Billig introduce el término “nacionalismo banal” para referirse a los hábitos ideológicos que permiten reproducirse a las naciones de Occidente y que guardan relación con el hecho de que los dirigentes políticos recurran a la moral de la “integridad territorial de los Estados”. De este modo, los ciudadanos de los Estados-Nación niegan su nacionalismo “banal”; los mismos ciudadanos que desde que se levantan hasta que se acuestan viven con naturalidad todas las vivencias e informaciones que les hace “nacionalistas” y el orden de los Estados-Nación como una obviedad que no se cuestiona. “Las omisiones del lenguaje ordinario, que permiten que se olvide el nacionalismo banal, también son omisiones en el discurso teórico. Las ciencias sociales han utilizado hábitos de pensamiento que permiten que “nuestro” nacionalismo pase desapercibido. Así, las formas de pensar mundanas, que “nos” llevan a pensar de manera automática que los nacionalistas son los “otros”, pero “nosotros” no, encuentran paralelismo en los hábitos de pensamiento intelectual”. Por último, al citar a Anthony Giddens evidencia la importancia que el poder tiene para el Estado-Nación y su escaso entusiasmo por hipotéticas pérdidas de soberanía: “El Estado-Nación sigue siendo un “contenedor de poder”. El poder, en su forma última es fuerza física directa, amasada en unas cantidades sin precedentes”. Al autor no se le escapa que no todos los Estados-Nación existentes y consolidados se fundan sobre criterios “objetivos” como la posesión de una lengua diferenciada y que por esta razón algunas naciones tienen que ser comunidades “imaginadas”.
Fuente: Por qué hemos llegado hasta aquí. Ricardo Romero de Tejada. Tiempos de Espera. Barcelona.2017.