A mediados de la década de los noventa las economías en desarrollo de Asia...

A mediados de la década de los noventa las economías en desarrollo de Asia habían importado grandes sumas de capital y se habían endeudado en el extranjero para financiar su desarrollo. Lo mismo hizo España en los años de la transición democrática, cuando las transformaciones hacia una economía moderna supusieron el aumento de las importaciones que no podían cubrirse con las exportaciones y fueron necesarios capitales externos. Algunas de nuestras autopistas, como las de Italia, se financiaron desde Londres con dólares americanos.

Pero en el caso de Asia, la crisis de los países del sureste Asiático de los años 1997 y 1998 supuso un cambio en sus pautas de conducta. Empezaron a acumular reservas de divisas, principalmente dólares americanos, lo que suponía a la vez que se convertían en exportadores de capital hacia los países que, como Estados Unidos, tenían balanzas de pago con déficits crecientes. Como señaló Paul Krugman en un artículo del The New York Times (marzo de 2009), las nuevas pautas de conducta de esos países asiáticos provocaron que el mundo se inundara de dinero barato que buscaba los mejores lugares donde invertir. Y en aquellos años ninguno parecía mejor que Estados Unidos.

Pero el dinero de los países del sureste de Asia que acumulaban ingentes reservas de divisas no sólo se dirigió a Estados Unidos, sino que también se beneficiaron algunos países europeos y, en proporción a su PIB, las entradas fueron mayores que las que recibió el mercado americano. Como señala Paul Krugman en el citado artículo, por un tiempo esos flujos masivos de capitales dieron a Estados Unidos y a algunos países europeos una evidente sensación de riqueza. Los precios de los activos subían –en España, en Irlanda y luego en Gran Bretaña gracias a la burbuja inmobiliaria- y el euro ganaba posiciones frente al dólar americano. Casi al mismo tiempo que se deshacía la burbuja de las viviendas en Estados Unidos, ocurría lo mismo en España. Todo lo que sube, algún día tiene que bajar; y posiblemente tardará en recuperarse tantos años como se prolongó la explosión de precios.

 

Fuente: El día después de la crisis. Robert Tornabell. Editorial Planeta. Barcelona. 2010.

 

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