Con frecuencia pensamos que la ciencia funciona “probando” verdades sobre el mundo...
Con frecuencia pensamos que la ciencia funciona “probando” verdades sobre el mundo, y que una teoría científica correcta es aquella que permite comprobar que es verdadera. Sin embargo, el filósofo austríaco Karl Popper insistía en que esto no es así: para él, lo que hace que una teoría sea científica es que pueda ser falsada, que la experiencia pueda refutarla.
El interés de Popper recae en el método que sigue la ciencia para conocer el mundo. La ciencia depende de la experimentación y la experiencia, y si queremos actuar de manera científica, tenemos que fijarnos en lo que el filósofo David Hume llamaba “regularidades” de la naturaleza –el hecho de que, en el mundo, los acontecimientos se producen siguiendo unos patrones y secuencias determinados susceptibles de ser estudiados de manera sistemática. En otras palabras, la ciencia es empírica, está basada en la experiencia, y, para saber cómo opera, tenemos que averiguar cómo la experiencia en general lleva al conocimiento.
Reflexionemos sobre este enunciado: “Si sueltas una pelota de tenis desde la ventana de un segundo piso, caerá hasta el suelo”. Dejando a un lado azares imprevistos (como que un águila atrape la bola), podemos estar bastante seguros de que la afirmación es razonable; únicamente a alguien muy raro se le ocurriría decir: “Un momento, ¿estás absolutamente seguro de que caerá?”. Ahora bien, ¿cómo sabemos que eso es lo que sucederá si soltamos la pelota? ¿Qué tipo de conocimiento es ese?
La respuesta inmediata es que lo sabemos porque eso es lo que ocurre siempre. Dejando de lado los azares imprevistos, nadie ha visto nunca que la pelota quede suspendida, o bien se eleve en el aire al soltarla. Sabemos que caerá al suelo gracias a que la experiencia nos ha demostrado que eso es lo que sucederá. Y, no sólo estamos seguros de que caerá hasta el suelo, sino que también sabemos cómo lo hará: por ejemplo, si conocemos el tiempo de caída y la constante gravitacional, seremos capaces de calcular la velocidad a la que caerá la pelota. No parece haber mucho misterio en este hecho.
Aun así, se puede seguir con la pregunta: ¿podemos estar absolutamente seguros de que, la siguiente vez que la soltemos, la pelota caerá? Independientemente del número de veces que llevemos a cabo este experimento y de la confianza que tengamos en su resultado, no podremos probar nunca que su resultado vaya a ser el mismo en el futuro.
Fuente: El libro de la filosofía. Varios autores. Ediciones Akal.Madrid.2011.
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