Cada especie es única, singular o irrepetible, y, desde luego, la especie humana también...

Cada especie es única, singular o irrepetible, y, desde luego, la especie humana también. Sin embargo, cuando los antinaturalistas proclaman con énfasis retórico la singularidad de la especie humana e insisten en ciertas características únicas de nuestra especie, como el lenguaje, no se limitan a subrayar la trivialidad de que nuestra especie, como todas, es única y distinta de las demás, sino que pretenden colocarla en un plano superior; no solo sería distinta, sino que iría por delante de las demás, representaría algo así como la culminación de la evolución. Tal planteamiento es incompatible con la biología evolucionista. Sólo podemos ir unos por delante de otros si todos avanzamos por el mismo camino y en la misma dirección. Si dos coches salen de Madrid y se dirigen a Barcelona y Sevilla, respectivamente, ninguno de ellos va por delante ni por detrás del otro. La evolución no es un proceso lineal,  en el cual unos puedan ir por delante de otros, sino que tiene estructura arbórea, ramificándose en todas las direcciones. Todas las especies actuales son las yemas terminales del árbol de la vida.

 

Si lo que nos interesa es el conocimiento de nuestra propia naturaleza, más bien que soflamas autolaudatorias, lo que necesitamos es investigar nuestra historia evolutiva, nuestros órganos, como el cerebro, y nuestras capacidades, como el lenguaje, así como avanzar en la exploración del genoma humano. Si queremos compararnos en serio con otros animales, como los chimpancés, lo que tenemos que hacer no es denigrarlos a ellos, sino más bien estudiar su genoma, compararlo con el nuestro y descubrir los lugares concretos en que reside la diferencia entre ambos. Afortunadamente, ya lo estamos haciendo.

 

 

Fuente: La naturaleza humana. Jesús Mosterín. Espasa Calpe. Madrid. 2006.

 

« volver