A fuerza de pensar que se es una sociedad de responsabilidad ilimitada, gestora de la totalidad social, y de pretender regularla...

A fuerza de pensar que se es una sociedad de responsabilidad ilimitada, gestora de la totalidad social, y de pretender regularla confiando en las leyes del mercado, las grandes unidades de la economía mundial se han convertido en sociedades desresponsabilizadas . A fuerza de repetir el estribillo según el cual la mayor interdependencia entre las naciones, la multiplicación de los actores, la colisión entre los intereses en juego y el presunto debilitamiento de las jerarquías en el espacio mundial hacen que la noción de poder sea tan “compleja, volátil e interactiva”, según la expresión de Joseph S. Nye, repetida en todos los tonos por los sectores políticos e intelectuales más diversos, esta última se vuelve inconsistente y se sustrae a cualquier análisis. Las responsabilidades en el seno del sistema global se diluyen hasta tal punto que no hay forma de identificar a sus actores. Vaciado de estos últimos, el planeta aparece gobernado por el esquema de la “mano invisible” de la economía clásica. El individuo se emancipa persiguiendo sus fines personales. La realización del interés general no depende de la voluntad y de la inteligencia expresadas a través de las acciones humanas, sino del mercado erigido en lugar “providencial”. El orden así regulado trasciende el entendimiento. Soberano en su función de “consumidor”, el individuo se ve reducido a experimentar su finitud ante la historia ya que no participa en ella más que de forma involuntaria e inconsciente. Así se termina de sembrar la confusión sobre los intereses de poder en juego que se había iniciado bajo el signo de la “aldea global”, en la era espacial, como forma de negar las diferenciaciones entre sociedades y la persistencia de las relaciones de fuerza y del interés colectivo.

 

Fuente: Historia de la utopía planetaria. Armand Mattelart.

 

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