros. Pongamos por ejemplo Endesa: se trata de un aparato paraestatal que no responde al modelo de capitalismo real que parieron Adam Smith y David Ricardo, en que se hablaba de competencia, equilibrio, la mano invisible... Es un tipo de cártel y el Estado español sabe mucho de eso: también lo hace en el ámbito de la telefonía y la banca. Después, están las puertas rotatorias, por las que un exministro pasa a tener un cargo representativo en una gran empresa. Este modelo castellano no tiene nada que ver con el nuestro.
En el libro también dedicas un capítulo a explicar el ciclo de las burbujas en la economía (el último ejemplo es la de 2007, de raíz inmobiliaria). Dices que habrá más porque cuentan con un ingrediente que siempre está garantizado: la codicia humana. Desde esta perspectiva, ¿la ética empresarial a gran escala sería una misión imposible?La pirámide Ponzi, que coge el nombre de un especulador de origen italiano, continuará funcionando. La ética empresarial corresponde a la esfera de la ética personal y, desgraciadamente, parece que está archivada. Aquí nos adentramos en un terreno peligroso. Siempre digo que Cataluña es más calvinista que católica. El calvinismo potenciaba la idea de que si las personas trabajaban y se esforzaban podían conseguir ganarse una cuota de cielo. Por el contrario, el ideal nacional católico va por otro lado. Por ejemplo, cuando se condena a Adán a trabajar, se concibe el trabajo como castigo y no como elemento reactivador. Este concepto antropológico ha marcado los países del sur de Europa y ha hecho mucho daño, a pesar de que en Cataluña todavía nos ha funcionado bastante bien.
Tu web tiene una serie de citas que nos pueden servir para introducir algunas preguntas, como por ejemplo “Small is beautiful”, del economista inglés Ernst Friedrich Schumacher. ¿Se ha acabado la época de las grandes empresas?Nos tenemos que olvidar del mundo de las grandes organizaciones empresariales, en el que una persona entraba muy joven a trabajar y, cuando se jubilaba, recibía un reloj de regalo. Eso se ha acabado. A lo largo de mi trayectoria vital siempre he intentado expresar que una persona no tiene que vender su tiempo, sino lo que es capaz de hacer. Tampoco hay que reinventarse –una expresión que está de moda pero que no me gusta nada–, se trata de hacer un análisis de los puntos fuertes y débiles de cada cual en relación con las necesidades del mercado.
¿Qué tienen las pymes que las hace más competitivas y resistentes a la crisis?De entrada, en términos cuantitativos, trabajan con pocos recursos, por lo que la gestión es más fácil. En segundo lugar, el emprendedor de una pyme está muy cerca de la realidad, se mancha las manos porque está en juego su proyecto de vida y, además, tiene ganas de que el proyecto progrese porque lo ha parido o lo ha heredado. Por otro lado, la pyme es muy ligera y tiene una capacidad de respuesta muy rápida porque para resolver un problema no hace falta que pase por diferentes departamentos. Los autónomos viven el día en día, por eso la administración pública no tiene que limitar su capacidad. Por eso en el libro digo que siempre habrá economía sumergida. En este sistema, si no hubiera, el problema de penuria que tenemos sería mucho peor. Por lo tanto, si queremos luchar contra la economía sumergida, hagámoslo seriamente: fijémonos primero en las sociedades de inversión de capital variable (SICAV) y los paraísos fiscales en vez de ir a penalizar el joven fontanero que te arregla el grifo y te pasa una factura sin IVA. Esta es una ética sesgada.
Has publicado El canon del management (Deusto), temática en la que te has especializado. ¿Qué piensas de la empresa cooperativa?Es un modelo muy interesante en la medida que pueda evitar la burocratización. Hablamos del ejemplo de Mondragón: protagonizó un proceso de cohesión social extraordinario, pero creció de tal manera que se acabó transformando en un pequeño monstruo. Entonces, el cooperativista se creyó que era rico y que estaba todo hecho, y se perdió el elemento estimulante. A partir de una dimensión de cierta importancia, la cooperativa se tendría que romper en unidades más pequeñas para recuperar el espíritu inicial. Una cooperativa no tiene que pretender ser una macroempresa. Si lo hace, ya estamos otra vez en lo mismo: vamos hacia estructuras pesadas que van en contra de la idea del cooperativismo.
Entonces, ¿la clave es disponer de unidades productivas que se adapten a una gestión ágil?Siempre que sea posible, sí. Si nos fijamos en el modelo de los EE.UU. –que es el que conozco– las empresas de nuevas tecnologías se han dado cuenta que las personas con buenas ideas se acaban ahogando si están dentro de grandes gigantes como Microsoft, por ejemplo. Por eso, de estas empresas salen start-ups, nuevos proyectos para continuar avanzando y con una capacidad de respuesta rápida.
Uno de los autores que mencionas en la obra anterior, Henry Mintzberg, plantea que la crisis de 2007 es una crisis de la forma de gestionar las empresas. ¿Estás de acuerdo con esta diagnosis?Hay varios factores que explican la crisis de 2007, una crisis del sistema capitalista, que ha llegado a su límite. Por lo tanto, esto no tiene que ver necesariamente con la gestión. La crisis del 2007 pone de manifiesto que la economía capitalista se ha acabado financiarizando. Según las estimaciones, el PIB mundial –generado por el aparato productivo y de servicios del planeta– era de unos 80 billones de dólares en 2013, una cifra que no representa ni el 0,5% de todas las transacciones financieras hechos en el mismo periodo. Por lo tanto, hay un desequilibrio muy importante entre la economía real y la especulativa, lo cual no tiene sentido. A los banqueros los va muy bien, pero a la sociedad, no. En este sentido, coincido con la posición de Santiago Niño Becerra, que a veces se considera catastrofista, pero que es muy realista. La crisis se quedará.
En este sentido, ¿crees que la gestión democrática y participativa de las cooperativas podría ser la solución –al menos parcialmente– a la crisis de gestión empresarial?Es un tema que siempre ha interesado los colectivos preocupados por la gestión y la manera de dirigir, entre los cuales me incluyo. La gestión más democrática se puede hacer mediante asambleas de cooperativistas con participación directa sobre la empresa. Pero tengo muy claro que una empresa no se puede dirigir por consenso. Históricamente, se ha demostrado que estos esfuerzos no funcionan. La empresa no puede seguir una política asamblearia.
Pero ¿no crees que entre el consenso y la decisión unipersonal haya varios grados para ajustar la participación en la toma de decisiones?La participación tiene que ser potente, pero no puede generar limitaciones a la hora de tomar decisiones. En este sentido, se tiene que otorgar una responsabilidad a las personas que toman decisiones. Las estructuras que perduran son las que están jerarquizadas, lo que pasa es que se tienen que controlar. Es mejor tener un gobierno que toma decisiones que un gobierno que tiene que reunir un comité cada vez que tiene que tomar una decisión. Ahora bien, el gobierno tiene que estar controlado, sometido al análisis y a la crítica, y no sirve hacer una auditoría de cuentas cada cuatro años que diga que un grupo de personas lo hizo mal. Este control tiene que ser muy vivo, y el movimiento cooperativista tiene que aprender de eso. Se tiene que controlar los que toman las decisiones, pero no ahogarlos.
Por lo tanto, nos encontramos en un juego muy dinámico entre la participación, la jerarquía y el control.Es un juego muy enriquecedor. Lo importante es que cada cual entienda cuál es su papel en todo este juego, que no haya interferencias. Es decir, por ejemplo, que el operativo no se meta en el mecanismo de control, y viceversa. Y que sea renovable, que no se creen posiciones de privilegio permanentes, porque entonces estamos reproduciendo unas estructuras de poder que hemos criticado mucho a lo largo del tiempo.
También defiendes que la auténtica innovación se da en pequeñas y medianas empresas. ¿Por qué?Antes se hablaba de investigación y desarrollo, pero todo quedaba en una especie de torre de marfil. La ventaja de las organizaciones pequeñas es que las personas no están teorizando ni lo hacen todo en una pantalla de ordenador, se hacen simulaciones a la práctica. Las empresas grandes tienen demasiados niveles y estructuras de poder.
¿Podríamos hacer una radiografía de algunos rasgos distintivos de las empresas de éxito del siglo XXI (en cuanto a medida, sector de actividad, gestión...)?Es complicado, pero creo que las empresas que prosperan son las que son capaces de ajustarse a los cambios del entorno, que son diversos. Pero uno de los que olvidamos a menudo es el demográfico. En Cataluña, la pirámide de población ya ha cambiado, habrá más gente mayor. Primero, eso genera un problema importante en cuanto a las prestaciones sociales del paro, mientras que en el ámbito de la empresa harán falta servicios para resolver las necesidades de este colectivo. En los EE.UU. hace tiempo que se dieron cuenta de este fenómeno, podemos poner como ejemplo los cruceros. El 80% de usuarios de estos servicios son estadounidenses con una media de edad de 65 años, un segmento de población que antes se quedaba en casa. Si alguien empezó a pensar productos para este sector es porque ya tenía unas pistas. Quiero decir que el emprendedor tiene que hacer una proyección de futuro a medio plazo para detectar hacia dónde van las cosas. Otro ejemplo es el tema de la alimentación de proximidad, una línea de actuación muy importante para el futuro. Se tiene que organizar seriamente la distribución de proximidad para que el margen no se lo queden las grandes superficies. En este sentido, a algunas cooperativas agrarias les falta un poco de espíritu empresarial y sacarse de encima algunos complejos. La gran ventaja que tienen es que la calidad de sus productos es extraordinaria, por eso no tiene sentido importar tomate almeriense.
Para acabar, reflexionamos sobre la educación a partir de una cita de Jorge Wagensberg: “La educación que mejor usa el estímulo, la conversación y lo gozo intelectual se da en las guarderías; luego, poco a poco, se va distorsionando hasta alcanzar su máxima perversión en las aulas universitarias”. ¿Qué parte de culpa tiene la educación que hemos recibido para explicar la crisis económica que sufrimos?Metodológicamente, he tenido una formación marxista. En el fondo, pertenece al ámbito de la superestructura y se ha promovido la educación que ha convenido al sistema capitalista. La espontaneidad de los niños y de los adolescentes se va reprimiendo despacio y, al final, acabamos produciendo una ciudadanía homogénea. Incluso, en EE.UU. esto se va visibilizar mediante el concepto del “hombre del vestido gris”. Entonces, nos encontramos con la paradoja que ahora hacemos cursos de creatividad: primero lo eliminamos, y después lo intentamos recuperar. Modificar todo esto implica cambiar las bases de la educación primaria. En este aspecto, creo que Cataluña ha dado un gran paso, en parte gracias a que siempre hemos tenido grandes pedagogos.
¿Qué papel tiene que jugar la universidad?Creo que hay una confusión sobre la universidad. En el siglo XV, sólo accedía una minoría protegida que no tenía que ser necesariamente rica, era un lugar de reflexión. Por lo tanto, tenemos que aclarar que el mercado tiene unas necesidades que se pueden resolver mediante las antiguas escuelas de artes y oficios, que ahora se están empezando a recuperar. Hemos pasado una época en la que todo el mundo quería ser ingeniero de telecomunicaciones, sin tener en cuenta que hay muchas maneras de ganarse la vida y proyectarse como ciudadano en una sociedad justa y equilibrada. Se ha querido magnificar la universidad, como si la persona que no hubiera ido fuera un desastre. En Suiza, por ejemplo, un 40% de los estudiantes hacen formación profesional. Se tiene que reorientar todo esto. Otra reflexión es que cuanto más plural sea la formación, mejor. Por eso es ridícula la antigua separación entre letras y ciencias porque no hay nada más científico que la gramática estructural. Lo importante es dominar el método científico. Y después, se puede aplicar en el campo que sea: a la biología molecular o a gestionar una empresa, es igual, lo importante es que haya gente acostumbrada a pensar y a estructurar bien las cosas.
Fuente: Nexe, julio 2014
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