Ayer ocurrió un hecho que me ha hecho reflexionar sobre los valores compartidos...

Día 20.02.97

Ayer ocurrió un hecho que me ha hecho reflexionar sobre los valores compartidos.

Por la mañana me di cuenta de que mi bufanda granate había quedado olvidada sobre un sillón de una sala de reuniones del piso sexto, o quizá décimo, del building de mis colegas británicos.

Avisé a Lu, mi mano derecha, quien inició el proceso de búsqueda activa.

Hubo cruce de llamadas, confirmaciones por fax, movimientos de rastreo.

Por fin, hacia las once, uno de mis socios conectó personalmente conmigo. El mensaje era escueto: tenía la bufanda.

Pero lo importante no era el hecho puntual de haber encontrado mi prenda querida, sino la calidez y comprensión que mostraban todos por haber resuelto mi supuesta ansiedad.

Es cierto que la bufanda forma parte de mi look y muchos de mis antiguos alumnos no me identificarían sin ella. Pero la red actual ignoraba este extremo y se movió con celeridad.

Somos curiosos los ejecutivos modernos. Somos capaces de practicar un downsizing sin pestañear y nos conmovemos ante la pérdida de una bufanda de “uno de los nuestros”.

Dicen que Himmler, el gran patrón de la Gestapo, entraba por la puerta de atrás de su casa para no despertar a sus gatos.

Pero no hay que dramatizar. Vale más quedarse con la calidez de mi bufanda granate, que vuela en clase business de Londres a Madrid, y lo hará más tarde de Madrid a Barcelona.

El gran Cortázar, don Julio, recogió en “Último round” una divertida reflexión sobre los colectivos humanos y sus valores compartidos. Dice refiriéndose a los burgueses:

«No señor –decía Polanco indignado- jamás entenderé que insulten así a los burgueses. Si te fijas bien, son los auténticos ciudadanos del mundo. ¿Cómo que no? Un burgués venezolano, uno español, uno francés y uno de Arabia Saudita están mucho más unidos que un comunista chino, uno peruano y uno ruso. Estos serán todo lo comunistas que quieras, pero el más acérrimo nacionalismo los separa para siempre. En cambio los burgueses tienen una sola patria que es la burguesía, y dentro de ella la distribución de los muebles es idéntica; aquí la guita, aquí la religión, allí la moral sexual, más allá la camisa a rayas. No les falta más que hablar en latín para mantener viva esa universalidad tan añorada que según parece había en la Edad Media, pero ahora con las máquinas de traducir, Mac Luhan y el inglés en veinte lecciones pronto no va a haber problema, pibe

Todo refuerza mi sentimiento de pertenecer a un tronco común. Algo así como la comunión de los santos versión siglo XXI.

Ya noto la lanilla de mi bufanda en el cogote.

¡Cuesta tan poco ser feliz!

 

Fuente: Ajuste de cuentas. Alfonso Durán Pich. Ediciones Apóstrofe. Barcelona. 1997.

 

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