“Aquellas cosas que nunca Deseamos, ni Odiamos, son las que decimos que Despreciamos...
“Aquellas cosas que nunca Deseamos, ni Odiamos, son las que decimos que Despreciamos: el desprecio no es más que la inmovilidad o la rebeldía del Corazón, que se resiste a la acción de ciertas cosas”. Esto es lo que dice Hobbes en el
Leviathan. Tal y como él lo plantea, el desprecio es semejante a la indiferencia. Y aunque este planteamiento no nos resulta extraño, como una especie de desprecio, no se corresponde con nuestro concepto central del mismo. Sin embargo, Hobbes tiene claro que su versión del desprecio es una pasión y no sólo la ausencia de emoción. El desprecio de Hume nos resulta un poco más familiar. Para él se trata de una mezcla de orgullo y odio. El orgullo proporciona esa dirección necesaria hacia abajo y la elevación de uno mismo con respecto a la persona despreciada; el odio proporciona el juicio negativo de la otra persona implicada en la comparación.
Pero el desprecio es algo más rico que cualquiera de estos dos planteamientos. Es raro, como ya he mencionado, que una emoción se experimente en estado puro sin que entren en juego otras emociones. Por ejemplo, no resulta fácil separar una experiencia pura de humillación de la desesperanza o indignación que le acompañan; es difícil sentir celos al margen de la ira y pena sin frustración. El desprecio es especialmente rico en los poderes versátiles que creemos que tiene a la hora de combinarse con muchas otras pasiones y sentimientos. Consideramos que el desprecio es un complejo que puede elaborarse a partir de distintos ingredientes de estilo emocional y social.
Aunque no nos molestemos en explicar detenidamente cada posible combinación, la mayoría no tendrá problemas en imaginar el desprecio en connivencia con la lástima así como el menosprecio y el escarnio, con la estupefacción así como la petulancia; con la altanería, el asco, la repugnancia y el horror; con el amor (como el que se siente hacia las mascotas o incluso los niños) así como el odio, la indiferencia, el desdén, el desaire, la actitud de ignorar a alguien o de tratarle burlonamente y una serie de sentimientos que dan pie a distintas formas de risa y sonrisas: la sardónica, la sarcástica y la indulgente (una vez más, como sucede en el caso de las mascotas y los niños). Lo que tienen en común todas estas experiencias es la relación que mantenemos con alguien con respecto al cual nos consideramos superiores y declararlo es lo mismo que manifestar desprecio. El desprecio no es más que una declaración de superioridad relativa. Esto nos ayuda a explicar los extremos casi polares que atribuimos al desprecio, desde la lástima al desdén, desde el odio al amor, desde el estupor a la aversión, todas son actitudes posibles que puede adoptar el superior frente al inferior.
Fuente: Anatomía del asco. William Ian Miller. Grupo Santillana de Ediciones. Madrid.1998.
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